Es una difícil decisión: soportar un calor sofocante mientras se viaja en el interior de un taxi o bajar la ventana para que entre el viento, y traiga consigo el esmog de los buses y autos que circulan cerca.
Solo quien ha transitado al mediodía por las angostas calles del Centro Histórico, los túneles o la Necochea, donde el pesado tráfico hace que todo parezca pasar en cámara lenta, sabe que el sol de la capital es capaz de convertir un auto en un verdadero sauna.
El dilema se da, sobre todo, cuando se viaja en taxis que no cuentan con aire acondicionado. El martes, en la av. Mariscal Sucre, de 12 unidades ninguna contaba con el sistema para refrescar. Al consultar a los conductores sobre por qué no lo usan, las respuestas fueron similares: “Es muy costoso”, “el carro es básico”, “el dueño prefirió ahorrarse”…
El problema es ese: un taxi equipado cuesta más y las personas prefieren economizar.
Galo Almeida, presidente de la cooperativa de taxis ejecutivos Pueblo Blanco, cuenta que hasta el 2012, las unidades exoneradas a las que podían acceder los taxistas no venían con aire acondicionado ni con airbag, lo que abarataba el costo.
Es a partir de ese año, gracias a un acuerdo con la Agencia Nacional de Tránsito, que las concesionarias pudieron ofrecer autos equipados al gremio.
Joselo Yáñez, quien maneja un taxi ejecutivo, dispone del sistema, pero lo usa únicamente cuando el calor es excesivo, ya que afecta sus vías respiratorias, y aumenta, aunque no significativamente, el consumo del combustible, lo que a la larga termina por sentirse en su bolsillo. Cada día tanquea USD 12 y como prefiere que le rinda hasta el último centavo, opta por colgar la franela en la puerta y bajar la ventana.
Jesús Gómez, asesor técnico de Aneta, explica que cuando la temperatura exterior es de 25°, el aire reduce el rendimiento del combustible en un 12%, debido a que baja la potencia del vehículo y obliga al conductor a acelerar más.
Así, cuando se circula en la ciudad, en vías congestionadas, es mejor no encender el aire para economizar combustible. Lo contrario ocurre si se viaja en carretera: si se abren las ventanas, el viento creará resistencia y consumirá más combustible, por lo que allí es mejor encender el aire.
Tragar bocanadas de esmog tampoco es saludable. Álex Naranjo, miembro de Acción Ecológica, explica que a pesar de que la calidad del aire de Quito está sobre los niveles permisibles, hay zonas donde aumentan los índices de contaminación, especialmente en aquellos sectores donde el motor de los autos se fuerza más.
Pese a que la contaminación del aire que ocasionan los buses es visible gracias a las grandes emisiones de humo negro que arrojan, los autos particulares son los que más daño le hacen al ambiente por ser más numerosos. Un auto lleva en promedio a 1,3 personas, mientras que un bus, a más de 60.
Naranjo explica que un agravante para este problema es el tipo de combustible que se usa en el país. Para que sea adecuado, debe tener 50 partes de azufre por millón, pero nuestro combustible tiene 300 partes. Cifra alarmante, pero aliciente si se recuerda que antes del 2007 alcanzaba hasta 5 000 partes por millón.
Quienes se ven más afectados por la contaminación son las personas que están en contacto frecuente con ese tipo de gases: choferes, policías, vendedores, ciclistas y peatones. Pero a la larga el daño lo recibimos todos. Según Naranjo, los contaminantes viajan a través del viento y al estar Quito rodeada de montañas, se acumulan.
Con la intención de reducir la emisión de gases, a partir de enero de 2015, la Secretaría de Ambiente empezó a realizar controles aleatorios de opacidad, tomando en cuenta que la mayor contaminación viene de la combustión automotriz.
Hasta el mes pasado se inspeccionaron 28 293 vehículos. De ellos, 11 944 fueron citados, la mayoría por problemas de opacidad: el 72% fue vehículos particulares, el 23% buses, y el resto escolares y taxis.
Para Naranjo, lo ideal es generar políticas que incentiven la reducción del uso de automóviles. De nada sirve que los taxis cuenten con aire acondicionado, si a la larga, ese sistema consume más combustible y aumenta emisiones de gases.
No hay ninguna normativa que exija al taxista prender el aire acondicionado. De hecho la Agencia Metropolitana de Tránsito nunca ha recibido una denuncia sobre este tema. En lo que va del año, se receptaron 307 denuncias: 69 por no usar el taxímetro, 56 por tenerlo adulterado y 182 por brindar un mal servicio.
María José Troya, directora de La Tribuna Ecuatoriana de Consumidores, explica que la Ley estipula que se deben ofrecer bienes y servicios en términos de calidad y seguridad y, en ese sentido, el servicio de taxis debe ser prestado bajo esos parámetros. Al respirar esmog existe una afección y, por lo tanto, hay la posibilidad de dejar una queja por mal servicio si se demuestra que la falta de aire acondicionado merma la calidad del servicio.