Según la cosmovisión andina, existieron seres espirituales de naturaleza mágica que no eran odiados, sino respetados por los indígenas que habitaron estos territorios.
Este es el caso del oso de anteojos, del cual se dice que tenía la capacidad de transitar por distintas tierras y por ello era mediador entre las diferentes deidades. En la fiesta de Carnaval, quien utiliza la máscara del oso de anteojos asume un papel cómico y es el encargado de invitar a los visitantes a participar de la fiesta.
Al caminar por el bulevar de la Naciones Unidas se puede observar una amplia muestra de máscaras que hacen referencia al Carnaval Andino. En la intersección con la calle Japón y av. Naciones Unidas, la máscara del oso de anteojos abre la muestra.
La pintora Ana Fernández le dio color a dos de las 10 máscaras elaboradas en resina por el escultor Franciné Córdova. Él, en tres semanas elaboró 10 máscaras de 1,50 m de alto por 1m de ancho.
Trabajó en su taller, ubicado en El Calzado, en el sur de la ciudad.
Ahí, después de un estudio sociológico de las fiestas andinas y del significado de las máscaras, Córdova dibujó un boceto de la careta. Después de hacer el modelo en arcilla, la fundió en resina. Pocos metros más al oriente se muestra otra obra de Fernández, La máscara del diablo, otra expresión de la cosmovisión andina.
Es imponente, el rojo que predomina en la obra resalta con los destellos de sol de la mañana capitalina. Tiene cuatro cuernos pintados de negro, verde y azul (dos en la cabeza y dos salen de su boca). Entre los cuernos superiores se divisa una colorida serpiente, que significa sabiduría. Para la artista, la representación del diablo tiene una connotación de burla y de sátira. Las máscaras fueron pintadas con acrílico y pincel, una cada día.
Los ancestros concebían al Carnaval como el festejo de la llegada de la lluvia, que facilita la maduración del grano. Es una fiesta juvenil. En el ciclo andino hay cuatro momentos: en septiembre, que es el tiempo de sembrar; en diciembre, cuando la siembra es niña; en febrero, cuando se muestra la fortaleza de la juventud de la siembra; y en junio, cuando es la cosecha.
A más de mostrar la riqueza ancestral de los pueblos andinos, la exposición también cuenta con dos máscaras hechas de material reciclado. El artista plástico Pablo Gamboa trabajó por varios meses en la recolección de madera y plástico para plasmar su idea en dos máscaras. En su última visita a una de las playas del país miró que el plástico flotaba en el mar.
Recogió los desechos y con ellos le dio forma a la máscara. La de plástico es la cara de un payaso, otro de los personajes del Carnaval. La de madera es de un diablo. La madera y el plástico mantienen su color natural, únicamente recibieron un tratamiento con laca para resistir a la intemperie.
Junto al trabajo de Gamboa está una máscara del rostro maquillado de Daniel Moreno, un ‘drag queen’. Él y tres integrantes del taller artístico Dionisios Drag le dieron color a la máscara. “El arte es una herramienta para que la sociedad abra su mente”, dice Moreno. La careta fue pintada con pincel, en 3 días. Para acelerar el secado usamos secadoras de pelo, cuenta entre risas.
En medio de las máscaras, junto a la pileta, hay seis conjuntos escultóricos que representan comparsas carnavalescas formadas por nueve personajes cada una (payasos, animales y diablos).
Los visitantes pueden caminar entre las máscaras. Fueron elaboradas por 15 personas del Palacio de la Careta. Son hechas de varillas sobre soportes y bases metálicas. Así, en el bulevar se ofrece otra exposición relacionada con la cultura popular y el imaginario.
La muestra
Cuenta con 35 máscaras y seis conjuntos escultóricos que representan a las comparsas carnavalescas andinas.
Los artistas Dolores Andrade, Ana Fernández,Jorge Perugachi, Paula Barragán, Pablo Gamboa, Natalia Espinoza, Fabricio Lalama y los colectivos Dionisios Drag y el taller artesanal del Palacio de la Careta son los autores.
La estructura metálica es un diseño único para cada máscara.