El presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte durante una sesión de las cumbres de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) en el Centro Cultural Nacional de Laos en Vientiám. Foto: EFE
Donald Trump, el candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos, parece un párvulo si se lo compara con el Mandatario de Filipinas.
Lo cierto es que Rodrigo Duterte, a la cabeza del Gobierno de Manila desde el pasado 30 de junio, no parece encontrar la forma de controlar su lengua y los insultos y dardos verbales que lanza con inusitada frecuencia.
La más reciente de las ‘víctimas’ de sus improperios fue el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a quien llamó “hijo de p…”, aunque posteriormente ofreció disculpas, que el Jefe de la Casa Blanca ignoró.
Previamente, el controversial Jefe de Estado, de 61 años, había enfilado en tono casi similar contra el papa Francisco; el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon; el secretario de Estado de EE.UU., John Kerry, etc. Y el mes pasado, llamó “gay” e “hijo de p…” al embajador estadounidense en Manila, Philip Goldberg, luego de lo cual la Casa Blanca convocó al jefe de la misión diplomática filipina en Washington, Patrick Chuasoto, para pedir explicaciones por esos “inapropiados” comentarios.
El reciente roce con Obama tiene un antecedente: el controversial programa de lucha contra las drogas que impulsa el gobernante filipino. La violenta guerra contra las sustancias tóxicas iniciada por el Mandatario filipino, desde julio pasado, se ha cobrado más de 2 500 muertos.
En medio de tan escalofriante cifra de decesos han aparecido las voces de los defensores de los derechos humanos, que han acusado a Duterte de permitir el funcionamiento de escuadrones de la muerte. Datos de las fuerzas del orden revelan que unos 1 011 consumidores de droga y narcotraficantes perecieron en operativos de la Policía entre el 1 de julio y el 4 de septiembre.
La Policía igualmente contabilizó unos 1 391 decesos que aún están bajo investigación durante ese período.
No obstante, el lenguaraz mandatario ha rechazado los comentarios de la comunidad internacional y se ha defendido asegurando que la drogadicción es uno de los mayores problemas a los que se enfrenta Filipinas, que podría destruir las futuras generaciones. “No me importa una mierda lo que opinen sobre mí”, ha afirmado sin aspavientos.
Duterte ganó las elecciones presidenciales el 9 de mayo de 2016 con la promesa de acabar con el problema de la droga en sus primeros seis meses de mandato. Desde entonces ha instado en numerosas ocasiones a la Policía y a los ciudadanos “a matar a narcotraficantes y a drogadictos”, una postura que ha generado críticas domésticas y a escala internacional. “Va a ser una pelea sucia, una pelea sangrienta. No voy a pedir perdón por ello”, había dicho en uno de sus polémicos discursos. “Si conocen a algún drogadicto, mátenlo ustedes mismos”, ha sido otro de sus cuestionables llamados a la población filipina.
Una campaña de terror
Cadáveres acribillados y cuerpos descuartizados han aparecido en las calles de Filipinas con más frecuencia en las últimas semanas. En forma paralela, se han incrementado los tiroteos entre policías y supuestos traficantes de drogas.
Según reseñó la agencia EFE, algunos de los restos humanos hallados sin vida fueron arrojados con carteles en los que se muestra el apoyo a la violenta guerra contra el crimen promovida por Duterte.
La ola de muertes ha hecho que cientos de traficantes a pequeña escala y drogadictos confiesen sus crímenes de propia voluntad por miedo a ser tiroteados por los gendarmes.
La ‘orgía’ de cadáveres ha movido al periódico Philippine Daily Inquirer a publicar una ‘lista diaria’ de víctimas.
FRASE
“Duterte se formó en un pequeño pueblo donde imponer el poder político mediante la violencia, era una tentación. Y él cayó”.
Rubén Carranza/Jurista filipino