Yandre Zhunio y Álex Casierra recordaban su entrenamiento militar para apaciguar los efectos de los gases lacrimógenos y los nervios. Pequeñas inhalaciones y exhalaciones de aire, para normalizar la respiración, serenarse.
Sus sentidos debían estar agudos para proteger al presidente Rafael Correa. Los sargentos del Ejército presentían que algo grave podía suceder ese jueves 30 de septiembre. La cápsula de seguridad del Primer Mandatario se había roto cuando ingresó a la fuerza al Regimiento Quito, para enfrentar una sublevación policial.
Solo 11 guardaespaldas vestidos con ternos grises, entre los que estaban Zhunio y Casierra, lograron entrar junto al Jefe de Estado. El resto del equipo presidencial, entre ellos militares y algunos funcionarios, fue golpeado y obligado a retirarse.
Zhunio y Casierra vigilaban en la puerta de acceso al Comando Policial. A ese edificio de tres pisos entró Correa, junto con el ministro del Interior, Gustavo Jalkh y cuatro agentes de su seguridad. El Jefe de Estado intentó hablar con los sublevados en vano.
Minutos antes, a las 07:00, unos 600 policías acudieron a la capilla del Regimiento Quito a su misa semanal. Mientras el párroco Ricardo Paredes, quien también es capellán de la Presidencia, daba su sermón sobre el amor al prójimo, notó un inusitado fervor entre los uniformados, que entonaban los cánticos religiosos con más fervor que de costumbre.
30 minutos más tarde al terminar la misa, los policías salieron al patio y se aglutinaron alrededor de un sargento de los más antiguos del cuerpo policial (de quien ningún policía dice recordar su nombre su nombre). El policía lanzó la voz de alerta, arengando a sus compañeros: aseguraba que Alianza País terminó con sus beneficios por las condecoraciones, sus regalos navideños y más tarde irían contra su seguridad social… Era el momento de demostrarle al Gobierno “con quienes se estaba metiendo”.
Los días previos una cadena de correos electrónicos y panfletos que señalaban los “perjuicios” que el Gobierno causaba a la institución circulaban insistentemente. El entonces comandante Freddy Martínez conoció de estos rumores, al menos, dos semanas antes del 30 de septiembre.
En la sede del Regimiento Quito Martínez se había reunido, días antes, con los jefes provinciales de la zona norte del país para explicarles los cambios en la Ley de Servicio Público. También estaba en agenda la acusación a 16 miembros del Grupo de Apoyo Operacional (GAO), quienes fueron detenidos acusados de desapariciones y torturas y la reapertura de los casos de la Comisión de la Verdad. Los policías se sentían acorralados.
No obstante, Martínez, quien llegó a la Comandancia en mayo del 2009, confío demasiado en su poder de persuación y repitió el libreto con los jefes del resto de provincias. Un día antes de la sublevación estuvo en Guayaquil, junto a las autoridades del Gobierno, en actos oficiales. Pero no informó de ningún malestar.
Los correos criticaban duramente a Martínez, por su falta de liderazgo “para frenar los abusos del Régimen”, igual que su antecesor, Jaime Hurtado.
Ni la Dirección Nacional de Inteligencia ni el Consejo de Generales ni ningún otro equipo policial -aseguró Martínez- le alertó de lo que sucedería ese día. Tampoco lo hicieron los jefes del Regimiento. A las 07:30 recibió una llamada de un miembro de la tropa que le dijo que el personal había decidido no salir a trabajar y que tenían una “actitud hostil”.
El párroco Paredes también llamó a la Presidencia para alertar sobre lo que estaba ocurriendo.
El coronel Edwin Echeverría, entonces jefe del Regimiento, también aseguró que desconocía qué iba a suceder. A las 08:00, fue a tomar lista y dar a indicaciones para el patrullaje en la ciudad, cuando encontró a todos sus subalternos en paro. Los sublevados tampoco dejaron salir a ninguno de los oficiales que ese momento se encontraban en una reunión sobre la seguridad en la capital.
En medio de la protesta llegaron familiares de algunos policías, para apoyarlos. Incluso algunos avivaron la agitación, junto con ex uniformados, que gritaban consignas a favor del GAO.
Los policías tomaron el control de la radio patrulla, las Cámaras del Sistema de Vigilancia Ojos de Águila… Los miembros de Asuntos Internos de la Fuerza, que tenían una oficina en el cuartel, fueron agredidos. Les gritaban “sapos” y fueron obligados a retirarse. Lo único que se pudo mantener bajo protección fue el rastrillo, donde está el arsenal más grande de armas de la Policía en Quito. Allí permanecieron encerrados todo el día los policías Juan Soria, Olivio Rodríguez y Luis Toasa. Los tres prometieron cumplir con la orden de que no saldría ni una sola bala del rastrillo.
Martínez comunicó de la protesta al ministro del Interior, Gustavo Jalkh. Para entonces, en los principales noticieros del país ya se veían las imágenes de los gendarmes cubiertos sus rostros con pañuelos con la bandera de Ecuador y camisetas, quemando llantas y llamando a la paralización en los repartos de todo el país.
Un documento interno de la Policía revela que a las 08:30, en Ibarra, 200 policías entraron al Comando para apoyar a sus colegas sublevados en Quito. Los siguientes minutos se sumaron en Esmeraldas, Guayas, Azuay…
A las 09:00, cuando Correa aún no llegaba al Regimiento, miembros de la FAE se tomaron la Base Aérea de Quito. Su intención, según fuentes de la Fiscalía, no era frenar los vuelos comerciales (85 fueron desviados a Tulcán, Latacunga, Manta y Guayaquil) sino tomarse del hangar presidencial, donde estaban aparcados el helicóptero Druv y el jet Legacy. Su intensión, no obstante, fue frenada por los militares del Servicio de Protección Presidencial. A esa misma hora (09:00) la cúpula policial también fue agredida por los policías en el Regimiento.
Los policías insultaron y ofendieron al Comandante, le lanzaron gas y le golpearon. Fue auxiliado por su escolta que lo llevó hasta la sede del Grupo de Operaciones Especiales (GOE), que queda a un costado del Regimiento.
En el Palacio de Gobierno había incertidumbre. La noche anterior circuló insistentemente la versión de que el Presidente decidiría echar mano de la figura de la muerte cruzada para destituir a la Asamblea por el trámite que dio a la Ley de Servicio Público.
Esa mañana Correa, incluso tenía prevista una reunión con el presidente la Corte Constitucional, Patricio Pazmiño, para hablar sobre el tema, aunque él aseguró que iban a tratar el aumento del presupuesto a la Corte.
A las 08:45, Correa decidió ir en una caravana hasta el Regimiento. Ese momento, se activó su equipo, y militares vestidos de civil fueron en avanzada.
El oficial de la Marina, César Pérez, otro miembro de la seguridad presidencial fue alertado y enviado al Regimiento. Él y otros altos oficiales de las FF.AA. y de la Policía estaban en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), participando en un seminario, incluido el secretario de Inteligencia, Francisco Jijón.
Pérez comunicó al escuadrón de protección de Correa que no había seguridad en el destacamento policial. Policías armados quemaban llantas y no hacían caso a ninguna autoridad… Pero nada persuadió al Jefe de Estado, que avanzó hacia el Regimiento.
El Capitán Pedro Rocha dio la orden para que saliera la comitiva desde Carondelet. A las 08:50 se destinaron cuatro vehículos. Dos camionetas Ford y dos Nissan Patrol. Además de Correa, estaban el jefe de la Casa Presidencial, Almirante Luis Santiago; el Secretario de la Administración, Vinicio Alvarado; su Secretario, Galo Mora, su secretaria, enfermera… y 16 agentes de seguridad.
Los avisos de Pérez alertaron al comandante Carlos Real, otro miembro de la Marina, muy cercano al Primer Mandatario desde su llegada a Palacio en el 2007.
Real planeó una salida para no exponer al Presidente. Entonces, se buscó un sitio más seguro para que pudiera monitorear el levantamiento y hablar con las autoridades de la Policía. El sitio designado fue el cuartel del GOE. El Presidente llegó allí con su caravana a las 09:20, fue recibido por el general Martínez.
Muy molesto, Correa preguntó si ahí estaban por los insubordinados. Le dijeron que no y decidió ir a la entrada principal del Regimiento. Apenas fue avistado por los insurrectos, la delegación fue atacada. Correa perdió la cabeza. Empujó a uno de sus guardaespaldas y retó a las personas. “A quién lanzan piedras, a quién”, gritaba mientras se liberaba con fuerza de su corbata celeste.
Ante la arremetida la escolta presidencial sacó las mantas antibalas y se llevó al Mandatario fuera del lugar. Tomaron la calle San Gabriel y apenas avanzaron 600 metros, cuando escucharon la orden “regresamos”.
Zhunio y Casierra formaron un escudo protector a Correa. La disposición fue mantenerse unidos para flanquear el tumulto e ingresar al Regimiento, lo cual les tomó unos 20 minutos, con el apoyo de 11 militares. Una vez en la puerta de ingreso del edificio principal se encontraron con el ministro Jalkh y la cúpula policial. 11 militares entraron con Correa. Los otros escoltas fueron atacados.
También fueron agredidos el ministro Fernando Alvarado, el secretario Galo Mora, el secretario de Comunicación, Vinicio Alvarado, quien también había llegado ese momento.
Sin ruta de evacuación
La seguridad del Presidente fue fracturada. Unos, al mando del capitán Édgar Andrade, quedaron dentro y otros, dirigidos por los comandantes Luis Santiago y Carlos Real, en los exteriores.
La situación era crítica. Los cuatro vehículos de la caravana fueron atacados y debieron retirarse por seguridad de la entrada.
El servicio de Protección Presidencial ordenó que se buscaran salidas alternativas para el Presidente, quien caminaba con la ayuda de un muleto, pues semanas antes se había operado la rodilla derecha.
El equipo de protección del Jefe de Estado detectó tres posibles rutas de evacuación. La una era hacia la sede del GOE, que habían tomado el ministro Jalkh y la cúpula policial. La segunda era romper la malla del perímetro del cuartel. Y la tercera era una puerta mallas ubicada entre el Regimiento y el Hospital de la Policía.
Cassierra encontró esa puerta cerrada con candado. A las 09:54, Correa subió hasta una ventana del segundo piso para perdirles a los policías que terminen la protesta. Habló 14 minutos y tomó un poco de agua. Mientras explicaba los beneficios que habían recibido de su Gobierno, algunos policías le gritaban “eso hizo Lucio”. Los gritos de los uniformados colmaron la paciencia de Correa, quien furioso se haló la corbata y la camisa, retando sublevados: “Mátenme’ ”.
En lugar de aplacarse, los ánimos de los policías se encendieron. El personal de seguridad presidencial fue golpeado, y empezaron a caer decenas de bombas lacrimógenas. El oficial Pérez contó que incluso los miembros del GOE no les permitieron entrar a su unidad para sacar al Mandatario.
Mientras, otro equipo ubicado en la Mariana de Jesús que trataba de romper la malla y fabricar una vía de escape fue atacado con garrotes y golpes. Los autos de la Presidencia fueron obligados a retirarse. En medio de la confusión, al lugar llegó el mayor Rommy Vallejo, quien también estaba a cargo de la seguridad del Presidente. Él tampoco conocía lo que iba a pasar en el regimiento, a donde llegó por una alerta de su chofer. Llegó cuando Correa bajaba del edificio y observó que un tumulto de policías uniformados y de civil impedían el avance del mandatario a un lugar seguro.
Ese momento, cayó otra lluvia de bombas lacrimógenas contra la comitiva. Imperaba el caos.
Mientras esperaba ser atendido en el hospital Metropolitano, Pablo Delgado, un empresario quiteño de 48 años escuchó lo que ocurría en el Regimiento y decidió acudir personalmente. Pasando como periodista ingresó al reparto (vestía un jean, una camisa café y un chaleco azul). Vio al Mandatario de espaldas, caminaba con mucha dificultad, cojeando, en medio de la humareda.
A cada paso del Presidente, sus pocos escoltas lo defendían cuerpo a cuerpo, a puño limpio. Uno de los más golpeados fue el militar Geovanny Cifuentes, quien tuvo tres costillas rotas y una afectó su pulmón.
Entonces unos 50 motociclistas ingresaron atropelladamente. “Parecía que nos querían atropellar. Abrí mis brazos y me puse detrás del presidente, quien era llevado por su secretario Francisco de La Torre y otros escoltas hasta un sitio más seguro”, dice el empresario de repuestos automotrices y padre de tres hijos pequeños. En su mente, las imágenes de ese día están intactas. Había furia, insultos, la sensación de que las llantas de las motos rozaban sus piernas. “Abrí los brazos y les dije respeten la vida del hombre”.
Delgado no se alejó de Correa durante todo ese día. Las alternativas estaban bloqueadas. Ni en el GOE ni el escape por una malla era una solución idónea. Tampoco el helicóptero de la Policía pudo aterrizar. Los motociclistas habían bloqueado el patio por donde se realizaría el rescate. Fueron 20 minutos de caminata sin una salida segura y concreta. Los escoltas aguantaban a la turba y los ataques con bombas lacrimógenas. Ellos calculan que les lanzaron unas 8 granadas del gas.
En esas circunstancias, la única vía de escape era la puerta que comunicaba al Regimiento con el Hospital de la Policía. El equipo de seguridad presidencial comunicó por radio que ese era el único sitio de evacuación seguro para sacar al Presidente, quien sufría los estragos de los gases y estaba a punto de desvanecerse….
MAÑANA EN ESTA SERIE
El Mandatario logra flanquear la puerta hacia el Hospital. Qué ocurrió las horas siguientes, cómo fue tratado, y cómo se desarrolló el operativo militar.