Dudo si el gran público entendió o no las razones que dio Jorge Ortiz para anunciar su salida de Teleamazonas.
Para ser sincero, a mí costó entender. Y no me costó porque la explicación que dio no haya sido clara, sino por lo difícil que resulta comprender las circunstancias que han rodeado a su decisión de “dar un paso al costado”.
Que haya tenido que renunciar por el hecho de que su presencia en el canal “podría ser un obstáculo para que el Gobierno autorice” la obligatoria venta de Teleamazonas es, definitivamente, algo muy difícil de comprender.
Pero todo se aclara cuando se atan los cabos de lo absurdo y lo indignante. Y eso solo ocurre cuando a uno le explican que para que Teleamazonas pueda ser vendida, porque hay una Constitución que así lo dispone, es preferible que ahí no trabaje alguien que por sus opiniones ha sido incómodo a quien deberá autorizar la venta. Es decir al Gobierno.
La aclaración lleva irremediablemente a una desoladora sensación de indefensión. Una sensación que despierta en mí al constatar, luego de un año de ausencia, que en este país los espacios para los desacuerdos con el poder se extinguen inexorablemente.
Uno puede o no compartir con la forma de hacer periodismo de Jorge Ortiz, pero lo que acaba de ocurrir no es sino la evidencia más brutal y descarnada de autocensura que se pueda recordar.
Quienes ofrecieron en Montecristi que iban a construir una sociedad más justa y soberana deben al país una explicación. Y un Gobierno republicano también.