Difícil aunque seductor imaginar cómo querrán ser recordados algunos personajes públicos.
Esto porque alguien, tarde o temprano, escribirá la historia del Ecuador y deberá contar, por ejemplo, cómo un Fernando Cordero, presidente del Congreso de ese entonces, hizo todo cuanto estuvo a su alcance para que la función que presidía no hiciera su trabajo, es decir fiscalizar.
Ese historiador deberá relatar, por ejemplo, aquel día en que Cordero logró con la bancada de Gobierno, es decir la suya, que el Legislativo no investigue (aunque ese era su obligación por ley y por decencia) los escándalos que ocurrieron durante el Gobierno al que apoyaba.
¿Cómo querrá ser recordado Cordero, por ejemplo, luego de haber aconsejado al Superintendente de Bancos a utilizar el pretexto del sigilo bancario para evitar que se conozca el ‘Delgadogate’?
¿Cómo querrán ser recordados diputados como Paola Pabón que retiró su moción para investigar el escándalo ?
¿Cómo pensará ser recordado un Presidente que cancela a una funcionaria que destapó el caso del maloliente crédito impago del argentino de apellido Duzac con un banco administrado por el Estado y, días antes, había homenajeado al funcionario que estaba bajo sospecha.
¿Cómo pensarán que van a ser recordados los miembros del triunvirato del Consejo de la Judicatura luego de haber cancelado a la jueza que quiso cobrar el crédito de Duzac?
Es posible que la vergüenza esté en peligro de extinción, pero de la historia es mucho más difícil salvarse.