Dolores Padilla, socióloga, excandidata a la Vicepresidencia de la República. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
Dolores Padilla es la asesora general de la Fundación Esquel. Como socióloga ha impulsado muchos espacios de diálogo y de formación de líderes sociales.
En el 2002 fue candidata a la Vicepresidencia de la República con León Roldós. En el 2007 fue diputada. Ella considera que el modelo político que rige al Ecuador ha cerrado espacio al diálogo y ha generado un ambiente de violencia en la esfera pública.
¿Qué está ocurriendo en la política ecuatoriana? Al exconcejal Antonio Ricaurte y a la legisladora Lourdes Tibán los agreden en la calle, mientras que el prefecto Gustavo Baroja cuestiona con palabras ofensivas a un colectivo ciudadano que fiscaliza una obra pública.
Estoy preocupada porque esas expresiones de violencia se están instalando en la sociedad como un hecho natural.
La política ecuatoriana se ha caracterizado por ser virulenta y agresiva.
El escenario público-político siempre tiene en el conflicto un eje dinamizador para la búsqueda de soluciones y nuestra sociedad ha sabido manejar estos conflictos. En América Latina, en algún momento, se pensó que la lucha armada era la salida y Ecuador no apostó por ello. No hemos tenido antecedentes de una política violenta. Pero hoy en día ya hay respuestas violentas. Las últimas marchas ciudadanas lo han reflejado: hay 15 indígenas con sentencias. Conozco de encuestas en las que la gente se muestra preocupada por la violencia en el espacio público.
¿Más allá de los temas de delincuencia común?
Sí, la gente está preocupada de que le sigan, que le ‘hackeen’, de que si será o no de hablar…
¿Qué diferencia hay entre estos hechos con los golpes en los congresos de los 90, los cenicerazos e insultos?
Esa política nos conmovía, pero ahora se transgrede el espacio público. Nos debe alarmar que Lourdes Tibán sea golpeada en la calle, así como también que interfieran nuestras comunicaciones, que a Martha Roldós le ‘hackeen’ el correo o que haya reacciones desmedidas ante la fiscalización. Es consecuencia directa de muchos años de beligerancia desde el poder. Hay una gestión política y un liderazgo que han marcado esa agresividad y prepotencia. Esa forma de convivir no se queda en el aire y permea en la sociedad.
¿La culpa de que empecemos a perder los estribos es del estilo del Presidente?
No, es del modelo hegemónico, patriarcal y machista. Son sus líderes quienes nos impregnan ese comportamiento.
Entonces, la legisladora María José Carrión tiene razón cuando acusa a Tibán de tener un lenguaje agresivo y provocador.
Sin lugar a dudas. Las tensiones que tenemos en el país no son sencillas; se aproxima una crisis económica de proporciones. Los problemas políticos no se resuelven, más bien se acumulan cuando el Presidente, día a día, nos recuerda que él tiene el derecho de cambiar la ley y hasta la Constitución. Esa convivencia nos hace daño.
¿Por qué nos solidarizamos con la agresión a Tibán y casi que justificamos los golpes a Ricaurte?
Toda expresión violenta que sobrepasa el límite del respeto debe ser lamentada.
¿En el fondo, todos somos agresivos, pero solo nos espantamos con la beligerancia del otro?
Nuestra obligación es autorregularnos sin dejar de decir lo que sentimos. Ricaurte se equivocó y estuvo bien que renunciara. Pero es injustificable que lo hayan caído a palos.
¿Es aceptable que se lo condene por unas expresiones que hizo en el ámbito privado pero que por un infortunio se viralizaron?
Así son las redes sociales: un espacio extraordinario de democratización de la información, pero que no tiene límites. Si nuestra vida privada corre el riesgo de volverse pública, a lo mejor tengamos que ser, en adelante, más coherentes y consistentes. Ese video repercutió en la moral pública.
¿Moral pública o moralismo hipócrita?
Moral pública, la hipocresía es tapar las cosas.
¿Cuáles, una infidelidad?
No. Hablo de sus expresiones violentas contra una mujer. Ricaurte es un líder político y como tal influye en la sociedad.
¿Usted trabajó hace varios años en la necesidad de que el diálogo fortaleciera la democracia? ¿Cambió el país?
El diálogo es una herramienta extraordinaria para la democracia, pero son necesarias una permanente formación y una pedagogía para incidir en la práctica política.
¿El actual sistema político da espacio al diálogo?
Ni al diálogo ni al reencuentro ni a la pluralidad. Esta cerrazón que se impone con miedo nos está afectando.
En las últimas elecciones, seis de cada 10 personas votaron por este Gobierno. Con él está la mayoría…
La mayoría no siempre tiene la razón, porque en su nombre se restringen libertades y derechos. Prefiero el consenso.
¿Podrán nuestros políticos ser menos agresivos?
El político ecuatoriano requiere de mucha formación y coherencia. A veces confundimos liderazgo con unas aberraciones increíbles: la pinta, el cinismo o la capacidad de hacer cualquier amarre. La responsabilidad de dirigir un país debe convocar, no a una persona, sino a un conjunto de líderes consistentes y éticos.
¿Alguna vez el Ecuador tuvo ese tipo de políticos?
En el período que a mí me ha tocado vivir, muy pocos.
¿Con qué talante se deben enfrentar las graves dificultades que se vienen?
Los problemas que vive el país requieren de un nuevo pacto sobre los liderazgos y los ciudadanos y también de diálogos más responsables.