¿La expresión de un mandatario autoritario o la herramienta de defensa más usada en la política nacional?
Los duros términos en los que el presidente Rafael Correa se refiere a sus adversarios políticos, a la prensa y a quienes lo contradicen ponen otra vez en debate al insulto como señal de deterioro del ejercicio democrático en el país.Tras los hechos del 30-S, varios sectores políticos, sociales y de opinión han pedido al Jefe del Estado sentar las bases de un diálogo que acerque a la sociedad. El mismo Correa así lo propuso en su mensaje del 10 de agosto.
Sin embargo, en los últimos enlaces sabatinos, el Presidente ha intensificado sus ataques. El ex director del Hospital de la Policía, César Carrión, ha sido el blanco de los duros calificativos del Presidente, llamándolo “majadero”, “traicionero” y “conspirador”.
Enfrentamiento similares ha tenido con otros personajes, en sus casi cuatro años de mandato. Uno de ellos es Miguel Palacios, titular de la Junta Cívica de Guayaquil. Él y el presidente Correa se enfrascaron en un proceso por injurias y daño moral que más tiene de político que de jurídico.
Palacio demandó al Presidente por USD 10 millones, por los supuestos insultos que este le profirió en el enlace del 29 de noviembre del 2008. En respuesta, el Jefe de Estado le entabló otros 20 juicios, por las 20 ocasiones en las que el dirigente guayaquileño le habría también injuriado. Este paquete jurídico reclama una reparación de USD 400 millones.
Correa, Palacios y ahora Carrión están inmersos en la conflictiva política ecuatoriana, la misma que es pródiga en insultos y juicios que nacen inertes.
El historiador Enrique Ayala Mora lo sostiene. “La diatriba ha sido un instrumento de nuestros políticos desde antes de la fundación del Ecuador”. A Juan José Flores, el primer presidente, sus opositores lo combatían con agresividad y sus allegados lo defendían de la misma manera.
El espacio donde el insulto tomaba fuerza era el naciente periodismo. “Se lo hacía en términos que ahora son insostenibles”.
Fray Vicente Solano, a inicios de 1830 -comenta Ayala-, hacía gala de ser el mejor insultador del Ecuador. Juan Montalvo combatió a Gabriel García Moreno y a Ignacio de Veintimilla con su pluma imbatible. “Lo hacía para defender la democracia y de una forma inteligente”.
En la actualidad, Ecuador sigue siendo conflictivo y dirigido por políticos fogosos. Correa no es la excepción, por lo que el insulto es una de sus armas más eficaces.
Periodistas, líderes indígenas, dirigentes gremiales, ex presidentes de la República, asambleístas… Correa los ha enfrentado con duros calificativos.
Mauricio Rodas, director de la Fundación Ethos, ha contado los insultos pronunciados en contra sus adversarios. En el 2009, Correa profirió 171 insultos.
De los pronunciados por Velasco Ibarra, Asaad Bucaram, su sobrino Abdalá, o León Febres Cordero no hay estadísticas, pero sus agravios fueron tan mordaces como lo son hoy los de Correa.
Para el constitucionalista Alvear, la actitud que ha tenido el Mandatario, en el caso de responder con juicios por injuria, a los agravios que él dice recibir de sus opositores demuestra que no existe una clara conciencia de la dimensión que tiene el delito de la injuria. Es decir, más garantista para un ciudadano que para un personaje público.
Estos principios han sido ampliamente desarrollados por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en sus numerales 10 y 11 y su mandato es vinculante para el Ecuador.
Los efectos de este debate siguen siendo políticos. A Rodas le preocupa que Correa haga del insulto una práctica cotidiana. “Los epítetos que salen de su boca no son considerados como tales, pero los que van en contra de su majestad sí motivan indemnizaciones millonarias o la cárcel”.
La respuesta que da la historia no es muy alentadora. Correa, al igual que los Bucaram, Febres Cordero o los políticos que Ayala Mora llama moderados como Jaime Roldós, Osvaldo Hurtado o Rodrigo Borja, no se alejará del insulto ni de los juicios por injurias como un espacio de presión. Aquello ya sucedió antes con los llamados juicios de imprenta que no terminaban nunca.
Aunque la diatriba enrarece el ambiente político de un país, Ayala Mora concluye que a lo largo de la historia, “esta fluidez verbal ha desfogado a la gente y ha impedido que los enfrentamientos terminen en las armas”.
El capítulo del 30-S no está cerrado. El paso de los años dirá si sus acontecimientos fueron producto de la confrontación y si sus consecuencias quedaron en el olvido una vez que se haya iniciado la próxima crisis política.
Lo dijeron en Ecuadoradio
Lenín Moreno Vicepresidente
‘El método molesta más ya que las formas hieren’
Bueno sí, el diálogo es el mejor recurso. Muchas veces el método molesta más que el fondo porque es el cascarón de la cosa. Muchas veces no escarbamos a fondo y no vemos los cambios profundos que se están haciendo. Pero dentro de la forma debería haber una expresión de fondo ya que a veces las formas hieren.
De lado y lado ha habido calificativos, descalificaciones y generalizaciones que podrían ser rebasados; sobre todo para un diálogo, profundo, sincero. El Presidente dialoga de forma permanente. Lo que pasa es que se ha dado en llamar opinión nacional a aquello que opinamos un grupo de 30 ó 40 personas que vamos circulando por los medios de comunicación. Es por eso que el Presidente de la República ha preferido tomar contacto directamente con los indígenas, con los artesanos, con los trabajadores, mineros, empresarios. Creo que es una forma acertada de hacerlo.
Osvaldo Hurtado Ex Presidente
‘El problema no son las leyes, es el Presidente’
Lo que ocurrió el 30-S no es bueno para nadie. Jamás un bochorno de esa naturaleza para el Jefe de Estado. Lo importante sería que el Gobierno hiciera una autocrítica.
Para dialogar se necesitan dos partes y las dos tienen que estar dispuestas a ello; pero así no piensa el Gobierno. ¿Puede haber diálogo con una persona que procede de este modo?
Tampoco puede haber diálogo en un país donde el Gobierno tiene la meta de controlar todos los medios de comunicación, porque eso es eliminar las opiniones diferentes . Cuando el problema es de las instituciones o de las leyes, los cambios son posibles, pero ¿cómo cambiar el carácter de una persona?
El problema del Ecuador es el Presidente, ni siquiera el partido, los ministros o los asambleístas que no cuentan para nada.
No veo salida que no sea que los sectores democráticos se unan y vayan a las elecciones del 2013 con un solo candidato.
Rodrigo Borja Ex presidente
‘Yo sentí vergüenza de lo ocurrido en el país’
Yo me retiré absoluta, irrevocable e irreversiblemente de la vida política del Ecuador. Deben entender que yo he llevado más de 50 años de hacer política; que fundé con otros compañeros un partido de masas, que intenté después de mi Presidencia seguir sirviendo al Ecuador pero no tuve respuesta popular. Si emito una opinión alguien me va a replicar y voy a ver inmerso nuevamente en la vida política.
Pero la noticia de la insurrección de la Policía cayó cuando yo estuve en Cáceres (España); debía dar una conferencia sobre la pintura de Guayasamín. El Presidente del Parlamento de Extremadura me dijo: ha habido una insurrección por naturaleza salarial en la Policía y han tratado mal al Presidente, lo han ofendido y humillado. Yo sentí vergüenza de lo ocurrido, porque la noticia no era para sentirse muy satisfecho, porque en esos términos se habla del país en el exterior.
Blasco Peñaherrera Ex Vicepresidente.
‘Correa debe tener un cambio radical de actitud’
El afán es insistir en darle credibilidad al golpe de Estado y tratar de fabricar todas las pruebas para demostrar aquella tesis del Gobierno. Pero si se persiste en ese afán no va a ser posible la conciliación. Esto de perseguir, apresar y enjuiciar a los ciudadanos que fueron a protestar ante la radio del Estado por haber silenciado la opinión publica y haber impuesto esa cadena persistente, indefinida, permanente; esto de armar un gran escándalo, que deviene en un evidente abuso de poder, evita cualquier consenso o acercamiento.
Para buscar un diálogo hay que imponerle el Gobierno, y al presidente Rafael Correa, un cambio radical de actitud.
Que la opinión pública presione, de modo que él entienda que por el camino que está siguiendo, no va sino al desastre.
Los países no se pueden reinventar cada cuatro años ni solo creer que lo pasado fue oprobioso o denigrante.