La elección en EE.UU. del presidente Barack Obama despertó muchas expectativas en América Latina que, luego de transcurrido el primer año de su Gobierno, han tomado dimensiones más reales.
El solo hecho de constituirse en el primer Presidente afroamericano auguraba a la opinión pública mundial cambios radicales en materia de política internacional. Esta, durante los ocho años del gobierno de George W. Bush, terminó por alejar a la Casa Blanca de los intereses sudamericanos.
“Cuando Bush estuvo en el poder descuidó la relación con muchos países”, sostiene el politólogo David Brooks, de la Universidad de Hamline (Minnesota). “Él dijo en varias ocasiones que si no están con nosotros están en nuestra contra. Como muchos estadounidenses, no compartimos esa filosofía, supusimos que Obama entraría en una nueva fase de cambio y de cooperación para restaurar la imagen”.
Sin embargo, este anhelo chocó con varias decisiones adoptadas por el nuevo Gobierno que, vistas en perspectiva, no marcan profundas diferencias con los ocho años del mandato republicano.
El tema más sensible para la región es la renovación del convenio militar entre EE.UU. y Colombia, que permite a las fuerzas militares de EE.UU. usar -por 10 años- siete bases ubicadas en sitios claves del país sudamericano.
Este acuerdo toma como base la filosofía de un acercamiento que, durante la administración Bush, permitió ver a Colombia como el mejor aliado de la Casa Blanca en la región. El convenio de las siete bases se adoptó, luego de que Ecuador decidiera no renovar el de la Base de Manta, que terminó en noviembre pasado.
Para Brooks, las bases en Colombia causaron una polémica porque dejaron entrever que Obama da cierta continuidad a las políticas de su antecesor.
Este capítulo ha sido el motivo de uno de los enfrentamientos diplomáticos más graves que ocurrieron en la región, en los últimos años. Venezuela, Bolivia y otros países como Ecuador y Brasil fueron muy críticos de los riesgos que implicaba tener bases comandadas por EE.UU. en Sudamérica.
Aunque estos hechos han abierto varias interrogantes sobre la verdadera agenda de Obama, Brooks reconoce que la retórica del nuevo Gobierno sí ha cambiado hacia América Latina. “El problema es que todavía existen diferencias políticas por superar”.
En ese sentido, el rol que ha jugado la secretaria de Estado, Hillary Clinton, es clave en su interés por avanzar las relaciones diplomáticas. Semanas atrás, ella envió una carta a Rafael Correa, en su calidad de Presidente pro témpore de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), aceptando la invitación al diálogo que este nuevo bloque de naciones le formulara en agosto pasado, a propósito de la polémica por el acuerdo con Colombia.
Como hecho curioso, cabe anotar que la respuesta de Clinton a la Unasur se dio la misma semana en que se confirmó la victoria del derechista Sebastián Piñera en Chile. El peso político que tiene ese país en el continente, sin duda, cambiará los esquemas de contrapesos que, por ahora, parecen favorables a la tendencia de izquierda, cuya ala más radical (representada en Venezuela, Bolivia y en Ecuador y Argentina con determinados matices) ha sido crítica de EE.UU.
Más allá del pedido de Clinton a Correa, de armar la agenda de temas para la posible reunión, entre Sudamérica y Obama no se prevé un encuentro político por el momento. Lo más destacado es la reunión de cordialidad que se dio en V Cumbre de las Américas de abril del año pasado, entre Obama y los mandatarios sudamericanos, que terminó en fotos sonrientes, autógrafos en servilletas y en regalos de libros por parte de Hugo Chávez.
Sherrie Mazingo, profesora de la Universidad de Minnesota y ex editora en el noticiero de NBC, asegura que pese a estas incertidumbres, los líderes de América del Sur vieron la llegada de Obama como una nueva esperanza.
Tras advertir que el actual presidente ha tenido una mayor popularidad en la región que Bush y el propio Bill Clinton, Mazingo insiste en que “su Régimen debe ser mucho más activo y fomentar realmente nuevos acuerdos”.
Se trata de un consejo que aún luce distante. Otro aspecto de la agenda con EE.UU. tiene que ver con el aspecto comercial. Aunque Estados Unidos tiene acuerdos de libre comercio con México, América Central, Perú y Chile; tratados antidrogas con Colombia y una serie de convenios comerciales de menor envergadura, como las preferencias arancelarias con Ecuador, Bolivia y Colombia, no se ven, en la agenda inmediata, nuevos tratados de comercio e integración para la región.
El mes pasado, Clinton cuestionó que Venezuela y Bolivia ejerzan intercambios comerciales con Irán. No obstante, estas declaraciones se han producido en el marco de un diálogo distinto, pero reacio a categorizar a los países que fueron considerados como parte del eje terrorista, bajo la antigua administración de Bush. Las críticas de la Casa Blanca incluso tocaron a Venezuela, por lo que Chávez y Bush terminaron enfrascados en un enfrentamiento que perjudicó a las relaciones diplomáticas de toda la región.
Es por ello que el régimen de Obama prometió un cambio en la retórica hacia los países de Latinoamérica. Pero se ha observado que el cambio de Gobierno todavía no ha logrado separar las brechas que existen. Si no lo hace pronto, especifica la profesora de la Universidad de Minessota, nunca se fortalecerá la presencia de su país en el continente, dejando pasar la oportunidad de generar ayudas en un bloque de países que sigue siendo ignorado.
Una razón para que EE.UU. haya empezado con demora en su agenda con América es la crisis financiera que afecta al país. El alto desempleo, la crisis hipotecaria y la polémica reforma médica, acompañados de la peor crisis financiera en la historia reciente de ese país, han concentrado las prioridades de Obama.
Además, está el rezago de las guerras heredadas de Bush, que parecen no terminar. Y a pesar de haber declarado un acercamiento con la región, el enfoque internacional sigue estando en Iraq, Afganistán y Pakistán.