“Era el hombre de mi vida”. Esta frase repite una y otra vez María, mientras cuenta los días sombríos que vivió a lado de ese amor… “Él era todo para mí”. Este sentir hacía que pasara por alto insultos y golpes. En tres años de novios y dos de convivencia no se le cruzó por su mente denunciarlo.
“Estaba enamorada y tenía miedo”. Escuchar esto se ha vuelto común en las comisarías, adonde luego de años de maltrato, las mujeres, principalmente, entre los 18 y 30 años (5 626 casos en el 2011) , se animan a hablar. Al menos ocho años es el tiempo promedio que soporta una víctima de maltrato antes de denunciar. En Quito, en el 2009, se registraron 14 810 denuncias y dos años más tarde, en 2011, la cifra subió a 15 018. La declaración de amor de María termina siendo un ruego desesperado de ayuda. La relación de María es similar a la de muchas parejas, pero si se ve en retrospectiva hay alertas que no se toman en cuenta y a la larga no se borran.
“Tonta, mejor cállate porque no sabes nada, qué milagro que hagas las cosas”. Estos desprecios se exacerban con los problemas de ira, celos, infidelidad, consumo de drogas, alcohol y se confunden con el amor y el miedo que viven las víctimas de violencia. La confusión de sentimientos termina llevándolas a crear una rara dependencia a su agresor, que los expertos llaman síndrome de dependencia afectiva. Esto llevó a María a perdonar y a negar los ataques. Y aunque no son conscientes, en muchos casos, su actitud se torna pasiva y su autoestima decae con el tiempo.
A más de la sumisión llega la culpa.“Cuando me golpeaba y me pedía perdón pensaba que todo era por mi culpa”, dice María, y cuando volvía a pasar se esforzaba por evitar los gritos.