Una familia es requisada en la frontera entre Alemania y Austria. FOTO: GUENTER SCHIFFMANN / EFE
Se considera uno de los mayores logros de Europa: la libre circulación de personas. Poder viajar de un país a otro, cruzar fronteras sin ser sometido a control fue durante mucho tiempo el sueño de muchos europeos que un día se hizo realidad.
El acuerdo Schengen de 1985 puso las bases para ello y hoy son 26 los países que forman parte del mismo, sumando un total de 4000 millones de personas. Además de 22 países de la Unión Europea, forman parte Noruega, Islandia, Suiza y Liechtenstein. Pero la crisis de refugiados parece estar acabando de repente con la idea y los principios de Schengen.
Un país detrás de otro cierran las fronteras provisionalmente y paran trenes: Alemania, Dinamarca y también Austria. Y esos gestos plantean una pregunta fundamental: ¿puede mantenerse la libertad de viaje en tiempos en que decenas de miles de refugiados errantes intentan llegar y moverse por territorio europeo?
El ex presidente francés Nicolas Sarkozy exigió recientemente la suspensión de Schengen. La Unión Europea se aferra sin embargo a este principio. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, considera que la libre circulación de personas es intocable: “El sistema Schengen no se suspenderá bajo el mandato de esta Comisión”, destacó recientemente en su discurso sobre la situación de la Unión ante el Parlamento Europeo.
Pero algunos políticos ven en peligro la tan alabada normativa. “No debemos poner en juego el acuerdo de Schengen”, dijo el ministro de Exteriores luxemburgués, Jean Asselborn, que consideró que sí se deben posibilitar excepciones limitadas bajo determinadas condiciones, pero sin hacer daño a los principios básicos. “Schengen es uno de los mayores logros que tenemos”.
Pero la crisis ha dejado al descubierto la debilidad del sistema, pues en el acuerdo la libertad de movimiento está estrechamente vinculada al principio de una dura vigilancia de las fronteras Exteriores de la Unión Europea. Pero Hungría, convertido ahora en país de tránsito de miles de refugiados, no está en situación de solucionar los problemas en su frontera exterior de la UE.
El gobierno de Budapest deja pasar a muchos inmigrantes sin registrar, lo que viola la Convención de Dublín, que contempla que el primer país de la UE al que llega un solicitante de asilo es el que debe tramitar esa petición. Y contra esa situación Austria y Alemania se defienden interrumpiendo el tráfico ferroviario, una medida con base legal en el acuerdo Schengen.
Y la Comisión Europea no puede poner por ello ningún reparo. Y es que, el Código de Fronteras Schengen permite controles y revisiones aleatorias para combatir el crimen en todo momento. Y en caso de sucesos excepcionales se le permite a un Estado controlar sus fronteras durante 30 días. Alemania lo hizo durante el Mundial de Fútbol de 2006 y durante la cumbre del G7 el pasado junio, en el palacio bávaro de Elmau.
Desde el 2013, los Estados han recurrido a esa práctica en seis ocasiones. Además, la norma también permite que en el caso de un suceso imprevisto que amenace el orden público y la seguridad interna, un país reintroduzca los controles fronterizos durante diez días y en caso necesario hasta un máximo de dos meses. Algo que hizo por ejemplo Noruega tras las amenazas terroristas en 2014.
Alemania ve ahora peligrar su seguridad y orden interno, como asegura en una carta a la Comisión Europea. Y Bruselas está de acuerdo. “Naturalmente es una situación de emergencia cuando en un fin de semana llegan 40 000 refugiados“, señala el ejecutivo comunitario. “Alemania debe hacerlo también para poder contar a los recién llegados y controlar la situación”.
La presidenta de Suiza, Simonetta Sommaruga, consideró la actuación alemana “también un signo de desbordamiento”. Desde el 2013 se considera también la excepción de que los Estados de la UE reintroduzcan, “como último recurso”, los controles en sus fronteras en el caso de un flujo masivo de migrantes, como consecuencia de la Primavera Árabe que empujó a muchos refugiados a huir del norte de África en dirección a Europa.
Pero incluso cuando en Europa se comprende bien la decisión de Alemania, los políticos de la UE temen que ahora un país detrás de otro siga su ejemplo con controles fronterizos. “Es un efecto dominó. Tenemos que tener mucho cuidado”, advirtió el secretario de Estado belga para asuntos migratorios, Theo Francken.
“Existe el peligro de que olvidemos Schengen, con todas las consecuencias que podría tener para Europa”, advirtió también el luxemburgués Asselborn. Esas medidas deben estar vigentes sólo durante “un periodo de tiempo muy corto” y los países de la UE deben llegar rápidamente a un acuerdo para la reubicación de 160 000 refugiados, como intentaron ayer los ministros del Interior en un encuentro en Bruselas.
“Si no tomamos decisiones, la consecuencia será el caos”, advirtió Asselborn. Pero las decisiones no se concretaron: los ministros se mostraron de acuerdo en que deben redistribuirse esos refugiados, pero no definieron si habrá cuotas vinculantes o voluntarias y volvieron a postergar la decisión definitiva para la sesión ordinaria de ministros del 8 de octubre.