Los setenta, en plena posguerra, traían los fervorosos gritos del movimiento hippie que había nacido en Estados Unidos. Luis Alberto Cordovez había estudiado bellas artes por ese entonces en Nueva York y, a su regreso, trajo consigo parte del poder de las flores (del ‘Flower Power’). Su objetivo era materializarlo en un lugar que uniera el arte, la música, artesanías de calidad, velas, inciensos, objetos decorativos, junto con el misticismo propio de esta filosofía y el respeto por la naturaleza. Así, junto a su esposa Miriam González, y su hermana Margarita Cordovez, Luis Alberto inauguró Ninacuro (que en quichua significa gusano de luz o luciérnaga), en 1973.
En ese entonces, Ninacuro era una pequeña tienda ubicada en la Coruña y 12 de Octubre. Una rayuela, pintada en la entrada del almacén, invitaba a la diversión y los visitantes ingresaban saltando. Luis Alberto elaboraba velas de diferentes formas y colores y, con ellas se inició un ‘boom’. Además, como cuenta Miriam, tenían el fin de rescatar objetos artesanales y darles un nuevo valor, como hicieron con la shigra, que usaban los indígenas para recolectar su cosechas. La música también fue esencial. En un pequeño altillo, con cojines en el suelo y alumbrado con luces psicodélicas estaban los discos. De esta forma, pronto Ninacuro se convirtió en un sitio único, un punto de encuentro, donde las nuevas generaciones disfrutaban de esa mágica atmósfera creada por esa ola de ‘paz y amor’.
Desde que murió el fundador de Ninacuro, hace casi 20 años, su esposa guardó el nombre del almacén como si fuese el tesoro más grande que pudiese dar a sus hijos en herencia. “Lo sentí de corazón, porque además era un homenaje a su papá que siempre fue una persona muy especial. Este nombre es oro, es la fuerza, es una parte de nuestra filosofía de vida”, dice Miriam.
Y así fue. Su hijo Luis Eduardo Cordovez, decidió seguir los pasos de su padre cuando tenía apenas 15 años y comenzó a ganarse una platita haciendo velas con sus amigos. Pero cuando regresó de la universidad, emprendió formalmente la tarea de dar nueva vida a la marca, mediante la elaboración de productos ecológicos de alta calidad que se vendan en los supermercados y las tiendas especializadas del país; de allí su eslogan: ‘La fuerza de lo natural’.
Hace pocos días, Ninacuro reinauguró su almacén, en Quito, en la calle Muros N27-193 y González Suárez. “La idea no es solo de contar con un espacio donde vender los productos, sino tener la posibilidad de acercarnos a nuestros clientes, de ver de primera mano sus necesidades y buscar, además, una línea de franquicias, a escala nacional y ojalá internacional”, explica Luis Eduardo. El nuevo local busca recrear la calidez humana, que tenía antaño. Allí, las velas y los múltiples colores abrigan la estancia. Los aromas de los jabones de glicerina de distintos olores que se venden al peso, las cremas, los inciensos, las sales para el baño y los aromatizantes crean una atmósfera relajante; mientras que los más variados objetos decorativos, artesanías de gran calidad distraen la mirada.
Pero los objetivos de Ninacuro no terminan con su almacén, ya que continúan en crecimiento constante y desde el próximo año distribuirán sus productos también en Colombia. En el último año, emprendieron una reingeniería de la empresa, incorporando a un nuevo grupo humano, entre quienes está Bernardo Sáenz (primo de Luis Eduardo, que se encarga de la parte administrativa). Además, constantemente están creando nuevos productos para abrir más almacenes y trascender incluso las fronteras del Ecuador. “Buscando nuestras raíces, lo que hacemos es crecer más y, gracias a Dios, hemos tenido tan buenas raíces”, concluye Luis Eduardo.