Tras haber sido atropellada el 27 de diciembre del 2018, Maryuri emprendió un largo tratamiento de recuperación con convicción, optimismo y esperanza. Foto: Roberto Peñafiel/ EL COMERCIO
Maryuri Pozo quiere volver a caminar sin problemas y montar bicicleta. Cada día tiene la esperanza de patear el balón y jugar fútbol con sus amigos de la escuela.
La niña de 11 años se levanta de la cama y se topa las cicatrices que tiene en sus dos piernas. En ocasiones llora. Se apoya con una muleta para avanzar hasta la cocina, donde su abuela prepara el desayuno. Le gusta comer huevos revueltos con pan y no le agrada la leche.
A las 10:00 inicia la rutina para fortalecer sus piernas. Apoya sus muslos en una pelota y presiona hacia abajo por un tiempo prolongado. Esto le ayuda a ganar fuerza en las extremidades. Luego sale al patio de la casa para calentar su cuerpo con el sol. El viernes 26 de julio, Maryuri recordó el día que sufrió el accidente.
Era la mañana del 27 de diciembre del 2018. Salió de la casa ubicada en el barrio Las Alcantarillas, en la Mitad del Mundo, para comprar un jarabe a su hermano menor que tenía gripe. Abordó un bus, porque la farmacia queda en San Antonio, a 10 minutos de donde vive. Cuando se bajó intentó cruzar la calle para llegar a su destino, pero fue embestida por un vehículo. No recuerda más.
Según las estadísticas de la Agencia Nacional de Tránsito, en lo que va del año, en Pichincha se han producido 2 558 accidentes. De ese número, 1 640 han terminado en lesiones de sus víctimas.
Gabriela Collaguazo se enteró que su hija fue atropellada cuando la menor ya estaba en el hospital. Ella no puede usar el teléfono en su trabajo, porque es instrumentista de quirófano. Cuando se desocupó vio en su celular que tenía decenas de llamadas perdidas de su esposo y pensó lo peor. Al llamarlo se enteró del trágico hecho.
La mamá llegó agitada al hospital Baca Ortiz. Se pasó la seguridad no hizo caso a nadie. Solo quería saber el estado de su pequeña. Cuando ingresó a la sala, el doctor le dijo que había sufrido una fractura bilateral del fémur y que debía ser intervenida quirúrgicamente. La madre abrazó a su hija y lloraron juntas.
La operación, que se produjo una semana después, duró cinco horas. Le colocaron dos clavos en cada pierna para sostener los huesos y terminó con una extremidad más larga que la otra.
La familia pasó el fin de año en la sala de un hospital y ese solo fue el inicio de un sacrificado camino a la recuperación de Maryuri.
Luego de la cirugía, la niña llegó en una silla de ruedas a su hogar. Sus hermanos menores no entendían la situación y solo la abrazaron.
Durante los primeros días de recuperación, Gabriela pidió permiso en su trabajo para atender a su hija, porque no podía valerse por sí misma ni movilizarse con facilidad. La pequeña utilizó pañal y tenía la pierna izquierda enyesada. “Yo trabajo en temas de salud y siempre me daba pena de los casos que veía. Nunca creí que yo iba a pasar por lo mismo”, dijo la progenitora.
A Maryuri le gustan los juegos en línea y siempre interactúa con pequeños de diferentes partes del mundo. Foto: Roberto Peñafiel/ EL COMERCIO
Maryuri estaba desanimada, lloraba, no se alimentaba. Tampoco quería salir al patio, porque sentía vergüenza de su estado. “Mami tengo miedo, por qué me pasó a mí”, comentaba a diario.
Madre e hija visitaron al médico para solicitar terapias de recuperación, pero se decepcionaron al escuchar que diariamente les costaría USD 25 y demoraría de nueve meses a un año para recuperar la movilidad en sus piernas.
La mujer no tenía el dinero suficiente para pagar, pero no se rindió. Un día leyó en un anuncio sobre un centro de rehabilitación en la Mitad del Mundo y la primera semana de febrero inició con las terapias.
Un tío de Gabriela recoge a la pequeña de su casa los lunes, miércoles y viernes a las 16:00 para llevarla al centro. Su recuperación tiene un costo de USD 80 por 10 días al mes.
La niña sube a la camilla, conecta los audífonos en el celular y mira videos de Alzate y de Nicky Jam, mientras dura el tratamiento. Lo primero que recibe es la magnetoterapia. Esto permite que sus huesos fracturados se consoliden de a poco. Luego, las fisioterapeutas la tratan con máquinas de analgésicos para aliviar las molestias en sus piernas.
El semblante de la menor es diferente que cuando llegó en una silla de ruedas. Paola Merizalde, encargada del Centro de Rehabilitación Mitad del Mundo, recordó que cuando la niña fue por primera vez al lugar no colaboraba con el tratamiento, porque se sentía triste.
Ahora ya sonríe, juega con las terapeutas, conversa con otros pacientes y chatea con sus amigos.
Merizalde dijo que cuando la silla fue reemplazada por un andador, vio que la sonrisa de Maryuri volvió a su rostro y puso entusiasmo para realizar los ejercicios. En la actualidad utiliza una muleta para movilizarse.
Ella tiene rutinas de fortalecimiento y flexibilidad donde abre y sube sus piernas con la ayuda de un elástico. Practica en una caminadora y realiza suaves movimientos de las extremidades en una piscina.
Durante la terapia nunca deja a un lado el celular. Uno de sus pasatiempos favoritos es jugar en línea con niños de otras naciones y aprovecha ese momento para subir de nivel en el videojuego. “Soy jugadora de bronce y quiero llegar a plata”, comentó contenta, mientras se escuchaban sonidos de disparos desde el móvil.
Cuando termina la terapia, la niña vuelve con más energía a su casa. Persigue a los gatos y perros que tiene como mascota. Improvisa una cancha de fútbol con sus hermanos y patea la pelota. Cuando se cansa vuelve a su cuarto. Ella admira a la cantante Karol G y se recortó el pelo para parecerse a ella.
Más tarde mira videos de coreografías e intenta bailar al ritmo del reggaetón. Cuando llega su madre del trabajo le invita a ejercitarse con ella. “Bailemos para bajar de peso”, le dice la pequeña.
En ocasiones redacta en un cuaderno las situaciones que vive día a día. También dibuja los memes que mira en las redes sociales. De grande quiere ser profesora.
Al terminar el día, la niña besa a su madre y abraza a su padre para despedirse de ellos. Deja la muleta a un lado y se arma de valor para caminar por sí sola. No tiene miedo de caerse. Se apoya en las paredes u otros objetos hasta llegar a su cama y conciliar el sueño.
Antes de dormir se toma selfies o graba algún video con una aplicación móvil y envía a sus
Maryuri deberá seguir el tratamiento por tres meses más. La fisioterapeuta Paola Merizalde espera que en ese tiempo logre readecuar su caminar y se mejore la postura de su cadera.