Allisson Delgado, 28 años, es teletrabajadora. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
La crisis sanitaria ocasionó una fuerte salida de la mujer del mercado laboral, para asumir tareas de cuidado del hogar.
La última encuesta de empleo del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) evidencia que subió el número de personas inactivas; es decir, que no tienen trabajo y que tampoco han hecho gestiones de búsqueda, pero el incremento fue más importante entre las mujeres.
La población inactiva sumó en diciembre del 2020 unas 4,5 millones de personas, casi 180 000 más que en el 2019; de esa cifra, 61% está conformado por mujeres: cerca de 110 000.
La principal explicación de estas cifras, según Roberto Castillo, exdirector del INEC, está en que las tareas de guiar en el estudio a los niños, debido a que no pueden asistir a clases presenciales, recayeron especialmente en las madres de familia.
En esto coincide la analista laboral Andrea Muñoz. “Las trabajadoras priorizaron el rol de madres o de hijas a cargo de sus padres. Esto, definitivamente, agudizó en el último año la brecha de género en cuánto a acceso y mantenimiento de empleos de calidad”, dijo.
La pérdida de trabajo también afectó más a las mujeres; sus indicadores de desempleo son más del doble que los de los hombres.
Las actividades de servicio fueron las más afectadas por la crisis económica derivada de la pandemia. Y fue el segmento donde más empleo perdieron las mujeres el año pasado.
El área de servicios está compuesta mayoritariamente por población femenina. En esta actividad, 150 000 mujeres perdieron su empleo a finales del 2020.
En cambio, aquellas que lo conservaron perciben una menor remuneración.
El salario promedio para quienes trabajan en el área de servicios, por ejemplo, se redujo de USD 518 a 480 al mes, entre diciembre del 2019 e igual mes del año pasado.
“En términos reales, las mujeres que laboran en servicios ganan 7% menos hoy en día”, resaltó el exdirector del INEC.
Otro problema es la brecha salarial. El ingreso laboral entre la mujer y el hombre tuvo una diferencia del 15% en diciembre del 2020. Es decir, por cada dólar que ellos ganan en el Ecuador, ellas obtienen 85 centavos.
Para Alexandra Moncayo, directora de Care Ecuador, las madres y las mujeres mayores de 40 años tienen más dificultades en ser contratadas y más probabilidad de ser despedidas, ya que existe la percepción errónea de que no cumplirán con sus tareas por tener el rol de cuidadoras del hogar. “La carga de cuidados se incrementó en el último año por la pandemia, más aún por el cierre de escuelas y colegios”, dijo.
Castillo cree que hace falta una política pública que permita la incorporación de más mujeres al mercado laboral, como incentivos para las empresas, a fin de promover su inclusión. “Es una tarea pendiente que debería asumir el siguiente gobierno, cualquiera sea el que ocupe la Presidencia”.
Muñoz cree que falta una reestructuración de la cultura organizacional de las empresas para igualar el porcentaje de hombres y mujeres en la plantilla. El Gobierno prevé enviar esta semana una propuesta de la economía violeta, que plantea incentivos para promover mayor contratación de mujeres.
Tres trabajadoras cuentan sus vivencias y cómo la pandemia cambió su vida familiar y laboral.
Allisson Delgado: “No me despego del computador”
“El teletrabajo fue muy diferente porque justo en la emergencia sanitaria me casé. Junto a mi pareja vimos un departamento y nos mudamos en marzo. Cuando empecé el trabajo virtual, la empresa solo nos dio la computadora. Yo no tenía nada en casa y trabajé hasta en el mesón, ese que divide la sala y cocina, sentada en una silla que me hacía doler la espalda. Luego, en el transcurso del año, la empresa me dio una silla y un escritorio. Me cambié de casa nuevamente y ahí ya adecué un cuarto. Fue un cambio duro, porque como soy recién casada me toca hacer todas las cosas de la casa y, además, cumplir con el teletrabajo. Durante la cuarentena, con mi esposo, nos turnábamos en los quehaceres, pero luego él volvió a la oficina. Para mí, atender las tareas de mi hogar es difícil, porque tengo horarios rotativos. El almuerzo lo compro porque no tengo tiempo de cocinar, no me despego de la computadora casi las ocho horas que trabajo, solo me levanto para tomar agua y estirarme un poquito. Los fines de semana sí trato de cocinar, porque ahí ya me desconecto de todo, ese tiempo ya es para ambos”.
Anyi Hernández: “Mi día termina casi a las 23:00”
Anyi Hernández, 32 años, revisa las tareas a su hijo. Foto: archivo particular
“Me levanto a las 06:30 para dejar todo listo para mis tres niñas -una de 2 años y mis pequeñas gemelas- y mi hijo de 16 años. Desayuno con mi esposo y corro al trabajo, salimos de casa a las 07:45, ya con todas las protecciones, porque solo nosotros vamos a la oficina y hay temor de contagiarse y afectar a los míos. En el trabajo me cuido bastante tomando distancia, temo contagiarme y luego a mi familia. Yo soy asesora comercial en una empresa, por lo que tengo bastante contacto con personas. En mi casa, mi suegra nos ayuda con mis hijas y controla que mi hijo adolescente cumpla con todo en sus clases virtuales, mientras no estamos. Con mi esposo llegamos todos los días a las 18:45 de la oficina, hacemos un proceso de desinfección total de ropa y zapatos antes de entrar a la casa. Eso es ya parte de nuestra rutina diaria, ahí empieza mi otro rol, el de mamá. Preparo la cena y luego reviso las tareas con mi hijo, converso con él para saber qué le pasó en el día o qué no entendió de las clases en línea. A veces nos sentamos a ver televisión un rato antes de ir a la cama. Mi día termina casi a las 23:00”.
Ana Arteaga: “Vencí el temor de perder mi trabajo”
Ana Arteaga, 50 años, comercializa productos. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
“Perdí mi trabajo en octubre y la afectación fue muy dura, no solo en lo económico sino también por lo emocional, ya que yo era feliz con lo que hacía. Me desempeñaba en el área de experiencia de clientes en una multinacional. La necesidad de encontrar un nuevo empleo en medio de la crisis fue muy agobiante, pero nunca perdí mi espíritu positivo y proactivo. Me tomé el tiempo necesario para asimilar lo sucedido (alrededor de un mes) y ejecuté lo más pronto posible un plan acción. Para diciembre, abrí un emprendimiento en el que comercializo varios artículos como jabones, cremas, velas aromáticas, aproveché las festividades para impulsar el negocio y generar ingresos para mi hogar. He logrado salir adelante poco a poco, sin perder el sentido del humor y la alegría que produce intentar algo nuevo todos lo días. Luego de haber trabajado casi 30 años en modalidad presencial, el gran reto fue readaptarme. Vencí el temor lógico que provoca salir de una megaempresa que me otorgaba seguridad. A pesar de esa angustia diaria, he aprendido a ser positiva sin bajar la guardia”.