El saldo hasta ayer de la nueva oleada de violencia en la Franja de Gaza resulta desalentador: al menos 620 palestinos y 29 israelíes muertos en dos semanas de un conflicto que, lamentablemente, se profundiza. A la vista, al menos por ahora, no se avizora una salida.
Desde su impotencia a la cabeza de un organismo que, a todas luces se muestra inútil y debilitado, el Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha llamado a las partes a “dejar de pelear”.
Ban Ki-moon ha resumido bien lo que plantea la comunidad internacional, cuya atención en la actualidad parece centrada en otras tribulaciones. Aunque pocos le escuchan, el Jefe de la ONU aboga por una tregua entre el Estado de Israel y el grupo radical Hamas. Es decir, que las fuerzas hebreas cesen su ofensiva en la cada vez más traumatizada Franja de Gaza y que los combatientes de la organización fundamentalista congelen los lanzamientos de cohetes a zonas residenciales israelíes.
El planteamiento del Jefe de la ONU, sin embargo, dibuja una utopía, en medio del reguero de muertos, de uno y otro bando, que sobrecoge día a día. En especial, porque en la explosiva región, uno de los puntos más calientes del planeta, persiste el cúmulo de problemas de fondo que han generado la crisis.
Así, los bombardeos israelíes y los contraataques de Hamas terminaron por sepultar un posible acercamiento entre el Estado hebreo y la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Esta última es encabezada por Mahmud Abbas, otro dirigente que desde la impotencia ve el callejón sin salida en que Hamas y sus combatientes lo han metido.
Los muertos y la violencia de estas dos semanas, que han creado una crisis humanitaria en Gaza y han bloqueado el acceso por aire a Israel, han apuntalado aún más el enorme recelo entre las dos partes. De paso, cierran la puerta a la única solución posible: el surgimiento en la práctica de un Estado palestino.