En el verano del 2007 tomé un avión a Tapachula, un pueblo en la frontera con Guatemala, y me instalé en el albergue del padre Flor María Riggoni. Hasta el 2005 Tapachula era un punto caliente ya que era el primer paraje de entrada hacia México. Era un foco para todos los malosos, para las maras.
Todavía se escucha que las maras se suben en el tren, machetean a la gente, les roban y se bajan. Son asaltantes. Son una mafia institucionalizada en una violación sistemática.
Pero el huracán Stan destruyó todos los puentes que conectan ese pueblo con Arriaga y se calmó.
Son 300 km sin ferrocarril en el que necesariamente la gente tenía que movilizarse por la carretera o caminando por el monte.
En la carretera hay controles cada 10, 20 y 30 km, por lo que la gente opta por ir en ‘combies’ (busetas), pagarle extra al chofer y pedirle que se detenga antes de la caseta migratoria para rodearla caminando.
En el albergue del padre pelaba papas, limpiaba baños, cualquier cosa que había por hacer. Si había que llevar a alguien al hospital, también lo hacía.
Ahí conocí gente y empecé a entender bien sobre el tema migratorio pero la actividad era menor.
Mi siguiente parada fue Arriaga. Viajé en tren y me subí al último vagón porque me habían dicho que es el más seguro. Primero, en el invierno llueve y los trenes se descarrilan con toda la gente arriba. El último vagón tiene menos posibilidades de hacerlo. Después, solo tienes que estar preocupado de la gente que viene del resto de vagones. Es un método de cuidarte la espalda. En Arriaga me hospedé en un hotel de mala muerte al lado de las rieles.
Después fui para Ixtepec. En esa travesía en tren, yo pagaba por seguridad. Le pagaba a un gallo con cara de pocos amigos y una 9mm para que esté atrás mío. Imagínate care gringo como yo con una camarota no vivo para contarlo. Para empezar me sacan la cámara.
Y si no lo que pasa con mucha gente. Se cae del tren y le pasa por encima. El tren los absorbe, los mata y si no los mata, los mutila.
Es más, en Tapachula hay un albergue solo para migrantes mutilados. Ahí les ayudan con el tema de las prótesis y demás.
En Ixtepec conocí al padre Alejandro Solalinde. Ese albergue era un terreno baldío en el que había una plancha de cemento, un techo de zinc que hacía las veces de capilla y una cocina.
Los albergues son lugares extremadamente tensos, aburridos porque la gente está en constante espera. No hay nada que hacer, además no se sabe cuándo va a llegar el tren. Llega cuando le da la gana.
Pueden llegar dos en un día como puede llegar uno en la semana porque obviamente el tren no es para las personas, son trenes de carga. Y cuando llega, a veces tarda un día en salir, a veces sale inmediatamente.
El tiempo pasa muy lento. Conversas con la gente, te haces amigos. Con otros no cruzas ni una palabra. Hay que ver que se hace. Una noche esperando al tren nos pusimos a contar cachos. Hay que ingeniárselas para quemar el tiempo.
Impresiona ver la resistencia que tiene esta gente. Te preguntas qué es lo que tiene que pasar en la vida, cuáles tienen que ser tus condiciones para hacer este vía crucis, porque es realmente una odisea.