Si se le pregunta a un lugareño qué es lo más lindo de Salta, no dudará en afirmar que es su gente. El salteño es muy conversador. Se da a la gente; no tiene reparos en charlar, detenerse para responder a las preguntas.
“Es que los salteños sabemos que de eso depende nuestra vida. Casi todos estamos viviendo del turismo y si somos amables, sabemos que volverán o recomendarán venir. Acá todos te darán la mano. Nadie te va a robar. Podés caminar a cualquier hora y no va a pasar nada. Puede que te roben, pero son pocos los casos. Además, hay tantos policías en la calle, que los ladrones no se animan”, dice José Pérez, otro taxista, con la ‘r’ arrastrada, propio del acento cantado de la zona.
“Es la cuarta vez que vengo y regresaré el próximo año. Lo tengo claro. Es la gente la que me anima a venir”, sostiene Gabriel García, un ingeniero en electrónica que pasea por la provincia tratando de conocer más personas. “Los salteños nos enseñan mucho a los porteños que nos creemos el ombligo del mundo, pero acá me doy cuenta que somos ignorantes”.
Esta apertura de los salteños hacia los afuereños, que cada año llegan en mayores cantidades desde que hace una década la provincia se proyecta como destino turístico, tiene una explicación, según Vanina: “es que somos una sociedad muy tradicional, pequeña, y creo que estamos un poco aburridos de nosotros mismos”.
Salta capital tiene 535 000 habitantes (la provincia de Salta tiene 1,2 millones), según el censo del 2010. El ritmo de vida no tiene el vértigo de las grandes urbes, y siempre hay tiempo para hablar, parrandear y la siesta, algo sagrado entre 13:30 y 16:00.
El aspecto colonial de su centro, con iglesias y conventos que se levantan casi en cada esquina como en Quito, muestran el peso de la iglesia católica. “Imaginate –explica Vanina- que el gobernador (Juan Urtubey), que está con el Gobierno, mandó una carta en la que felicitó a todos los diputados y senadores que votaron en contra del matrimonio igualitario (entre personas del mismo sexo), un proyecto apoyado por el kirchnerismo”.
Seguramente, aunque muchos lo cuestionen, una figura emblemática de esa paradoja de ciudad que se abre al mundo pero con restricciones es Alfredo Olmedo. Es el diputado con más opciones a ser gobernador en las elecciones de este año. “Tengo mente abierta y cola cerrada”, fue una de las expresiones más utilizadas por este singular hombre. “Y que no nos asombre que pueda ganar la elección y eso muestra lo que es Salta: pueblito conservador en el que el progreso no existe”, dice el poeta Víctor Hugo Lellín.
“Somos una sociedad muy católica”, reconoce el hermano Juan Bo, vestido de hábito café y el pelo cortado al ras. Pertenece a la comunidad de la Santa Cruz, y está vendiendo alfajores en la peatonal principal junto a novicios. Todos ellos llevan el corte de pelo al ras. Y los que más compran y se detienen a hablar con ellos son jóvenes que, si el aspecto permite prejuzgar, no parecen estrictamente religiosos.
“Tenés que venir el 15 de septiembre, cuando por lo menos 600 000 personas vienen de todo el país para la fiesta del Señor y la Señora del Milagro”, sugiere el religioso.
No será la única peregrinación. Desde 1990, los salteños ven cómo cada sábado ingresan cientos de colectivos desde todo el país. Los fieles suben al sector de los tres cerritos en busca de María Livia Galeano de Obeid. Ella dice que habla con la Virgen y que ésta habla a la comunidad a través de ella. La gente cree que es una santa y que tiene el don de la sanación. “A una tía mía la curó de un cáncer”, dice Sebastián, mientras besa su puño jurando que es cierto. Popularmente la llaman la Virgen del Cerro, pero en realidad tiene el extenuante nombre de la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús. Para llegar a la pequeña ermita se toma un colectivo y luego se sube a pie 700 m por un camino de tierra, para ver la única imagen de una virgen arrodillada.
EL COMERCIO quiso dialogar con María Livia, pero se encontraba de vacaciones. Las peregrinaciones son de marzo a diciembre y es, para muchos, un aporte valioso para el turismo. Los más escépticos creen que es un negociado más. El esposo de María Livia, Carlos Obeid, es considerado exitoso y emprendedor concesionario de autos. La Iglesia Católica aún no ha aprobado el milagro y tampoco Obeid ha colaborado con la entrega de documentación necesaria de los milagros que afirman que en el cerro ocurren.
No será la religiosidad la que únicamente otorga ese carácter tradicional en el pueblo salteño, sino lo fuertemente estratificada que es la sociedad. “Somos gobernados directa o indirectamente por oligarquías que provienen desde la Colonia”, dice el poeta Víctor Hugo Lellín, quien llegó de Córdoba a Salta como un exiliado interno luego del golpe militar de 1976. Esas diferencias de clase aún se perciben, según Lellín. “Cuando vine, yo iba a tomar café en el hotel Salta, que era el lugar en donde la oligarquía realizaba sus fiestas. Cito a un amigo allá. Vivía ya 35 años aquí y no había entrado nunca y tampoco quería hacerlo. Hay lugares en donde la gente no entra”.
El Club 20 de Febrero es el símbolo del tradicionalismo salteño, el sitio exclusivo de la alcurnia local, con apellidos como Aráoz, Boden, Bustamante, Cabanillas. Fue fundado en 1858 por las familias patricias que participaron en las batallas de independencia y que poseen grandes campos.
Si hay alguna crisis económica, aceptan socios nuevos, que sin el abolengo necesario, son fundamentales para equilibrar las cuentas. La selección es rigurosa y se hace a través de bolillas. Los socios actuales depositan una blanca (a favor) y otra negra (en contra). Hay salones solo para hombres y otros solo para mujeres. Cada febrero, desde 1930, se organizan las fiestas en las que presentan a las quinceañeras ante la sociedad.