La edición más “política” de la historia de la Copa Confederaciones terminará este domingo con dos partidos simultáneos en el mítico Maracaná, ambos con desenlace imprevisible. Dentro del Maracaná, Brasil apostará al peso de sus cinco Mundiales de fútbol y a una hinchada de casi 80 000 personas para derrotar en la final a España, campeona mundial y gran favorita.
Fuera del estadio, hay temor a violencia ante las multitudinarias protestas programadas por grupos antiMundial. “No sé si Brasil será campeón de la Copa Confederaciones, pero puedo anticipar que la Copa de las Manifestaciones logrará una victoria por goleada”, prometió el líder estudiantil Tadeu Lemos. Unos 6.000 efectivos policiales cerrarán el acceso al estadio de cualquier persona que no tenga una entrada para la final, que se jugará a partir de las 19:00 hora local (17:00 de Ecuador).
Los habitantes de edificios vecinos al Maracaná sólo podrán llegar a sus casas si presentan un pase especial, suministrado por las autoridades. El “operativo de guerra” armado para la final refleja la tensión política que marcó la edición brasileña de la Copa Confederaciones desde su inicio, el 15 de junio. El partido inaugural entre Brasil y Japón se inició con un gigantesco abucheo a la presidenta Dilma Rousseff por parte del público de más de 60 000 personas en el estadio Castelao, de Brasilia, mientras que en las calles vecinas surgieron las primeras protestas contra los millonarios gastos públicos para organizar el torneo y el Mundial de Brasil 2014.
“¿Copa para quien?, fue la consigna de los primeros actos, que luego arrastraron a más de un millón de personas -en su mayoría jóvenes estudiantes- a las calles de un centenar de ciudades de todo el país, entre ellas las seis sedes de partidos de la Copa Confederaciones. Las demandas se ampliaron: los manifestantes protestaban contra el aumento en el precio de las tarifas de autobús, exigían el fin de la corrupción, mejores servicios públicos de transporte, salud y educación y rechazaban la violencia policial.
La ola de protestas tomó totalmente por sorpresa a todos -a la FIFA, a los analistas políticos, al Congreso y a los gobernantes- y tuvo efecto inmediato. Gobernadores y alcaldes anularon el reajuste de los precios del transporte público, los legisladores trasnocharon para rechazar rápidamente proyectos polémicos -como el que limitaba el poder de investigación del Ministerio Público– y Rousseff prometió escuchar “las voces de la calle” y realizar un plebiscito con miras a una amplia reforma política.
Sorprendida por la turbulencia inédita en la historia de la Copa Confederaciones -cuya primera edición se realizó en 1992, en Arabia Saudí-, la FIFA se quedó en una situación delicada. “Si no decimos nada sobre las protestas, dirán que a la FIFA sólo le importa el fútbol. Si hablamos demasiado, se quejarán de que estamos interviniendo en temas exclusivos de los brasileños”, dijo el portavoz de la FIFA, Walter de Gregorio.
El secretario general de la entidad, Jerome Valcke, pidió al gobierno y a la prensa brasileña que dejen en claro que los gastos en la preparación de la Copa Confederaciones y el Mundial no son la causa de los precarios servicios públicos de Brasil: “No es el Mundial el problema”, aseveró. Pese a que no es el único -y quizás tampoco el principal- blanco de las protestas, Rousseff ha sido la más afectada por el estallido social.
El índice de los que califican su gestión de “excelente” o “buena”, que al iniciarse el torneo llegaba a un 57%, se desplomó a un 30%, según un sondeo del Instituto Datafolha divulgado hoy. Según asegura la prensa local, la mandataria desistió de ir a la final en el Maracaná por temor a nuevos abucheos. La información no fue confirmada de inmediato por el gobierno, pero la agenda divulgada por la Presidencia afirma que Rousseff pasará el domingo “sin citas oficiales”.
El gran interrogante es qué pasará en Brasil después de la Copa Confederaciones: ¿habrá una merma de las protestas o el movimiento se mantendrá hasta las elecciones presidenciales y parlamentarias de octubre del próximo año? Para la FIFA, la principal duda es si las manifestaciones volverán a ocurrir -hasta con más fuerza- durante el Mundial de 2014, que reunirá en Brasil a 32 selecciones y a legiones de periodistas y visitantes extranjeros. Al menos por ahora, la FIFA descarta retirar de Brasil el derecho a organizar el próximo Mundial. “No hay plan B”, aseveró el presidente de la entidad, Joseph Blatter.