El miedo al ébola transformó a Bellajah, en Liberia, en un pueblo fantasma, donde esporádicamente se escuchaban los gemidos de Fatu Sherrif, una niña de 12 años, que permaneció encerrada en su casa “ocho días sin comida ni agua”, junto al cadáver de su madre, antes de morir ella también.
La fiebre hemorrágica destruyó a su familia, cuenta Momoh Wile, jefe de la localidad, situada a unos 150 kilómetros al noreste de Monrovia, cerca de la frontera con Sierra Leona.
Según este septuagenuario con barba y pelo blancos, al que la AFP entrevistó en Bellajah el domingo, la niña vivía sin problemas particulares con su padre, de 51 años, su madre, de 43 años, y su hermano mayor, de 15 años.
El 20 de julio, al detectarse el virus en la familia, cundió el pánico en el pueblo de 500 habitantes, los cuales se distanciaron de los Sherrif y pusieron al tanto de lo que ocurría a las autoridades sanitarias.
Como estas últimas demoraban en venir, los habitantes del pueblo protestaron levantando barricadas en la carretera que lleva a Sierra Leona. Cuando llegó el equipo que había enviado el ministerio de Salud, el padre ya había muerto desde hacía cinco días y la madre y la hija estaban enfermas.
Sólo el examen que se hizo al hijo para saber si tenía ébola dio negativo. Los agentes sanitarios recuperaron y enterraron el cuerpo del padre y “nos pidieron que no nos acercásemos a la mujer ni a su hija”, explica Momoh Wile.
“Clausuraron las puertas y ventanas de la casa con la mujer y su hija adentro”, agrega. Ambas “lloraban día y noche, sin parar, y suplicaban a la población que les trajera comida, pero todo el mundo tenía miedo” de acercarse a la casa, donde permanecían “sin comida ni agua”.
La madre murió el 3 de agosto y la hija quedó encerrada con su cadáver. “El 10 de agosto vinieron” los agentes sanitarios a llevarse el cuerpo y enterrarlo, prosigue Momoh Wile, rompiendo a llorar. “Sólo queda la niña que se pasa llorando”, agrega.
Desde la calle, no se ve el interior de la casa, ya que las puertas y ventanas están selladas, constató la AFP.
Los gemidos de la niña se rompen esporádicamente el silencio en el que vive ahora el pueblo, casi desierto, con las calles llenas de pozos y cubiertas de basura.
En algunas casas, abandonadas rápidamente con las puertas abiertas también quedaron abandonados efectos personales.
Las poblaciones de las aldeas circundantes rechazaron a los habitantes de Ballajah que huyeron, dice Momoh Wile.
Estos habitantes “se fueron al bosque. Estoy aquí con algunos parientes de familias que también están en el bosque. Cabe decir que éste es un pueblo abandonado”, añade. A Bernie, el hermano de Fatu, al descartarse que tuviera ébola, se le prohibió entrar en la casa, explica.
No obstante, rechazado por los habitantes, se refugió en una casa abandonada, lúgubre, donde lo vio la AFP.
El joven está flaco, triste y parece muy cansado. Viste una camiseta sucia y descolorida y lleva sandalias viejas. “Aquí estoy. Aquí duermo y estoy todo el día. Nadie se me quiere acercar y eso que saben, porque la gente les dijo, que no tengo ébola. Cuando tengo hambre, voy al monte a buscar verdura”, dice.
El martes, Momoh Wile, en declaraciones telefónicas a la AFP, indicó que Fatu había muerto en la noche del lunes, sola, sin agua ni alimentos, y que no tenía noticias del hermano de la niña. Interrogadas al respecto, las autoridades sanitarias optaron por no hacer comentarios por el momento.
El número de muertos por el virus ébola superó el millar, con 1.013 fallecimientos hasta el 9 de agosto, según el último balance de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Liberia registraba 323 muertos.