Con el director de teatro Patricio Vallejo, en esos viajes ansiosos que hacíamos al estadio para ver Aucas-Deportivo Quito, discutíamos si hay meses propicios para los divorcios.
No teníamos estadísticas, pero manejábamos la sospecha de que debe ser diciembre. “La mujer te dice ‘vamos de compras navideñas’ y vos ¿qué le dices? ‘¿Estás loca? Si juega el Quito con el Aucas la liguilla, anda vos con los guaguas’. Se ha de enojar, ¿no?”, decía Vallejo.
No hay nada más dramático que una relación de pareja entre un futbolero y una mujer que no solo no le guste, sino que lo desprecie. Y es cierto, la mujer va cada vez más al estadio, pero es todavía algo llamativo.
El amor admite hasta cierto punto la tolerancia. A mí me ocurre algo curioso: casi todas mis ex parejas terminaron odiando al Aucas, porque decían que lo quería más que a ellas, más que a la poesía, más que a la misma familia.
Talvez haya una predisposición genética. A mi hermana, por ejemplo, no le interesaba el fútbol, pero no se hacía problema con que su marido fuera todos los domingos al estadio.
Y volviendo al divorcio. Sin embargo, debe ser junio-julio de cada cuatro años cuando las parejas corren un verdadero riesgo, porque el problema no son las mujeres que gustan del fútbol sino aquellas que no entienden que hasta un Australia-Japón es interesante.
Más grave son aquellas que de pronto movidas por la euforia, de la noche a la mañana, y pese a los años de convencerla inútilmente que el fútbol es algo bello, se dedican a mirar el Mundial y dicen cosas como “qué chiquitito que es Messi”, “cómo se va a hacer ese peinado” y lo peor: “pero qué mal están jugando”.
Hablan de hombres, lo que es terrible porque ¿qué se puede decir contra Paolo Maldini (equivalente a Carla Bruni para nosotros) a quien las mujeres no olvidan hasta ahora?
En realidad, el futbolero de este hemisferio corre en este mundial un riesgo peor porque será por la mañana. Si yo tuviera un trabajo de oficina, no dudaría en comprarme una tv y colocarla sobre el escritorio. Pero a mí que no me diga nadie que no lo vea porque es algo más que un torneo cada cuatro años.
Para el futbolero, no es un evento agraciado de reuniones en casa de algún amigo o un bar, sino una medida de tiempo, nos ubica cronológicamente, lo que pasa será siempre antes o después de un Mundial.
Lo lamentable es que no hay una palabra para definir el tiempo que corre entre mundial y mundial, como “olimpiada”. Pero no me importa: se viene el Mundial. Tendré que acomodar los ritmos de trabajo. Y ahora, por suerte, no tengo pareja.