Víctor Vizuete,
Editor de Construir
“Perra cochina. Le traje estos muguets, la busqué y la esperé una hora. Me voy”. Este es el reclamo dolido de una carta sin fecha escrita con rabia.
“No eran celos, amor, sino exigencia de tu plenitud, de tu totalidad. Ahora ya te he arado entera, te he sembrado entera, te he abierto y cerrado, ahora eres mía. Para siempre”, justifica en otra misiva sin data ni posdata.
Como en toda pareja, los reclamos baladíes son legión. “Besos, pero ¿por qué no viniste a la hora señalada?”, es la protesta airada resumida en un pedazo de papel.
Claro, como en toda relación furtiva, las vivencias se transmutan en juegos de adivinanzas y secretos. Entonces, con uno de esos encuentros todavía palpitándole en el cuerpo, se atreve a preguntar en tres renglones: “¿Te acuerdas? Yo sí. ¡Ay, qué divino!”.
Se dirá que los mensajes, anteriores -pueriles y triviales- son patrimonio de todo hombre enamorado. Y es cierto. El asunto es que quien escribió estos renglones cotidianos no es otro que el chileno Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura y una de las plumas más preclaras que ha dado América y el mundo.
Qué dicotomía más chusca. Quien amaba el amor de los marineros que besan y se van confesándole -con su letra recontra patoja- a la ‘patojita de su vida’ que “dormí mal, haga todo, sin olvidar chimenea. El coche quedará en el garaje. Llámeme desde la chascona… Su suyo”.
No hay vueltas que darle. El hombre enamorado, sea músico, poeta, científico o loco, es el mismo: romántico por convicción, celoso hasta el cansancio y cursi todo el tiempo. Héroe, villano, víctima, santo, pervertido…
Neptalí Reyes, es decir Pablo Neruda, no fue la excepción. Y fue Darío Oses, otro loco amante de la literatura y los amores furtivos, quien se dio a la tarea de rescatar el lado más mortal de uno de los inmortales de la pluma: las cartas de amor que escribió durante 23 años a Matilde Urrutia, su perra, su patoja, su chascona (despeinada); su… En fin, como el poeta mismo afirma en otra misiva escrita entre las olas de medianoche:
“Santa Matilde, santo amor, santa vida , tú y yo y estos cuatro pájaros para que sonrías…”.
Matilde Urrutia, chilena como Neruda, había nacido en 1912 y conoció al poeta en 1946, durante un concierto de Tchaikovsky en Santiago de Chile.
Cuando conoció a Matilde, Neruda convivía con la que fue la segunda mujer de su vida, Delia del Carril. De manera que las relaciones entre ambos tuvieron que ser clandestinas por un tiempo.
La dolorosa ruptura con Delia no se produjo hasta 1952. Entonces, la enamorada pareja se instaló en la idílica Capri, aunque no pudo casarse hasta octubre de 1966, tras la muerte de María Antonieta Hagenaar, la primera esposa del trovador.
Las cartas recopiladas por Oses sacan a la luz toda esa tormentosa y ajetreada vida amorosa que tuvo una duración de más de dos décadas y que terminó con la muerte del poeta, el 23 de septiembre de 1973, en Santiago.
Las cartas pertenecen a dos épocas: la del amor secreto y la del amor del día. No obstante, pertenezcan a la época que pertenezcan, reflejan en su verdadera magnitud la existencia de un hombre que, como afirma Francisco de Quevedo, se convertirá en polvo, pero polvo enamorado.