Oculto entre dos camiones, Santos Pérez rebusca en una pila de fruta caída en el suelo en una gélida madrugada de invierno. Como él, son muchos los que recuperan alimentos en el gran mercado central de Madrid, una estrategia de subsistencia en una España donde aumenta la pobreza.
“Vale la pena buscar aquí porque lo necesitamos”, explica este dominicano de 37 años que varios días por semana viene al alba para elegir lo mejor de la mercancía perdida en el que se presenta como el segundo mayor mercado del mundo.
Como casi un millón y medio de familias en un país con un desempleo récord de 21,52%, Pérez y su esposa sobreviven sin ningún trabajo, después de que el estallido de la burbuja inmobiliaria, que desató la crisis en 2008, diese al traste con su puesto de albañil.
Sonriente pese a todo, no pierde la esperanza en que el nuevo gobierno conservador de Mariano Rajoy cumpla su promesa de reactivar la economía.
“Él dijo que iba a haber trabajo, vamos a ver qué pasa”, afirma. “Yo espero que la situación cambie”, agrega.
Mientras tanto, entre el incesante ajetreo de camiones en este inmenso complejo formado por decenas de naves, los más afectados por la crisis buscan un buen plan.
“En mi familia somos muchos, entre mis tías, mis primos, sus hijos, más de veinte”, cuenta Verónica Luna, una boliviana de 25 años que con la ayuda de su madre carga una caja de manzanas algo picadas.
“No las hemos comprado, un señor que descargaba un camión nos dijo que escogiésemos las que quisiéramos”, explica. La ayuda no les viene mal: “ en mi casa sólo trabajamos las mujeres”, dice.
Otros tienen menos suerte. Junto a dos africanas que se acercan a buscar en un contenedor de fruta y verdura desechada, Rodrigue, un camerunés de 20 años, fuertemente abrigado contra el frío, arrastra una veintena de cajas vacías.
“Los comerciantes no nos dan gran cosa, cinco céntimos por caja recogida”, asegura. “Pero no tengo otro trabajo y pedir es muy vergonzoso”, dice.
Los que rebuscan en Mercamadrid no son todos inmigrantes. Pero los españoles, menos numerosos, no quieren hablar de un problema que también les afecta y no deja de crecer.
Según datos provisionales para 2011 del Instituto Nacional de Estadística, un 21,8% de la población española vive bajo el umbral de la pobreza, frente a 19,5% en 2009 y 20,7% en 2010.
“Y el año que viene esto va a empeorar”, vaticina Carlos Susías, presidente de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en España, en un momento en que el nuevo gobierno emprende medidas de austeridad con que ahorrar al menos 16.500 millones de euros.
“La pobreza no es un castigo divino, es la consecuencia de las decisiones económicas y políticas”, considera Susías, llamando al ejecutivo de Rajoy a no recortar en sectores como la salud o la educación públicas, esenciales para los más desfavorecidos.
En Mercamadrid, el fenómeno se siente “desde hace unos cuatro años”, afirma Julián Blanco, mayorista de fruta.
Al final de la jornada, muchos de los productos restantes van a parar al Banco de Alimentos, una fundación sin ánimo de lucro, instalada en el mercado, que los distribuye después a entidades sociales.
“Son comedores públicos, asociaciones que ayudan a personas en riesgo de exclusión, ex toxicómanos, inmigrantes, mujeres maltratadas”, explica Celia Fernández, responsable de este centro que gestiona unos 3 000 kg de alimentos diarios.
Desde hace unos años, “las entidades reciben a más gente en busca de ayuda y en el Banco de Alimentos tenemos lista de espera”, añade.
Así, según el último informe de Caritas, en tres años se duplicó el número de peticiones de ayuda recibidas por esta organización benéfica católica, pasando de 910 812 en 2007 a más de 1,8 millones en 2010.