Las elecciones francesas se han convertido en un momento crucial para la supervivencia de la Unión Europea. La campaña refleja un país fracturado. Fotos: Agencia AFP
Por estos días los 66 millones de franceses presencian un caótico paisaje político. Por un lado, un electorado urbano favorable a Emmanuel Macron; por otro, una Francia rural conquistada por Marine Le Pen. El mapa electoral de la primera vuelta de las elecciones presidenciales pone en evidencia profundas diferencias geográficas y sociológicas.
Macron, un centrista proeuropeo, con 23,8% de los votos, y Le Pen, una ultraderechista antiglobalización, con 21,4%, se impusieron el pasado domingo en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Francia y disputarán el balotaje el próximo 7 de mayo. Apenas se publicaron los primeros resultados, salió a la luz la fractura entre dos Francias: las de las grandes ciudades globalizadas y cosmopolitas que apostaron por Macron, y las de las localidades rurales y ciudades pequeñas y medianas a menudo olvidadas y empobrecidas, que votaron masivamente por la antieuropeísta Le Pen.
La líder del Frente Nacional (FN) -el partido xenófobo fundado por su padre, Jean-Marie Le Pen, en 1972- obtuvo sus mejores resultados en las regiones afectadas por la desindustrialización y el desempleo, como en la región del norte, donde consiguió 31% de los sufragios. Entre quienes le dieron su voto están las mujeres, los agricultores y los electores desilusionados de la clase media.
“Ellos (las élites) no se dan cuenta de nuestra situación. Si tuvieran que vivir con 1 300 euros al mes, entonces se darían cuenta de las dificultades que atraviesan muchos franceses hoy”. Así justifica Carine Sayed, de 30 años y residente en un suburbio de París, su voto por Le Pen.
El resultado más significativo fue el registrado en la capital, París, donde Macron, candidato del movimiento ¡En Marcha!, obtuvo 34,9% de los sufragios, mientras que La Pen no logró superar el 5%.
Esa doble fractura social y geográfica del electorado francés se reveló esta semana en la norteña ciudad de Amiens, donde Le Pen realizó una inesperada visita a una fábrica.
Por sorpresa y demostrando la cintura política que siempre se le ha atribuido, Le Pen apareció junto a los trabajadores en huelga de la fábrica de electrodomésticos Whirlpool, que ha decidido trasladar su producción a Polonia, donde el costo de la mano de obra es más barato, mientras Macron se reunía a puerta cerrada con los sindicatos en la Cámara de Comercio.
A Le Pen la recibieron con sonrisas y selfies. A Macron, con humo y abucheos. Ella irrumpió como la protectora de la gente de la calle ante las fuerzas ciegas de la globalización. Él, como el exbanquero y exministro que carga con la imagen de hombre de la élite, más cómodo en los pasillos del poder que en el barro de los suburbios industriales.
“Es la Francia obrera, que se siente traicionada por los grandes partidos, abandonada por la izquierda y comprendida por el FN, la Francia que sigue viendo en Macron un representante de las élites que, en su opinión, han precipitado el declive”, sostiene el analista Marc Bassets.
El FN llega a votantes que dieron la espalda a los partidos tradicionales -el socialista de François Hollande y el conservador de los republicanos, y a los que apenas atrae Macron, estrella fulgurante y favorito en las grandes ciudades. El nuevo partido obrero de Francia es el Frente Nacional, señala el politólogo Henrik Uterwedde, del Instituto Franco-Alemán de Ludwigsburg. Su electorado -dice- es claramente el peor formado, a menudo compuesto por obreros, muchos desempleados.
“Hoy ya no existe la misma convicción de que el FN sea un peligro para la democracia y los resultados anunciados son extremadamente inquietantes”, opina Dominique Sopo, presidente de SOS Racisme. Lo cierto es que el país navega por aguas desconocidas de la política luego de la primera vuelta. Por primera vez en casi cuatro décadas, los franceses castigaron a los partidos de izquierda y derecha y llevaron dos propuestas alternativas a la segunda vuelta electoral. Analistas creen que con estos resultados el sistema bipartidista ha pasado a la historia.
Sylvie Kauffmann, directora editorial de Le Monde, asegura que nunca antes había sucedido que un presidente francés decidiera no contender a la Presidencia para un segundo término, como lo hizo Hollande en diciembre, reconociendo su popularidad históricamente baja. Nunca antes todas las figuras de la clase dirigente de la vida política francesa habían quedado fuera de una forma tan contundente en las elecciones primarias, como las que enviaron a Nicolás Sarkozy al retiro.
La crucial elección presidencial llega en un momento extremadamente serio no solamente para el país, sino también para el resto de la Unión Europea. Las alarmas acerca de las expectativas que colocarían al mando del Elíseo a una figura extremista, que añadiera leña al fuego de una Europa en peligro de desintegrarse después del Brexit, pueden quedarse silenciadas por la propia esencia francesa, advierte Joaquín Roy, catedrático de la U. de Miami.
En consonancia con otros movimientos europeos, Le Pen basa su campaña en conceptos como la “preferencia nacional” para los franceses, la lucha contra la inmigración y la vuelta a la prosperidad. Sus prioridades incluyen la renegociación de la pertenencia de Francia a la UE y la celebración de un referéndum tipo ‘Frexit’. Desde hace tiempo, la oleada francesa nacionalista, racista, y contraria a los principios de la UE ha estado acaparada por las acciones del Frente Nacional, la formación de Marine Le Pen. Macron, en cambio, simpatiza con el sector empresarial y con Europa, pero su candidatura no deja de ser un experimento con muchas interrogantes.