Diego Arias
El Tiempo, Colombia, GDA
La reciente propuesta de la Conferencia Episcopal Colombiana, llamada Agenda para la Paz, llegó al debate electoral en medio de cierta apatía, desconfianza y rechazo. Se trata de una agenda de mínimos comunes sobre los cuales poder poner fin al ciclo de violencia y conflicto armado por una vía distinta del triunfo militar; es decir, por la vía de una negociación política, pero simultáneamente por el emprendimiento de importantes reformas democráticas.
Los mejores comentarios provinieron de la candidatura de Juan Manuel Santos, pero por boca de su fórmula vicepresidencial, el Dr. Angelino Garzón. A la sazón, Angelino dijo que ella sería parte de la agenda de Gobierno, desde el primer día, si resultaban electos. Algunos suspicaces estuvieron prestos a que esta postura fuera oficialmente rectificada por Santos, lo cual no ocurrió, si bien tampoco se le ratificó.
Pero más allá de esta postura, evidentemente excepcional, lo que hubo también entre la opinión pública fue indiferencia, cuando no rechazo. ¿Por qué tanto escepticismo en este tipo de propuestas?
Las razones son muchas, pero además de mucho peso también: pocos creen que se les pueda creer a las FARC en relación con una disposición honesta de pactar la paz y pocos creen también que en una eventual negociación de paz se puedan ya discutir asuntos de reformas o el poder, como no sea para establecer tan solo un marco jurídico de garantías para la reincorporación de los combatientes ya desarmados.
Pero, si aun ese fuera el caso, ¿estará la guerrilla dispuesta a aceptar algo que para la sociedad ya es un mínimo ineludible, como lo es aplicar parámetros de verdad, justicia y reparación, de la misma manera que se exigió a los paramilitares?
Los intereses ciudadanos tienen hoy prioridades distintas de la de buscar el fin de la guerra vía negociación. Y el comportamiento errático de la guerrilla, ligado a su persistente arrogancia e inhumanidad, se encargan de hacer el resto.
El hecho de que ahora, en mucho tiempo, no sean las FARC el factor decisivo en una elección presidencial, dice bastante de cuánto han cambiado el país y la opinión pública en relación a cómo lidiar con el desafío de la guerrilla. Y el denominador común es esencialmente el mismo: mano dura mientras no estén dispuestos a convenir el fin de la violencia de manera inmediata, total y creíble.
¿Qué puede modificar esta situación? Lamentablemente no van a ser iniciativas valiosas como la de los académicos, la de la Iglesia ahora o la permanente de sectores de la sociedad civil.
Lo único con verdadero potencial de modificar la animadversión a la ‘solución política’ del conflicto es una decisión irrevocable, audaz y pronta de la guerrilla para avanzar en esa dirección. La paz pactada es la mejor posible, pero se requieren dos para convenirla.