Ni siquiera el súbito repunte de las intenciones de voto que ya en las postrimerías de la campaña electoral logró el candidato Eduardo Frei, y que llevó a muchos a pronosticar ‘un empate técnico’, fueron suficientes para impedir el triunfo de su rival, el empresario Sebastián Piñera como nuevo Presidente de Chile, el más próspero de los países latinoamericanos, admitido justo estos días dentro del club de las mayores economías del planeta.
Tal como se ha señalado con exactitud, el impecable resultado puso fin a dos décadas de gobiernos ‘centroizquierdistas’ y marcó el primer triunfo de un candidato de la ‘derecha’, desde el lejano 1958.
Por supuesto, eso en el caso de que sea Sebastián Piñera ‘derechista’ según el prejuiciado sentido del término, más allá de hipocresías como suele ocurrir en varias naciones, por ejemplo en el Ecuador.
De todas maneras, nada más orientador que el ensayo de una explicación sobre por qué Salvador Piñera ha conseguido la victoria.
Y dentro de este ánimo valga la paradoja que una primera razón corresponde a las declaraciones ‘tan poco políticas’ que con toda franqueza, Piñera realizó durante la campaña electoral.
No tuvo pelos en la lengua al definir sus criterios y ofrecer lo que se proponía ejecutar, apartándose de esta manera tanto del ‘mesianismo’ cuanto de las medias verdades que caracterizaban y siguen caracterizando a los ‘políticos’ viejos y nuevos de este Continente.
Su llamamiento a la ‘unidad’ no ha caído en oídos sordos – “ vamos a derribar los muros que nos dividen y a construir los puentes que permitirán encontrarnos”.
No cree que esté asistiendo al primer día de la Creación del mundo – “no haremos tabla rasa del pasado ni de la obra que han construido los chilenos que nos antecedieron” – y aspira a levantar un Estado fuerte y eficiente – “con mucho más músculo y poca grasa, que ayude a los más necesitados, a la clase media y promueva la imaginación y el emprendimiento.
Por cierto nunca ha negado que es creyente de la libertad económica y de la operación de los mecanismos del mercado, pero probablemente nada tuvo más decisivo efecto para su triunfo que la promesa laboral formulada una y otra veces.
Dada la situación de crisis global, Piñera ha ofrecido que a lo largo de los cuatro años del mandato, él conseguirá abrir un millón de nuevos puestos de trabajo, sobre todo para los jóvenes y para las mujeres.
¡Y los chilenos han creído que sabrá como hacerlo! Lo cual vuelve a plantear el tema ideológico: ¿quién es el auténtico izquierdista: el que pierde miles de empleos, como en España, o el que los abre con posibilidades de ofrecer vidas dignas para todos sus compatriotas?