Hay días que llegan empapados de suicidio, de enfermedad, de muerte. Pero de repente, gracias a la bendita poesía, vuelve a brillar el sol. Algo de esto me ocurrió en la pasada Feria del Libro en Lima.
Iván Oñate
Poeta
Profesor invitado por: Westminster University y el Kings College de Londres. A&M Texas University. George Mason University, Washington. Florida State University. U de Lieja. U de Lille. U de Lovaina. U de Austin.A la manera de Foucault, si nos propusiéramos una arqueología del milagro, bajo sutiles capas de polvo metafísico, sin lugar a dudas encontraríamos en sus fundamentos los huesos de César Vallejo.
A mi amigo, el limeño Amaro Nay que propuso la publicación de mi primer libro en los años mozos en la Argentina. Veríamos a tantos seres entrañables que conocí en Breña, Huancayo, Puno, mientras contemplábamos las estrellas recostados sobre la carga de algún camión en mis tiempos de mochilero universitario.
Al despedirnos en el aeropuerto de Lima, el embajador Diego Rivadeneira, muy generosamente me recuerda el milagro que hace pocos minutos acabo de vivir en la Feria del Libro de Lima. “Fue muy lindo —acota Alejandro Vela, el agregado naval que lo acompaña—. Tiene que escribir ese cariño de la gente”. Obediente a ese afectuoso mandato, atrevo estas líneas.
Este recuerdo, más allá de mi vanidad, tiene por función desentrañar los mecanismos del milagro. Porque, precisamente, el embajador Rivadeneira pocos minutos antes de subir al escenario de la Sala Ricardo Palma, auditorio principal de la Feria, sabía de mi malestar y mi tristeza. Pero entonces intervino la poesía.
La bendita poesía que ha florecido en la sangre y en los corazones de esa hermosa gente que al término de mi lectura se aproxima hasta el escenario y eleva en sus brazos a sus pequeños hijos para que les dé mi mano, para que les firme en sus libros de ositos y fábulas infantiles que han comprado en la Feria. Gracias Lima y “perdonen la tristeza”, diría ‘Cesítar’ Vallejo.
En una bella coincidencia, hace pocos días recibí un libro de mi amigo, el poeta peruano Roger Santibáñez, donde recuerda que la poesía permite ver la otra luna: “Esa que no se ve”.