Iván Noboa Saltos
El médico no es más que un simple mortal como cualquier ser humano, pero la gente lo ha convertido en algo mítico.
Médico significa dignidad: es un ser mágico, que conforta, previene, quita el dolor y cura. Está al inicio y al final de la vida, se le llama ‘ángel’ cuando quita una dolencia y ‘diablo’ cuando cobra…
El médico es una persona muy especial, que sale del contexto de todas las profesiones, pues nada hay más importante en cualquier esfera, que la salud y vida de nuestros semejantes.
Muchas veces escoge esta profesión porque adolece de una discapacidad, ve en su familia seres queridos con algunas dolencias o es un convencido de hacer el bien a los demás, entregándose por entero a mitigar el dolor ajeno, sin importarle el riesgo que implica estar en contacto con enfermos de sida, tuberculosis, meningitis, neumonía, osteomielitis, tifoidea, entre otras muy susceptibles de contagio y poniendo en riesgo su salud sin que para él haya cuarentena.
Por esta razón, los organismos de derechos humanos han considerado que el médico debe tener un horario restringido de trabajo (tratado de San Salvador, artículo 12).
En nuestro país las cosas no son así. Al médico lo consideran un privilegiado por laborar cuatro horas diarias y le pagan por su sacrificado trabajo que demanda mucho conocimiento, pero sueldos paupérrimos que lo obligan a redondear sus ingresos laborando en otros sitios.
También existen inconsecuentes que toman actitudes negativas, sobre todo cuando fungen de ‘máximas autoridades’, olvidando que cuando fueron médicos hospitalarios laboraron 32 horas continuas dejando todo lo que les rodea, especialmente a su familia.
A todo eso se suma su escalafón minimizado, pues el médico se retira con muchos laureles, fruto de su sacrificado esfuerzo personal, pero con pocas monedas en su bolsillo. ¿A esto le llaman privilegios?