Al colectivo pertenecen mujeres de entre 17 y 40 años. Foto: EL COMERCIO
Ponen su cuerpo. Cantan, gritan, tocan, bailan. También sudan, sus manos sangran y sus piernas tienen una huella morada: la de un redoble, un surdo o un bombo, tambores que ya son parte de sus cuerpos, su herramienta para la resistencia.
¿Cosas comunes que les pasan? Que en marchas o plantones que han durado hasta cinco horas la ampolla de la mano se reviente o sangre; que la astilla de una baqueta se clave en sus dedos, que una de las baquetas se rompa o, lo que es peor, que se rompa el redoble, el tambor guía.
Estas situaciones son comunes porque ellas “ponen su cuerpo”. Y no lo ponen por una causa personal, lo hacen por cualquier mujer que ha sufrido violencia o agresión, por diversas luchas sociales, en contra de la minería, por el aborto legal, por procesos judiciales…
Esas son solo algunas de las causas que mueven a las Konchas, Batukada Lesbafeminista, un grupo de 15 mujeres que se enfoca en la resistencia lésbica y feminista. Se toman el espacio público para acompañar causas relacionadas con los derechos y así “mostrarles a las personas que deben ser escuchadas”.
Así lo describe Dominick Vasco, de 22 años. Ella integra las Konchas hace tres y asegura que las causas que las mueven requieren de ruido. Por eso, detalla, irrumpen en el espacio público, en el orden y en el silencio cotidiano.
En enero pasado, las Konchas llevaron su batucada a las calles por Martha, la mujer que fue víctima de una violación grupal en un bar del norte de Quito. El recorrido fue largo, pero la energía de su cuerpo se mantuvo en el nivel más alto, de principio a fin.
El 28 de mayo, en Argentina se retomaba la discusión sobre la despenalización del aborto. En Quito, frente a la embajada del país donde ocurría el debate, las Konchas cantaban consignas feministas y bailaban al son de los ritmos tropicales de sus propios tambores.
La redoblante guiaba al grupo en la batucada, que inició a las 17:00. Llegaban las 20:00 y la energía era la misma. Parte de su responsabilidad es conservar fuerzas para tiempo indefinido, cuentan sus integrantes.
Tomarse el espacio público para gritar consignas o recorrer las calles de la ciudad por horas, cantando y bailando, también es una responsabilidad. Domi Mena lo siente así. Esta mujer de 20, se ha comprometido y sentido como propias causas de mujeres como Martha, por la que recorrió las calles segura de llegar al punto final.
Algunas veces, las chicas tienen la opción de ser reemplazadas si el cansancio es extremo. Las chicas que no tocan, les apoyan, por ejemplo, con agua u otros elementos logísticos. Pero eso no siempre pasa. Recuerdan jornadas de batucada en las que no hay opción de reemplazo ni agua.
A Dominick le marcó su participación en la muestra La intimidad es política, que llegó al Centro Cultural Metropolitano de Quito en el 2017. La fuerza en esa batucada fluía, asegura. La sintió especial porque considera que el Centro Histórico es un lugar simbólico para las luchas sociales.
Recuerda que realizaron un recorrido y asegura que “fue impactante”. ¿La razón? “Estábamos tan coordinadas, pusimos mucha fuerza, llamábamos la atención y, sin darnos cuenta, de repente muchísima gente estaba alrededor de nosotras, se preguntaban ¿por qué una batucada solo de mujeres? Eso significó irrupción”, asiente Dominick.
Domi recuerda una de sus primeras marchas Vivas Nos Queremos. Un recorrido largo, de los que no tienen reemplazos ni proveedoras de agua. Entre la alegría necesaria para motivar a las mujeres a exigir sus derechos y el sudor de cientos de metros recorridos con su tambor, solo sentía un gran compromiso y la satisfacción de poder visibilizar realidades que, asegura, antes no se veían.
Las chicas también recuerdan la misma marcha del 2016. Con humildad, y pese a que su historia empezó en el 2011, “no consideramos que tenemos experiencia”, señalan. Pero ese año les avisaron que abrirían la marcha. Para ellas, eso significó presión, pero también más compromiso y entrega.
También requieren conocer su cuerpo y distribuir sus fuerzas de forma adecuada para que la misma algarabía de los tambores se mantenga de principio a fin en una marcha. “No podemos callarnos, ni descansar. Somos las encargadas de mantener la energía a tope porque la potencia de una protesta depende de nosotras. No se puede apagar ni un momento porque las causas necesitan ser escuchadas”, comentan.
Eso llama la atención de quienes las ven: su fuerza. Para las Konchas, parte fundamental de su trabajo es la desmitificación de los estereotipos de fuerza asignada a los hombres, mientras que las mujeres se ven como seres delicados y de calma.
Por eso ellas crearon este espacio para mujeres capaces de “deconstruirse todo el tiempo”. Se definen como diversas. Al colectivo pertenecen mujeres de entre 17 y 40 años. Algunas estudian, otras no pudieron estudiar. Hay mujeres migrantes, afros, algunas trabajan y otras se autogestionan la vida con manos y mentes creativas.
Diversas pero con algo en común: la fortaleza para hacer retumbar sus tambores que, aseguran, han pasado a formar parte de su cuerpo. Un cuerpo con el que salen a tocar en contra de la violencia, la discriminación, la libertad y la igualdad, al ritmo del mapalé, la zamba reggae, la cumbia o el wayno.
Las Konchas “ponen el cuerpo”, aprendieron a entenderlo. Cuentan que la fuerza de la batucada les ha enseñado a escucharlo y empoderarse de él. Las Konchas “ponen el cuerpo”, pero también ponen el alma. Porque son más que los tambores que irrumpen en el silencio de la ciudad. También son mujeres que se abrazan al interior de su colectivo, se acompañan y se sanan entre sí.