Los ídolos de la rocola le cantan al amor, al despecho y a la cotidianidad
Redacciones Guayaquil, Ibarra y espectáculo
Poco es el tiempo que pasan en casa. De los escenarios de Quito, Pasaje, Ventanas, Lago Agrio, Riobamba, Ambato, Quevedo, Guayaquil, Conocoto..., los ídolos de la rocola pasan a otros en Lima, Nueva York, Madrid, Bogotá, Londres, Santo Domingo, París, Toronto o Roma. Pero sus encuentros con el público, sea en Ecuador o “del otro lado del charco”, son similares. En todas partes los sentimientos son los mismos: hay muchos enamorados, despechados, resignados, alegres o deprimidos que al escuchar un tema se sienten identificados con la letra. Muchos alzarán una copa y brindarán por ella: por la que le pone a jugar tenis en casa, la mujer bolera que le rompió el corazón o a la que extrañan cuando están lejos de la Patria buscando el sustento para su familia.
La música rocolera en Ecuador es para uno de sus exponentes, Máximo Escaleras, “la expresión del sentimiento popular. Con ella se cuentan historias de amor y de despecho”. Escaleras y Segundo Rosero, uno de sus colegas más reconocidos, coinciden en un personaje importante en su camino por la música a la que le han dedicado su carrera artística: Julio Jaramillo.
Mientras Rosero hizo sus primeras grabaciones tras enterarse de la muerte de ‘El Ruiseñor de América’, Máximo Escaleras lo considera la inspiración del género: “Creo que el más grande exponente de la rocola en el Ecuador fue Julio Jaramillo. Nosotros solo seguimos un camino que ya estaba trazado, cada quien cantando historias diferentes”.
Este género tiene un sabor a pueblo y fusión. Lo condimenta el sonido de congas, bongós, güiros, saxo, guitarra, acordeón, requinto, guitarra, sintetizador... Las historias cotidianas y la música sazonan la vida de su gente.
Máximo escaleras, el mandamás
En su casa todo el mundo canta. La pequeña Nathaly Silvana, que años atrás le decía pícaramente: “mi mamá te pega... duro te pega” es hoy una joven de 21 años que ya trabaja en solitario. Sus hermanos Mishell y Cristopher, de 15 y 11 años, también se dedican a cantar. Crecieron viajando con sus padres de un lado al otro y escuchándolos cantar a dúo o en solitario.
“La rocola es hispana, pero en
ningún país se
hace como aquí”. La familia Escaleras Lasso vive en el sur de Quito. La sala de su casa es un espacio donde el amor por la música y la fe se conjugan. Máximo abre la puerta y recibe con amabilidad al visitante. Enseguida muestra su pequeño altar. Allí hay imágenes del Divino Niño y de su ‘Churonita’, la Virgen de El Cisne, por quienes la familia tiene especial devoción.
Escaleras lleva 22 años cantando. Es un exponente de la música rocolera y el orgulloso esposo de Piedadcita Lasso, con quien a dúo ha interpretado temas sobre los problemas de pareja, los divorcios y el camino que seguirán los hijos.
Cuando tiene un concierto, no le importa haber pasado por 12 horas en una carretera. Sube a los escenarios enternado o luciendo jean, leva de pana y una camisa abierta. Pero antes de escuchar los primeros aplausos, tiene una rutina que no puede faltar: “me persigno y le pido a mi ‘Churona’ y a mi Dios que me bendigan. Nunca sabes a qué público te vas a enfrentar en ese momento”.
Aunque es uno de los más grandes ídolos de la rocola en Ecuador, con el tiempo ha interpretado otros ritmos: “Cuando ya entras en el corazón de la gente sí te arriesgas a hacer otras cosas. Tengo bachatas que están de moda, corridos que han pegado mucho, rancheras y música tropical”. Y aunque sabe que esos géneros le han dado éxito, Escaleras tiene muy clara una cosa: “La rocola no la voy a dejar nunca. Cuando interpretas un bolero rocolero, un vals, un pasillo, como que te sientes más cerca de lo que siente la gente”.
Esa es la materia prima de su trabajo: los sentimientos. Pero a veces, como en Chulla vida, El tenis o El celular, el cantante se va por el lado del humor. “Contamos lo que piensa y vive la gente, pero de una manera jocosa”.
Otras veces, sus canciones nacen de temas dolorosos como la migración. El humor desaparece cuando es él mismo quien está en una carretera, extrañando a su familia: “Cuando iba de Portugal a España escribí Estando tan lejos de ti. Se que no es solo mi caso. De pronto tú te acuerdas de tus seres queridos y piensas en volar y saber cómo están y en tal caso volver a seguir trabajando... esa soledad se ve expresada en ritmo de rocola”.
Este ritmo que Escaleras considera una fusión que toma incluso ritmos antillanos es su pasión y por eso la defiende. Pero el intérprete de Chúpate la plata afirma que el que se trate de un género de música popular no puede ser un pretexto para ser agresivo. “La rocola está bien si se hace con altura. No por ser popular vamos a denigrar al ser más bonito que tenemos en la tierra: la mujer. Yo jamás la desprecio. Aunque muchas nos han hecho sufrir, no juzgo a todas”.
Y la prueba del respeto a la mujer está en su casa. Su esposa Piedadcita es su cómplice en aventuras musicales, quien dirige sus videos y su mejor compañera cuando canta a dúo. Escaleras recuerda cómo sucedió la filmación del video de Príncipe a mi modo, que considera uno de sus principales hits.
Sin ser el mejor jinete montó un caballo, y su esposa, sin ser una experta en cámaras, estrenó una de ellas y grabó cómo el caballo se paraba en dos patas mientras su esposo cantaba. Para ambos, este es uno de sus mejores trabajos y la razón de que a veces en la calle la gente le diga “qué fue, príncipe”.
Aunque al inicio de su carrera era conocido como ‘El Astro de la Música Popular’ y hoy sea el ‘Mandamás de América’, Máximo Escaleras se siente contento cada vez que un canillita o un lustrabotas se acerca y le dice “yo he visto tu video, te he escuchado. Eso es maravilloso”.
Aladino, el mago que hizo de la rocola su lámpara
Enrique Vargas Mármol recurre a su filosofía de vida para hablar de lo ocurrido en sus 30 años de carrera artística. Sus nombres y apellidos se cubrieron en un anonimato forzado, desde que decidió llamarse Aladino, el mago de la rocola.
“El Rey de la Cantera’ me pedía el tema
Mujer bolera hasta cuatro veces al día”.Desde la sala de su casa, en el norte de Guayaquil, cuenta que siempre tuvo la opción de ir por el camino del mal y no lo hizo. Que en todo este tiempo de ‘magia’ musical (por eso escogió el seudónimo) no ha defraudado a nadie y que hace un arte transparente y profesional.
Eso sí, siempre está acompañado de Dios, a quien a diario le pide sabiduría y agradece por mantenerle vivo, con trabajo, lo que le permite velar por sus cinco hijos y su segunda esposa.
Desde que grabó su primera canción, que por cierto fue una balada que tuvo poco éxito, en 1977, vio en la música una opción para salir de la pobreza. Para dejar atrás aquella vida que, desde los 9 años, le llevó a desempeñar oficios como betunero o vendedor de velas... Esa era la forma de ayudar con la manutención de sus siete hermanos.
Hizo de gasfitero y limpiador de mondongo (vísceras de vaca). Ya casado y con su primera hija por llegar, todo cambió en 1979, cuando laboraba como operador de consola en el programa de Pablo Aníbal Vela, ‘El Rey de la Cantera’, en radio Universal Fabulosa.
A él le hizo escuchar, grabado en un casete, Mujer bolera. “Ponla, Aladino”, le decía el ‘Rey’. Y así la transmitía hasta cuatro veces al día”. La canción se hizo popular, al igual que su nombre, más aún cuando la grabó en acetato. A partir de allí, vinieron otros éxitos: Ya tiene 15 años, Asciéndeme a marido, La otra,
Todo se derrumbó. El promedio de copias vendidas bordeó las 100 000, cifra alta para un artista nacional.
Hasta el momento ya lleva 18 discos compactos. Grabó 11 discos de larga duración y 72 pequeños, de 45 revoluciones. Recibió reconocimientos como discos de oro, plata y platino, que era una manera que tenían disqueras nacionales como Ifesa, de reconocer a sus artistas, para motivarlos.
Que su música sea calificada como rocolera no le incomoda. Reconoce que tiene acogida en las clases populares, pero ahora, dice, se presenta en ‘Samborondeins’, como llama a la zona de la vía a Samborondón, donde vive la clase alta de Guayaquil. Tienen poco verso, poca literatura, pero llegan a la gente.
Su programa de televisión y los contratos casi semanales muestran que aún está vigente. A su talento musical se une su sui géneris mercadeo: su pasito de baile (bachata) y el 691060, el teléfono que, cada vez que canta o es entrevistado, promociona para las contrataciones. No se cansa de decir que Enrique Vargas Mármol es el asesor de Aladino.
¿Anécdotas? Muchas. Una ocurrió en una presentación en Babahoyo, en 1984, cuando interpretando el tema Todo se derrumbó se desbarató el escenario. Cantante, músicos, presentadores, personal de apoyo y equipos fueron al suelo. “De verdad, todo se derrumbó”.
Segundo rosero canta sus penas
Con cada sorbo de salpicón de naranjilla (jugo con hielo picado) Segundo Rosero empieza a desbrozar sus recuerdos. El rocolero pimampireño más famoso del Ecuador pronto cumplirá medio siglo de vida.
“No vivo del público nacional. Sería triste no haber triunfado afuera”Aún así, no abandona el hábito de pasear por el Centro Histórico de Ibarra. La esquina de la Flores y Olmedo es su preferida por los manjares tradicionales que allí se ofertan.
Con la cucharilla toma un poco de hielo picado y lo sumerge en el jugo que esta vez eligió para refrescarse. La gente a su alrededor lo reconoce rápidamente y murmura su nombre. El cantante se da cuenta de la impresión que causó en la calle y responde con una sonrisa cómplice, como gesto de agradecimiento.
Rosero pertenece a esa pequeña cofradía de artistas que evita la promoción mediática. No se trata de un rechazo a los periodistas. Es por su obstinado deseo de cubrir su vida con el velo de la privacidad. No siempre lo consigue.
Tras los primeros sorbos del jugo espeso, el cantautor del éxito internacional ‘Bolero rocolero’ se decide a hablar sobre su carrera como artista nacional. Nunca olvidaré -dice- la grabación de mi primer sencillo.
Recuerda con detalle ese día, no solo porque estaba grabando su voz y su música por primera vez, sino porque se enteró de que fallecía uno de los cantantes más reconocidos del país. “A las 11:00 del 9 de febrero de 1978 me hallaba en Guayaquil, cuando recibí la noticia de la muerte de Julio Jaramillo. Con esa tristeza en el corazón grabé Esperanza (lado A) y Perdóname (lado B). Les siguieron tres LP (long plays) más, con 36 canciones que no tuvieron éxito”.
En esa época, Rosero era muy joven, tenía 17 años. Sin embargo, a pesar de los primeros sinsabores que tuvo, decidió vivir de la rocola. Para el cantante, este género musical es el espejo donde se mira, se reconoce y se acepta el pueblo tal cual es en su diversidad y cotidianidad. De ahí su éxito y permanencia.
Entre 1979 y 1982, Rosero buscó un tema que lo ‘reventara’ a la fama. Compuso entonces Bolero rocolero y no se equivocó al ponerle fe a esta canción. Fue la catapulta que impulsó su carrera, reconocida entre el público. “Lo escribí luego de vivir en la Costa y contagiarme con su aire rocolero. A partir de ahí he grabado más de 600 canciones”, cuenta Rosero con entusiasmo.
Bolero rocolero fue un éxito que, incluso, fue escuchado en otros países. “Este tema destruyó las barreras y unió a todas las regiones del Ecuador y trascendió las fronteras. Lo compraban en las radios y en las rocolas”, continúa.
Con el vaso de salpicón vacío, Rosero decide pasear por el parque La Merced. Cae la noche pero se siente en confianza para continuar la plática.
En aquel tiempo -añade- se podía vivir de los discos vendidos, “hoy la piratería nos perjudica demasiado”. Por eso, su éxito lo aprovecha en los conciertos, y más en otros países que en Ecuador.
Rosero vivió en Lima-Perú entre 1995 y 2002, donde también da conciertos. Hace una confesión: “No vivo del público ecuatoriano. Mis conciertos y presentaciones son en Perú, Bolivia, Colombia, Paraguay, Chile, Estados Unidos y Europa. Claro que he visitado hasta el último pueblo ecuatoriano, pero sería triste para mí no haber triunfado afuera”.
Rosero tiene tres oficinas en Cali, Lima e Ibarra. “No la abrí en Quito porque es una urbe muy estresante. Viajo mucho y necesito un lugar para descansar y relajarme. Ese sitio es El Olivo, en Ibarra”.
En la oscuridad de la noche, Rosero se siente a gusto. Se da tiempo para retirar una encomienda y hablar de sus penas actuales… Penas que le hacen recordar el inicio de su canción memorable: “Que suene ese bolero triste, bolero triste como lo estoy yo…”
Con un fuerte apretón de manos se despide afablemente. Luego se aleja en su carro último modelo Mazda 6, color uva.