Con los pequeños se hacen actividades lúdicas para su desarrollo. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO
El padre de Miguel Moreira llegó agitado a su hogar. Subió las gradas e ingresó a su casa de caña sin decir una palabra. Moreira alcanzó a distinguir en su rostro un hilo de sangre que lo asustó; tenía apenas 5 años de edad.
Lo siguió, pero antes de cruzar el umbral de la puerta escuchó un golpe seco. Dio otro paso y vio a su padre tendido en el piso; muerto. Minutos antes le habían disparado.
Moreira tuvo que salir de la zona rural de Buena Fe -frontera entre Los Ríos y Manabí- con su madre y tres hermanos. Era 1966, la época en que las rencillas entre familias derivaban en actos de violencia.
Sintieron entonces el desarraigo, la pobreza extrema en el campo, el hambre… hasta que su madre escuchó de un lugar en Quito, donde ayudaban a las familias desamparadas. Juntaron dinero, lo justo para el bus, y viajaron a la Fundación Henry Davis.
Es un centro de acogimiento provisional. Fue creado hace 48 años por Henry Davis y su esposa Dorothy. Acoge a niños abandonados, sin padres y en riesgo. Ellos reciben alimentación, educación, protección y les enseñan oficios.
Miguel Moreira, ya de 54 años, es ahora su director. Se convirtió en pastor cristiano. Sobre sus hombros recae la responsabilidad de sostener el lugar. Un reto que se ha vuelto mayor en los últimos meses, por la falta de recursos.
El ‘papi Davis’, como Moreira llama cariñosamente al fundador, falleció en 2001. Y su esposa, la ‘mami Davis’ tiene 87 años. Se retiró a EE.UU. para pasar sus últimos días. Ellos eran los que gestionaban los recursos con una generación de amigos que también ha fallecido o son adultos mayores.
La Fundación incluso ha tenido que restringir el ingreso de más niños. Hay dinero para 90, cuando la capacidad del lugar es de 200. Moreira lo reconoce con pesar. Él sabe lo que significa cerrarle las puertas. Ocurrió con él cuando era pequeño. Tuvieron que intentar por dos ocasiones con su madre y hermanos, hasta que hubiera cupos.
Se requiere de USD 35 000 al mes para el pago de los trabajadores y la alimentación. Hay un equipo de la Fundación que trata de conquistar a una nueva generación de financistas, pero es difícil. La situación económica en EE.UU. también es complicada y hay menos gente dispuesta a donar.
Moreira lo comprende. La idea de cerrar la Fundación lo persigue con frecuencia. Pero cuando más difícil se pone la situación, él evoca su infancia. El recuerdo lo sobrecoge, pero también le da fuerzas. Vive agradecido por lo que hicieron por él y su familia.
Cuando llegó en 1970, Moreira era flaco como un palillo, aunque con un vientre pronunciado, lleno de parásitos. Durante tres meses -dice- la ‘mami Davis’ lo llevó al médico para que le inyecte vitaminas. Y de EE.UU. le trajo otras; pastillas de colores, que tomaba con leche fresca. “Fue mi segunda madre. Vi la preocupación de ella en sus ojos. Yo creo que hasta me dieron demasiada vitamina, porque crecí demasiado”, bromea. Moreira mide 1,80 metros.
También, le dieron la oportunidad de estudiar. Unas
4 000 personas se han beneficiado del trabajo de los Davis, quienes llegaron al Ecuador en 1966. Eran parte de una misión cristianoevangélica de la Iglesia Cuadrangular. En un principio trabajaron en Chimborazo. Al tiempo que profesaban la fe, impulsaban proyectos comunitarios.
Luego extendieron su trabajo. Henry Davis conoció el expenal García Moreno y lo que vio ahí lo impactó. Había niños que vivían hacinados con sus padres porque no tenían un familiar que los atendiera fuera. Entonces no había una política pública para atender a esta población.
Ahora los centros de acogimiento son parte de un sistema que promueve el bienestar de los niños buscando familiares que los protejan o declarándolos en adopción, si no tienen a nadie. En el 2015 se registraron 151 adopciones en el país, según el Ministerio de Inclusión Económica y Social. Esto es 12 niños menos que en el 2014.
Henry Davis habló en ese tiempo con el director de la cárcel y le propuso hacer algo por los pequeños. Con la autorización de sus padres, ‘adoptó’ a 36 niños.
Los Davis tuvieron que separarse de la misión que le había encomendado la iglesia para impulsar ese proyecto, renunciando incluso al salario que percibían.
Dedicaron su vida a buscar donantes para los niños. Alquilaron una casa vieja en el sector de San Rafael. Henry Davis negoció con el dueño para devengar el arriendo con el arreglo del inmueble que estaba lleno de goteras y con pisos y paredes a medio acabar. Uno de los vecinos de la casa, al conocer sobre su proyecto, le recordó que necesitaba permisos para funcionar y que él podría ayudarle. Era conductor de Corina Parral, la esposa del presidente de la República de esos años José María Velasco Ibarra.
El chofer sirvió de puente para ponerlos en contacto. Llegarían a tener tan buena relación, que la Primera Dama incluso le pidió a Davis que le asesore en temas sociales. El Gobierno le donó 20 hectáreas para que pueda levantar la Fundación, en Conocoto.
Un ladrillo tras otro, se comenzó a construir las casas, el área recreativa. Unos 4 000 han sido huéspedes consentidos de la casa hogar en estos 48 años. Cuando Moreira llegó -recuerda- la cancha era de tierra, había chozas y más terreno que obra física.
Luego, con constancia, se edificó el complejo. Tiene una unidad educativa que era solo para los internos. Ahora, también por las urgencias económicas, se abrió a particulares. Los ingresos ayudan, pero aún son insuficientes.
En contexto
Una campaña se impulsa. Puede entregar vestimenta y alimentos no perecibles -se requieren dos quintales de arroz por semana- Las donaciones pueden hacerlas a nombre de la Fundación Henry Davis a la cuenta corriente del Banco del Pacífico 2382334.