Desde que era pequeño escuchaba cómo se demonizaba al hedonismo, calificándolo como la extrema barbarie. El colmo de los individuos que se apartan de las idolatradas normas sociales para vivir en función de sus instintos viscerales, siguiendo los impulsos animales al placer.
Hace tiempo que leo a Michel Onfray, posiblemente el mayor defensor actual del hedonismo y uno de los filósofos más importantes de la actualidad.
Me puse en contacto con él, y en un acto de suma generosidad, accedió a ayudarme a presentar el hedonismo a los ecuatorianos.
No es infrecuente toparse con el típico discurso de que la sociedad ecuatoriana está encerrada en una burbuja de ideas, inalcanzable a nuevos puntos de vista. Es muy refrescante poder contar desde una perspectiva tan diferente a la habitual.
El hedonismo parte de la necesidad de justificar y estructurar un orden moral en caso de la ausencia de Dios, ya que de antaño las normas morales venían
justificadas por mandato divino, siendo la fe de los hombres en la voluntad de Dios lo que permitía a la religión imponer la delimitación entre lo bueno y lo malo.
El hombre, en su insaciable ambición, no se podía contentar con reglas impuestas, sin más lógica que la fe en la razón divina. Sobre todo cuando parece que en el mundo tangible existen suficientes referencias como para definir con exactitud el bien y el mal.
Es así como Epicuro, el insigne filósofo griego, señaló cómo podría ser el placer la clave que nos permita, a partir de las experiencias terrenales, distinguir las normas morales.
De esta forma se pudo llegar a una máxima de ética que se expresaría en una fórmula del tipo: “todo aquello que nos da verdadero placer es bueno”.
Para impedir que esta doctrina se convierta en una puerta abierta a la depravación, y que los seres se consuman al verse envueltos en espirales de voluptuosidades dañinas, se entiende que el verdadero ideal hedonista está en la consecución de los verdaderos placeres como la libertad o el gobierno sobre sí mismo.
De esta manera el hedonismo se desmarca de las prácticas sadistas que en los siglos pasados dieron tanta mala fama a esa corriente.
La búsqueda de placeres que luego deberán pagarse con sufrimiento… Onfray llama a esas prácticas hedonismo feudal, en donde el hedonista convertía a sus prójimos en objetos al servicio de su placer.
El filósofo me compartió una frase de Chamfort que resume bien al hedonismo: “Gozar y hacer gozar, sin hacer mal ni a sí mismo ni a nadie, he aquí toda la moral”.
Expresado en estos términos parecería que el hedonismo tentaría hasta a las más conservadoras personalidades, ¿no?