Congestión vehicular en Guápulo. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO.
Es de todos los días. La congestión vehicular en un tramo del Camino de Orellana, en el barrio bohemio de Guápulo, trae contrariados a los vecinos del sector, que conecta a Quito con sus valles orientales (Cumbayá y Tumbaco).
Hoy martes 24 de febrero, a las 19:30, el atasco se repitió a la altura del cementerio y de los bares (cinco en total). Los pitos de los autos sonaban insistentemente, pues se formaron tres filas de autos: los que subían, los que bajaban, y aquellos que estaban parqueados a un costado de la acera.
“Son estampas calcadas y que hartaron a los habitantes de aquí, pues las colisiones y los rozamientos de los automotores son frecuentes”, menciona Germania Beltrán, dueña de la primera tienda que se encuentra al bajar por la vía con dirección al valle.
“Ya han pedido a las autoridades que regulan el tránsito en el Distrito Metropolitano que ordenen aquello, pero no se tienen resultados. Se mencionó un contra-flujo, pero hasta la fecha aún no se ha aplicado”, apunta Guillermo Tipán, ex dirigente del lugar.
Lo cierto es que dos veces al día, desde las 06:30 hasta las 09:30, y desde las 17:00 hasta las 20:00, el trancón no da respiro. El ir y venir de autos, de todo tipo, ya es parte del paisaje, comenta irónicamente Santiago Quintero, otro vecino.
Alexander Sánchez, también habitante de este barrio, se queja de esta congestión que “no le deja vivir en paz”. Es más: “Gúapulo es un patrimonio y la indecisión para frenar este problema le está destruyendo cada día más”, indica Beltrán.
Desde hace mucho tiempo, este barrio es considerado histórico ya que de aquí partió la expedición de los conquistadores españoles Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana en búsqueda de “El País de la Canela”.
La congestión era menor hace tiempo, pero desde que se instalaron los bares en el sector, ha ido creciendo, apunta Tipán.
A veces, comenta Quintero, el atasco es de tal magnitud que le toca bajar de su casa y hacer de semáforo humano, para darles una mano a los angustiados conductores que no pueden pasar ni de un lado ni del otro.
De vez en cuando, indican los entrevistados, los agentes civiles de tránsito “sí se comiden en venir y dirigir el tránsito”. Hoy martes 24 de febrero, entre las 19:30 y 20:00, no había ningún agente en el lugar y los propios conductores trataban de bajar la velocidad de sus automotores y circular con sumo cuidado para no chocar entre ellos.
Los jueves y viernes son los días en que más congestión se reporta. Lo peor: las piedras y los adoquines de la vía están hundiéndose y cuando llueve, los vehículos resbalan.