En Huagrahuasi El Rosario “no hay señal”, comenta Raúl Bonifaz, maestro del Séptimo de Básica de la Unidad Educativa San José de Poaló del cantón Píllaro, en la provincia de Tungurahua, a un grupo de padres de familia.
El profesor se refiere a la falta del servicio de Internet en la comunidad, donde viven tres de sus estudiantes que no tienen acceso a la tecnología.
En la mano sostiene el celular y con el brazo en alto camina de un lugar a otro. No hay señal, repite Bonifaz, de 59 años, quien desde que se suspendieron las clases presenciales por la pandemia del covid-19 pensó en cómo ayudar a los niños que no contaban con conexión a Internet, un teléfono inteligente o un computador. La finalidad es mantenerles ligados a la escuela.
Un informe de la Dirección Distrital de Educación de Píllaro detalla que 900 de 9 000 alumnos matriculados en el año lectivo 2020-2021 no tienen cómo estudiar de manera virtual. Por esa razón, los maestros van a sus casas o a las unidades educativas para entregar las guías y fichas pedagógicas, para que puedan estudiar y no haya deserción.
Se calcula que un 65% de los 425 profesores de Píllaro busca a los niños para entregar las fichas. Bonifaz y Deysi Sánchez se dan modos para enseñar de forma presencial.
Álex Mejía, director Distrital de Píllaro, dice que en las parroquias María Emilio Terán, Marcos Espinel, Baquerizo Moreno y en otros sectores hay alumnos que no tienen acceso a Internet, por su ubicación geográfica distante o la situación económica.
“Son los lugares a donde llegan los docentes para entregarles materiales y dictarles clases de refuerzo, con medidas de bioseguridad, para que puedan seguir estudiando”.
El profesor Bonifaz acudió el 7 de mayo a Huagrahuasi. Sus alumnos esperan sentados en la vereda de la vía principal del pueblo. Llevan las mochilas con libros y el material de apoyo que el maestro les entregó la clase pasada.
Como todas las semanas, Bonifaz recorre varios kilómetros para reunirse con sus alumnos Edwin Olivares, de 12 años; Jesús Sánchez, de 13, y Alexander Chicaiza, de 11. A su llegada lo reciben con un abrazo. Todos están protegidos con mascarillas.
Pronto arman en la plaza central de la comunidad su escuela al aire libre. Esta funciona desde mayo del 2020. Su esposa Lourdes ayuda en la instalación de las sillas y la pizarra de tiza líquida que se coloca en la parte posterior del vehículo del profesor.
Dice que su esposa lo incentivó con esta iniciativa. Compró una pizarra portátil, un borrador y marcadores de tiza líquida de colores rojo, azul y negro. La subieron en la camioneta Toyota doble cabina y fueron a buscar a sus alumnos. “Por la pobreza ellos no tienen acceso a la tecnología. Sus padres trabajan como jornaleros agrícolas y lo que ganan no les alcanza. La idea es que continúen estudiando para que logren salir de la pobreza”, indica Bonifaz, que lleva 36 años en el magisterio.
El docente pide a los chicos que se concentren en la clase. Explica y repite a sus alumnos sobre las tradiciones culturales del Ecuador. La Diablada Pillareña es una de las comparsas tradicionales y reconocidas a escala nacional e internacional, les cuenta.
Sánchez tiene 13 años y apenas mide 1,25 metros. Su madre Teresa sospecha que la falta de una buena alimentación impide su crecimiento. Dice que el dinero que recibe como trabajadora agrícola cubre los gastos de alimentación.
El niño con vos alegre dice que el profesor Bonifaz es su amigo, que le ayuda para que no se atrase en el aprendizaje.
Otra de las maestras que recorre una vez a la semana las comunidades es Deysi Sánchez, de la Unidad Especializada Santiago. Tiene a cargo cinco estudiantes de los 35 con que cuenta el centro. Este año, comenzaron a realizar las visitas porque notaron un retroceso en los niños. Pidió autorización a los padres de familia y ahora los visita en las casas.
El 80% de los niños tiene discapacidad, como parálisis cerebral y síndrome de Down. El viernes viajó en una camioneta alquilada a Huagrahuasi, donde le esperaba Luz Mery, de 11 años, que está en octavo de básica. También fue Andrea Condo, tutora de aula.
Las maestras colocaron sobre una mesa del patio de la casa de la niña una serie de letras de colores elaboradas con fómix. Es una sopa de números para ordenar. La niña, que padece de un cáncer, poco a poco ordena y recibe la felicitación. El objetivo es evitar que se retiren y se queden en el abandono por la falta de recursos económicos.