Fernanda Medina pide a las autoridades ayuda para someterme a la operación en el extranjero. Foto: EL COMERCIO
“El 29 de diciembre del 2018 cumplí 25 años. Sí, apenas 25. Y desde más o menos agosto del 2017, varios médicos se podría decir que me han dado una sentencia de muerte. Necesito un trasplante cardiopulmonar. Deben hacerse los dos a la vez, para que siga con vida. En el país no es posible.
“Como todos los jóvenes tenía un sueño: quería ser optometrista. Toda la vida he trabajado en ópticas, sea en limpieza, como mensaje o en atención al cliente. Y con el sueldo básico que ganaba me pagaba los estudios en el Instituto Tecnológico Cordillera. Llegué al tercer semestre (eran seis para alcanzar la tecnología). Y de pronto mi rutina cambió.
“Sentí mareos, mucho cansancio, dolores muy fuertes de cabeza y veía mis manos moradas, tanto que a veces me las lavaba una y otra vez pensando que estaban sucias. Me recomendaron hacer actividad física, empecé a trotar, a subir y bajar gradas, tenía sobrepeso. Podía ser eso.
“Cuando cumplí tres meses como afiliada al IESS acudí al Hospital Andrade Marín, ahí finalmente me hicieron exámenes completos y un médico al revisar los electrocardiogramas me pidió tomar asiento. Recuerdo, dijo, ‘esto es bastante grave’; además de yo, lo escuchaban mi mami (Marisol) y mi hermana. Me dijo verás, yo te operaría del corazón, pero solo hay 2% de posibilidades de que salgas con vida. Mi mamá le preguntó ¿y si le firmo algo? Él respondió: ‘la tendrá más tiempo con vida, sin tocarle el corazón, sin operarle’.
“Mis días ya no son los de antes. Paso todo el día amarrada al tanque de oxígeno. Ni para ducharme puedo apartarme de él. Siempre estuve acostumbrada a moverme, a trabajar, ahora no puedo hacer nada. A las 06:00 me despierto y me duermo a las 23:00. Mi cuerpo no está acostumbrado a este ritmo. Paso viéndole a mi abuelita Gloria, de 68 años. Mi mamá trabaja como cobradora en un bus y sale temprano y llega tarde, está pendiente de mí. Sufre con esto, como toda mi familia.
“Supimos de Fernando Hidalgo, nos dijeron que era el mejor cardiólogo de Quito. Es jefe de Cardiología en el Eugenio Espejo. Nos atendió y me pidió ingresar al hospital. Desde octubre del 2018 paso con oxígeno, a mi mamá le cuesta USD 120 al mes, el alquiler del tanque, cambio de cánulas y todo.
“Nací en la Maternidad de Latacunga. Mi mami me contó que el día del parto se enteró que no solo sería una hija sino mellizos. Mi hermano murió. Fui una niña enfermiza. Los médicos le decían a mi mami que esperaban que hasta los 10 años me estabilizara. A los 4 años alguien le dijo que podría ser un soplo al corazón, pero nada más. A los 6 tuve una hemorragia y me cuentan que pasé tres meses internada en el Baca Ortiz.
“Mi mamá recuerda que me hicieron exámenes de todo, que ya no tenían de dónde sacarme sangre, hasta del talón. Y me tomaron una muestra de un líquido de la columna. Así crecí, sin más problemas, hasta que llegué al colegio. Estudié en el 24 de Mayo, fui parte del grupo de danza y de la banda de guerra. Empezaron los terribles dolores de cabeza. Un neurólogo me chequeó y determinó que lo mío era psicológico, que me provocaba sola los dolores le dijo a mi mamá.
“Hace dos años y medio fui al Hospital Pablo Arturo Suárez, por unos cálculos al riñón. Ahí otros exámenes y no detectaron nada. Así pasó el tiempo, llegué al Andrade Marín y finalmente al Eugenio Espejo. Recuerdo que una vez ingresada ahí, les escuché a las doctoras hablando de mi caso.
“Una doctora determinó que no había nada más que hacer conmigo y le escuché decir que me daban el alta. Me desesperé, habían ofrecido hacerme un cateterismo y desistieron. Les dije ‘¿cómo me mandan sin solución? Opérenme. No se tocan el corazón, ustedes no tienen que pasar con oxígeno todo el día, como yo. Tengo un holter (electrocardiografía ambulatoria en el pecho). ¿Así me voy?’. Me respondieron que entonces tendría que dejar el hospital al siguiente día, después de que me retiraran el aparato.
“Finalmente el 17 de enero me hicieron el cateterismo, fue doloroso. Había 200 personas en lista de espera y 40 consideradas como casos urgentes (eso me contaron). Mi corazón tiene un hueco de tres centímetros entre las aurículas, mis pulmones están dañados, por tanta presión. La solución, me dijeron, sería un trasplante cardiopulmonar. Eso no se hace en Ecuador, por eso pido a la ministra de Salud (Verónica Espinosa) que me ayude.
“Quiero una operación para seguir con vida, no quiero que experimenten conmigo. Por eso les pido ayuda para someterme a la operación en otro país. Mi familia no tiene recursos económicos para cubrir con eso. Por favor ayúdenme a seguir viva. Tengo solo 25 años y yo quiero ser optometrista, debo ayudar a mi abuela, a mi mamá, a mis hermanos”.