La enfermedad de la pudrición del cogollo afecta a los tejidos meristemáticos de la planta. Es ahí cuando muere. Foto: Juan Carlos Pérez / EL COMERCIO
Los palmicultores del país tienen una doble preocupación: el valor que alcance el barril del petróleo y la enfermedad de la pudrición del cogollo (PC), que afecta a las plantaciones de palma africana.
El precio de la tonelada de la palma, que también sirve para producir biocombustibles, se calcula en relación con el valor del crudo (sobre USD 41).
Por esa razón, la tonelada del fruto no pasa de USD 150; hace dos años valía 220. Además, está la enfermedad que ha afectado a 8 300 hectáreas en las parroquias San Mateo y Viche (Quinindé, Esmeraldas). Eso inquieta a los dueños de las 280 000 hectáreas de sembradíos de palma en el país.
En Viche, el panorama es desolador: miles de plantas caídas, como si hubiesen sido arrancadas. Los cerros están cubiertos de troncos y hojas secas. Parece un desierto.
Las plantas que quedan tratan de ser recuperadas, pero es una tarea compleja para los dueños, porque es como lidiar con un enfermo desahuciado, dicen. La enfermedad arrasó con las 80 hectáreas sembradas a la altura del kilómetro 48 de la vía a Viche, donde las plantaciones debieron ser eliminadas, porque desde el año pasado dejaron de producir.
Los productores tenían la esperanza de mantenerlas, pues tenían 15 años más para arrojar frutos. Segundo Quiñónez, administrador del predio, cuenta que esta semana sembrará 30 hectáreas de cacao para recuperarse de las pérdidas.
Lo mismo piensa Camilo Rodas quien perdió 18 000 plantas que sembró en 150 hectáreas. Por cada hectárea calcula que perdió USD 4 000. Está quebrado y por eso piensa vender 100 hectáreas para incursionar en la siembra de cítricos. “Es un ciclo de cosecha más corto. Con la producción intentaré mantenerme. Por ahora no pienso volver a sembrar palma”.
El dirigente Horacio Moreira sostiene que los palmicultores están cambiando de actividad, debido a que ya no es un negocio tratar de luchar contra la pudrición. Se necesitan de USD 300 a 500 al mes para realizar un ciclo de fumigación.
Es más o menos como el antídoto para mantener con vida a una persona con enfermedad terminal, explica Moreira. Ante esto, la Asociación Nacional de Cultivadores de Palma Africana (Ancupa) busca salidas. Silvia Peñaherrea, directora ejecutiva del gremio, indica que se hace investigación, capacitación y transferencia de tecnología con una inversión de USD 500 000.
Sin embargo, Gilbert Torres, presidente de Ancupa, insiste en que además de los esfuerzos del gremio, es necesario que se establezcan políticas serias desde el Gobierno, que impidan que la enfermedad llegue a otras partes del país.
La atención a los palmicultores ha fluido desde el Ministerio de Agricultura, Ganadería, Acuacultura y Pesca (Magap).
Este organismo desde el año pasado puso en marcha el plan de acción emergente contra la PC, como una estrategia de reactivación productiva del sector palmicultor aceitero.
Eso permitió, por ejemplo, la liberación del material genético con mayor tolerancia contra la pudrición, así como créditos del Banco Nacional del Fomento, según el Magap.
Pero los palmicultores no quieren que se acabe la bonanza.
Marlon López, asesor técnico de la extractora Palmisa (Quevedo), explica que por semana, de una hacienda de 100 hectáreas, pueden salir 280 toneladas de fruta para extracción de aceite. “Si cada tonelada está actualmente en USD 150, eso representa 42 000 de ingresos a la semana”.
Esta alta productividad de la planta que López califica como “nobleza del cultivo” es una de las principales razones por las que el crecimiento de los cultivos de palma se ha mantenido con un crecimiento sostenido de un 7% en los últimos siete años, según Ancupa.
De acuerdo con ProEcuador, la tasa de crecimiento en las exportaciones fue de dos dígitos en los últimos cuatro años. En dólares, del 2010 al 2014, las exportaciones de aceite de palma en bruto crecieron un 13,7% y un 11,5% los demás aceites.
Mientras que en volumen, el crecimiento fue de 16,5% en aceite de palma en bruto y de 9,0% en los demás aceites.
El aceite rojo es utilizado, además de la industria alimenticia y de cosméticos, en la producción de biodiésel y es otro de los factores que atrajo a palmicultores. “El precio está en relación al valor del barril del petróleo. Hace dos años estaba en USD 220 la tonelada. Con el precio del petróleo alto había más demanda de biocombustibles y el valor aumentaba”, cuenta López.
Por ahora los palmicultores que tumbaron las plantas no piensan retirarlas, porque temen que se produzcan invasiones. Pablo Capelo cuenta que una vez que le aprueben un crédito.