Tobías Falcón, Pedro Álvarez y Tránsito Pomavilla escogen la semilla de quinua para realizar el enfundado en la Asociación Mushuk Yuyay, en Cañar. Fotos: Xavier Caivinagua/El Comercio
Mientras el agua recorría los surcos recién abiertos por la yunta, el indígena José Guamán, de 65 años, sembraba media hectárea de quinua. Él vive en la comunidad de La Posta, cantón Cañar.
En seis meses, él tiene previsto vender el 90% de la cosecha a la Asociación de Productores de Semillas y Alimentos Nutricionales Mushuk Yuyay (Nuevo Pensamiento, en español) que se dedica al procesamiento de productos andinos.
Esa organización fue creada en 1994 y tiene 18 socios, pero trabaja con más de 200 agricultores indígenas de los cantones de El Tambo y Cañar. A ellos les compran la producción de quinua, amaranto, cebada, trigo, arveja y maíz, principalmente.
Desde hace más de un año, José Guamán siembra quinua para vender a esta Asociación, pero también para el consumo familiar. Mientras lanza los puñados de semilla en los surcos, el cañari dice que la lluvia en plena siembra es augurio de buenas cosechas.
Según el presidente de la Asociación, Nicolás Pichisaca, la Mushuk Yuyay se creó para rescatar los alimentos que eran consumidos por incas y cañaris y “que estaban desapareciendo de la mesa de nuestras familias por la migración”.
Otra razón fue que un estudio de mercado determinó que el pequeño productor era un simple proveedor y que el intermediario sacaba la mayoría de réditos. “No vendía sus cosechas a un precio justo”, señala Antonio Guamán, promotor de campo de esta Asociación.
Por ello, la Asociación capacitó a los potenciales agricultores sobre cómo mejorar las cosechas. Empezaron con 10 campesinos y la siembra de una hectárea de cebada, trigo, chocho y amaranto. Esa producción la compraba la Asociación y la transformaba en harinas.
Con el tiempo y por los resultados diversificaron la producción a arveja, maíz, fréjol, habas… y dieron énfasis a la quinua y aumentó el número de campesinos interesados en vender sus cultivos.
El año anterior tuvieron 16 hectáreas de quinua y 10 del resto de productos andinos.
Según Antonio Guamán, para Mushuk Yuyay lo primordial es que las familias cañaris consuman estos alimentos -considerados por de alto valor nutritivo por sus antepasados- y que el excedente lo comercialicen.
José Guamán recuerda que la sopa de quinua era infaltable en los velatorios, porque daba energía a los acompañantes que se trasnochaban siete días. Esa práctica también se busca recuperar con la siembra y procesamiento de estos alimentos.
La Asociación también recibió el apoyo del Municipio, Gobierno Provincial, Ministerio de Agricultura… Cada entidad aportó con investigación, normas de calidad, comercialización y equipamiento.
La procesadora de alimentos andinos está ubicada en la comunidad de San Rafael. Pero esta sede quedó pequeña para albergar a más de 15 equipos como molinos, tostadoras, aventadoras, piladoras, ventiladores y cernidoras.
Tobías Falcón está a cargo de la transformación de los granos que llegan desde el campo. De allí pasan por diferentes áreas para obtener el arroz y la máchica de cebada. Y de la quinua, el haba, la arveja, el maíz y el trigo obtienen productos triturados y harinas.
Pichisaca recuerda que al principio había resistencia en sembrar, por que los campesinos tenían mala experiencia en las ventas. “El intermediario pagaba valores que ni siquiera representaba lo que invertían”.
En la actualidad, la Mushuk Yuyal paga entre USD 80 y 90 por el quintal de quinua, dependiendo de la humedad.
José Guamán y su esposa Petrona Guamán, de 62 años, antes de ingresar a la Asociación, vendían cada quintal a USD 60 y, en la actualidad, reciben 90. “Aumentaremos la extensión de la siembra”, manifiesta el indígena.
Para Antonio Guamán, esos valores dejan ganancias a los indígenas, porque la siembra de una hectárea cuesta aproximadamente USD 1 500 y en cada una obtienen un promedio de 40 quintales “y con buena preparación del suelo y riego pueden mejorar”.