El Cristo del Consuelo transpira y palpita con Borys Celi. Está camuflado en su nuca, acalorado por la infernal tarde guayaquileña, empapado del sudor que corre por el cuello de su fiel portador.
Agonizante, parece susurrarle al oído que remoje sus labios por misericordia. “Me cumplió una petición; yo le cumplí mi promesa”. Y se tatuó la devoción en la piel hace dos años.
El niño que nació en el barrio Cristo del Consuelo, que peregrinó de la mano de sus padres en la procesión que hoy cumple 55 años de historia, creció y marcó su cuerpo como holocausto. El ángel de tinta plasmado en su brazo es testigo, al igual que el rosario imborrable que envuelve su mano derecha.
Así como la tinta se aferra a los poros de este joven, la fe está impregnada en esta parroquia del suroeste de Guayaquil, rodeada por las calles Domingo Savio, Guerrero Martínez, Los Ríos y el estero Las Ranas, en el suburbio porteño.
Desde la cúpula más alta del santuario, en las calles Lizardo García y la A, un cristo de yeso pálido contempla el horizonte como si estuviese en un Gólgota eterno. Son estrechos callejones, casas amontonadas de construcción mixta, un sector que desborda devoción en Semana Santa pero que también carga su propia cruz de inseguridad. Aquí viven 41 000 almas, según un censo de la Arquidiócesis de Guayaquil.
El párroco Ángel Villamizar llegó hace 10 meses para dirigir este rebaño bajo la orden de misioneros claretianos -seguidores de San Antonio María Claret-, los primeros en pisar estas tierras.
“El Cristo fue idea del padre Ángel María Canals -fundador del santuario-. De la iglesia Corazón de María, en España, trajo una réplica de la imagen y un escultor cuencano talló aquí al Cristo del Consuelo“.
Fue en 1959, cuando solo había lodo y un estero del que surgían palafitos arcaicos. Era una zona marginal y alejada la que acogió a doña Rosario, hoy viuda de Cornejo. “Por aquí la cruz pasaba entre la maleza. Eso fue así más o menos hasta cuando era alcaldesa Elsa Bucaram”, recuerda en el balcón de su casa, bendecida con una vista majestuosa de la iglesia de cúpulas verdosas.
El origen del barrio Cristo del Consuelo pasa velozmente por las manos del padre Armando Gómez, otro de los sacerdotes encargados del templo. Está plasmado en las páginas de una revista de 1989 que recoge una frase de Ángel María Canals: “Este lugar hoy desierto será pronto famoso”. Esa profecía se cumplió.
De Chicago a la calle 8
El nombre del Hijo de Dios está marcado en todas partes. En panaderías y vulcanizadoras, en restaurantes y escuelas, en dispensarios y tiendas, en el parabrisas de los buses que aceleran al ritmo de música estridente y en un poste que sostiene a un hombre tambaleante, envuelto en un olor a licor añejo.
Pero también resuena en las zonas más distantes, que muchos prefieren no recorrer. Chicago es uno de los sectores que alcanzó redención, anclado en ese rompecabezas de 160 cuadras que conforman la barriada de acuerdo con los planos del Municipio de Guayaquil. Su nombre no solo está ligado a la comunidad afroecuatoriana que habita el lugar; pronunciarlo evoca historias de violencia que el Señor de la parroquia ha transformado gracias al trabajo constante de sus enviados.
“Yo tengo más de 25 años trabajando allá. Soy del grupo Chicago, he caminado por la Calle 8 en la noche, anduve por la cortina de humo -una zona considerada de consumo de drogas- y nunca me ha pasado nada… ahora ningún sector de Guayaquil es totalmente seguro. Ni las urbanizaciones privadas se salvan”.
Hortensia Rolleri defiende a los suyos. Es parte de los 220 católicos que colaboran en tareas comunitarias, comprometidos con la misión de los padres claretianos que han levantado guarderías, escuelas, ciudadelas, centros médicos y talleres en esta comunidad del Cristo del Consuelo.
Un patrullero ronda Chicago y sus alrededores. Es del retén N° 30 de la Policía, también bautizado como Cristo del Consuelo. El subteniente Javier Alulema está a cargo de los controles, aunque en ocasiones, reconoce, se escapan de sus manos.
Al día registran al menos tres denuncias de violencia intrafamiliar, hasta 50 sancionados por libar los fines de semana y en los últimos dos meses ocho personas fueron detenidas por consumo y expendio de drogas. “Aquí venden y consumen cocaína, heroína y marihuana”.
Es martes por la tarde y la cancha no tiene límites en el asfalto de Manhattan, una calle caliente de la parroquia del suroeste porteño. Un enjambre de chiquillos, algunos descalzos, corre tras un balón remendado. Y en la vereda, que es la tribuna, cuatro mujeres hacen una pausa.
Lucen tranquilas; el Cristo consolador les cuida las espaldas -y no solo porque su rostro de dolor esté bordado con hilo en la parte trasera de sus camisas-. “No hay qué temer -dice con serenidad Luz Conforme-. Le llevamos espiritualmente. Él nos guía”.
Las hermanas María Pinos, Francia Román y Lisley Vernaza le acompañan. “Todo esto era manglar -evoca Pinos, vecina desde el 59-. El vía crucis era atravesando lodo, matorrales y la capillita era de caña. Era un verdadero sacrificio”.
Caminan lentamente por una ruta que aún guarda rastros de la última campaña política y grafitis de cruces y frases sacadas de la Biblia. Por aquí también abunda el mensaje de las iglesias evangélicas y de los Testigos de Jehová.
Al final de su vía crucis les espera la tradicional Calle 8, que por excepción trae vientos de paz. “Esta es la zona de rumba y buen baile -cuenta Vernaza-. Los fines de semana estallan los parlantes con todo tipo de música. Es como la de Miami, pero más tropical”. Pero hoy -y por estos días- habrá calma, al menos hasta que Cristo resucite.
En contexto
Más de 300 000 personas asisten anualmente a la procesión en este populoso barrio del suroeste guayaquileño. El recorrido por este sector se lo realiza desde hace 55 años. Aquí llegan personas de distintas ciudades del país.