José Mayo, de 57 años, invirtió USD 10 000 en la adquisición de máquinas para lavar y despulpar el café. Foto: Xavier Caivinagua para EL COMERCIO
Desde que José Mayo tenía 10 años no ha dejado de sembrar y cosechar café. Ahora, a sus 57 años, sigue levantándose a diario antes del alba para cuidar sus cinco hectáreas de cultivo, ubicadas en el poblado de Playas de Pirca.
Este caserío del cantón Palanda es uno de los más productivos de Zamora Chinchipe para cultivar café arábigo.
A partir del 2002, José Mayo y otros 189 campesinos se agruparon en la Asociación Agroartesanal de Productores Ecológicos de Palanda y Chinchipe (Apecap). Su objetivo fue cambiar el cultivo convencional por el orgánico y mejorar sus ventas; y lo lograron.
Para conseguirlo cumplen algunos parámetros ambientales, como el uso de abonos y fertilizantes orgánicos, que ellos elaboran. Además, están prohibidas las quemas de la vegetación y el uso de mano de obra infantil.
Ese año se juntaron con otras cinco asociaciones de cafetaleros de Zamora Chinchipe, Loja y El Oro. Todas forman parte de la Federación Regional de Asociaciones de Pequeños Cafetaleros Ecológicos del Sur del Ecuador (Fapecafes), que aglutina a 1 200 socios.
De esa manera consiguieron el asesoramiento técnico y económico de organizaciones no gubernamentales e instituciones públicas como el Gobierno Provincial de Zamora Chinchipe, Ministerio de Agricultura y seis municipios. Además, venden su producción a precios justos y exportan a seis países.
Ahora, están en la época de cosecha y el trabajo de Felipe Luzón y José Mayo empieza antes de las 05:00. Su primera labor es revolver los granos de café que están secándose en las marquesinas (una superficie plana en el piso, cubierta con mallas). Cuando Luzón cumple esa tarea va a las dos hectáreas de cultivos, que se desarrollan junto a su vivienda en la comunidad de Borleros, en Palanda. Su jornada puede alargarse hasta las 18:00.
Su dedicación es mayor porque quiere exportar 60 quintales de café en este año. En el 2017 solo vendió 10 quintales, porque fue su primera cosecha con plantas nuevas.
Le ayuda su esposa Martha Malacatos. “Este oficio lo heredamos de nuestros padres y somos el relevo generacional”, dice la campesina.
Desde que se agruparon las seis asociaciones, las ventas crecieron y el acuerdo comercial con la Unión Europea, que está vigente desde el 2017, también favoreció, según Vinicio Martínez, presidente de Fapecafes. En el 2014 exportaron 11 contenedores, el año anterior 22 y en este aspiran de 28 a 30.
Cada contenedor tiene 550 quintales, que envían a Francia, Alemania, Austria, Bélgica, Canadá y Estados Unidos. En la actualidad, hacen contactos en Noruega.
Cada asociación cuenta con un centro de acopio y secado, para sus socios. Desde esos sitios, la producción se transporta al centro de Fapecafes, que está establecido en Catamayo. Allí, la producción es sometida a valoraciones para determinar el pago que recibe cada socio. Por lo general, oscila entre USD 210 y 230 el quintal, dependiendo la calidad.
“No dependemos de los intermediarios y no tenemos competidores”, cuenta Víctor Hugo Zárate, de la Asociación Acrim, que agrupa a 155 socios de la cuenca del río Mayo (Chinchipe). Esta zona tiene más de 400 hectáreas cultivadas con café.
Según Camilo Luzuriaga, presidente de Apecap, con la producción orgánica se requiere más inversión, tiempo, dedicación y cuidado ambiental, pero el producto es mejor valorado en el exterior por su calidad, fino aroma y sabor.
En el 2004, los socios de Fapecafes obtuvieron la certificación orgánica bajo el sello de pequeños productores. Las asociaciones y los agricultores también han ganado reconocimientos y galardones como la Taza Dorada, que logró Apecap en 2010 y 2012.
La mayoría de los agricultores no solo se conforma con los cambios de manejo orgánico implementados. Por ejemplo, José Mayo frecuentemente busca nuevas formas para secar el grano porque de ese procedimiento depende la buena calidad del café.
Él adquirió máquinas para el lavado y despulpado de la fruta y cuenta con un amplio galpón con las marquesinas. En ese lugar se inventa mecanismos de secado, sobre todo cuando se registran lluvias constantes.