A una hora y media en lancha desde Guayaquil se encuentra Cerrito de los Morreños, pueblo donde se respeta la veda del cangrejo. Durante un mes el ostión será su fuente de ingresos. Foto: Juan Carlos Mestanza/ EL COMERCIO.
Tras un viaje de hora y media en lancha desde Guayaquil, en medio del verdor de los manglares, aparece Cerrito de los Morreños. Es una comuna ubicada en las faldas de una loma, que en gran parte no tiene vegetación.
Este lunar del golfo de Guayaquil es un pueblo de una centuria de existencia. Se trata de una comunidad ancestral cuya existencia ha girado alrededor de la captura del cangrejo rojo, los moluscos y la pesca.
“Ahora que se inicia la veda (un mes desde mañana) nuestra gente tiene que ver cómo se sustenta. Siempre ha sido la misma naturaleza la que nos ha provisto de trabajo”, cuenta Jorge Mite, septuagenario morador de esta comuna.
Cerrito de los Morreños hizo fama ya hace 81 años cuando, en Madrid, Demetrio Aguilera Malta publicó su novela ‘Don Goyo’. La trama se desarrolla en ese sitio y narra la historia de un montubio que busca mantener latentes las tradiciones familiares y conservar su entorno. También, muestra la vida de pescadores en los manglares.
Esas tradiciones y esfuerzos se mantienen. Como acontecía antes, los pobladores se rigen a normas determinadas por las autoridades de la comuna.
“Cerrito tiene un reglamento que no permite la venta de licor los días de trabajo. Solo se vende los viernes de 12:00 a 18:00 y los sábados de 12:00 a 00:00. Quien infrinja la regla es detenido en el UPC y es sometido a ocho horas de labor social o a una multa de USD 40 que van a beneficio comunitario”, comenta Gerónimo Vera, presidente del Comité Pro Mejoras.
Además, los chanchos no pueden andar por las calles. “La primera vez el dueño es castigado con USD 5 de multa, la segunda con 10 y, la tercera, el animal pasa a ser un bien de la comunidad”, dice.
En el pueblo, cuyas calles son de tierra, hay mucho por hacer. El agua potable les llega cada mes en un barco tanquero. Tienen un sistema interno de venta, a USD 0,30 la caneca de 50 galones.
La planta eléctrica tiene dos meses dañada y aún no resuelven el problema de la basura. En los próximos días están por firmar un acuerdo con una camaronera para que transporte los desechos en gabarra hasta Guayaquil.
Cuentan con una Unidad de Policía Comunitaria, un infocentro con Internet, casa comunal, iglesia, puesto de salud y una escuela con 160 alumnos, cuya mayoría de profesores llega desde Guayaquil.
Carolina Parrales tiene 9 años en la comuna. Esta profesora, que llegó desde Santa Elena, cuenta que el resto de educadores es de Guayaquil. “Los lunes lo hacen pasado el mediodía pues se movilizan en las lanchas de los cangrejeros y tardan más de dos horas”.
La mayor necesidad, como pueblo que depende de las canoas, es la construcción de un muelle. El vetusto que tienen se ha caído dos veces. El Municipio ofreció construirlo, pero la licitación está estancada.
La construcción de un muelle es una necesidad urgente. Foto: Juan Carlos Mestanza/ EL COMERCIO.
Mientras los cangrejeros están en sus labores, Lorenzo Ramírez, 63 años, ejecuta otra labor ancestral: la construcción de canoas. Acelera la terminación de una a fin de poder venderla (en USD 500) y solventarse durante la veda.
Vera dice que respetan 100% la veda por la conciencia hecha. Por ello, la mayoría de cangrejeros, desde mañana, se dedicará a sacar ostión o a pescar.
Los que pudieron reunir algo podrán descansar hasta retomar la ancestral tarea de capturar el apetecido crustáceo.