El papel del nuevo docente es -debe ser- diferente. Se ha descubierto que los docentes destinamos incontables horas de trabajo en tratar de enseñar conceptos, que mejor resulta aprenderlos que enseñarlos. En otras palabras, que bien podrían ser asimilados mediante el ejercicio, la repetición y la retroalimentación mediante un programa de computador, que el torturante sistema de “clases”.
La función del maestro es la de facilitar procesos y formar valores que otorguen a los estudiantes confianza en sí mismos, competencia y capacitación continua. Es el mediador por excelencia. Si así procede el docente del futuro se convertirá en un recurso que jamás será reemplazado, cuando muy pronto cada estudiante sea instructor de sí mismo, mediante métodos autodirigidos.
El activo más valioso del Ecuador es su recurso humano. Su valor está determinado por su nivel educativo y su capacidad científica y tecnológica. Las materias son ciertamente secundarias, ante la capacidad de los alumnos para aprender y continuar aprendiendo nuevos conocimientos. Y este aprendizaje no dura seis ni 12 años, sino toda la vida.
De ahí una consigna para la educación del futuro: aprender a estudiar y aprender a perseverar. Aprender a reaprender y comprender; aprender a aprehender; aprender a emprender.