El 10 de Agosto de 1809 las élites de Quito iniciaron el proceso de independencia. Fueron esas gentes ilustradas, de clara vocación liberal, las que asumieron la tarea de construir un Estado independiente. La primera Constitución, la quiteña de 1812, es un estatuto de inspiración liberal. La idea de la República moderna es una idea liberal. El régimen de división de poderes es liberal. La concepción de la política, como instrumento al servicio de la gente, es liberal. Los referentes que guiaron la guerra de independencia -las revoluciones francesa y de EE.UU.-, con los matices de cada una, son liberales.
Bolívar fue liberal y solo al final de su vida se desengañó, no del liberalismo, sino del caudillismo y de la demagogia que, desde entonces, envenenan a los países que liberó.
Fue enemigo de los poderes perpetuos, de los monopolios y de los caudillos. Léase el ejemplar Discurso de Angostura, por ejemplo. Bolívar fue hijo intelectual de los grandes liberales europeos. Por otra parte, la única verdadera revolución que registra la historia nacional -la anticlerical de Alfaro- tiene indudables contenidos liberales, aunque su caudillo se inclinó con demasiada frecuencia hacia el autoritarismo. El laicismo y la libertad de conciencia -los más importantes logros de Alfaro- son ideas liberales. Julio Andrade y Peralta fueron liberales.
El Ecuador es hijo del liberalismo político. Hijo imperfecto, por cierto, a causa del caudillismo, de la confusión universal de las ideas, de la politiquería, de la demagogia y de la decadencia de las élites. Resulta paradójico, entonces, el sistemático e irresponsable descrédito que se hace del pensamiento liberal, con el aplauso de intelectuales convertidos en cortesanos. Resulta incoherente que la fiesta mayor del país -este 10 de agosto- se transforme en ocasión para afianzar el discurso antiliberal, aprovechando la confusión ambiente, el lugar común del “neoliberalismo”, y sin que la gente advierta que todo eso impulsa el ascenso de tesis contrarias a lo que, bien o mal, ha sido el sistema de valores del país: la preservación de los derechos, la defensa de las libertades, la limitación y el freno al poder.
Por obra de la falsificación histórica, resulta ahora que Bolívar era socialista, que la independencia fue una acción inspirada en los folletines marxistas; que Alfaro era caudillo al novísimo estilo del siglo XXI; y que el liberalismo ha sido tragedia para estos países, cuando fue el pensamiento inspirador, y el ideal que buscaron los próceres, ideal por el cual hay que seguir trabajando, porque sin liberalismo no habrá democracia, sino autoritarismo disfrazado; no habrá República, sino predio de caudillos; no habrá derecho, sino graciosa concesión del Estado. No habrá ideas, sino tristes discursos de alabanza al poder.