El proyecto Yasuní-ITT era un excelente proyecto para el país por dos razones fundamentales: primero, como una estrategia de política exterior con una visión avanzada de desarrollo, emitiendo un mensaje global de una nueva consciencia sobre el ambiente en un país pequeño, pero vanguardista en cuanto a propuestas alternativas. Segundo, como política ambiental, porque enviaba al país y al mundo una señal clara de que por fin el ambiente era una prioridad nacional y que eso significaría recursos e instituciones para un tema olvidado. Sí, eran 1 000 millones de barriles menos de petróleo para el erario nacional, pero a cambio habíamos propuesto algo revolucionario y creativo en relaciones internacionales…
Sin embargo, es necesario reconocer que ese espejo tan delicado llamado Proyecto Yasuní-ITT acaba de romperse, porque su éxito dependía fundamentalmente de la confianza, tanto de quienes le dieron forma al interior del Gobierno, como de los países interesados en aportar. Aún cuando se junten todas las piezas, seguirá siendo un espejo roto con muchas menos posibilidades de éxito que lo que tenía en su cénit, la cumbre de Copenhague. El Ecuador tiene una larga historia de no poder manejar estrategias en un escenario internacional, con sus condicionantes, sus problemas y también sus ventajas y amenazas, este proyecto solo suma un caso a las evidencias, a pesar de todas las buenas intenciones y los esfuerzos de estos dos años y medio. Por eso es que la salida del Canciller es absolutamente comprensible, pues su proyecto prioritario es justamente lo que entró en crisis y en esas condiciones era impensable su permanencia en el Régimen.
Pero en el escenario político nacional, la caída del Yasuní-ITT tiene un significado mucho más profundo: la división al interior del Gobierno que ya era visible desde hace meses no es de forma, sino de fondo. Una revelación que los argumentos tanto del Presidente de la República como de Fander Falconí pusieron en evidencia esta semana. Rafael Correa no es un ecologista radical, no lo ha sido y probablemente no lo será. Creo yo que, si algo puede definir mejor al Presidente es el desarrollismo nacionalista: es decir una postura política y económica donde el desarrollo (mejor si es industrial y competitivo) es una prioridad absoluta. Eso está plasmado en su libro, de reciente publicación, así como en sus últimas intervenciones hablando del Yasuní-ITT. Siendo así, el choque de trenes con la línea de Alberto Acosta era perfectamente previsible y ahora todos entendemos que se tratan de proyectos distintos.
Lo que siempre le ha pasado a la izquierda ecuatoriana, simplemente le volvió a pesar: existen líneas distintas, con estrategias distintas, para fines distintos siempre en disputa. La historia se vuelve a repetir, ojalá que esta vez le dejemos escoger al pueblo ecuatoriano en su conjunto.