El Coro de Manos Blancas se presentó el fin de semana pasado, en la iglesia de La Compañía; sus integrantes, que son 30, tienen sordera. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
Su vida es un absoluto silencio. Nunca han escuchado el sonido que generan las luces del árbol de Navidad, mucho menos villancicos, pero saben lo que es la música. La sienten. La interpretan. A pesar de tener deficiencia auditiva (no escuchan ni hablan), cantan con sus manos y este año, por primera vez, formaron un coro que sin decir una palabra, transmite y quebranta a los espectadores.
Hoy, el Coro de Manos Blancas, conformado por 30 chicos con sordera, se suma a las cientos de agrupaciones que en época de Navidad se conforman en escuelas, colegios, empresas, fundaciones y más.
Los coros aparecieron con fuerza en Quito a partir de los años cincuenta. Humberto Jácome, conocedor de la ciudad, cuenta que entre los más antiguos de la capital están el de La Salle, el Ciudad de Quito, de la Casa de la Cultura, el de la iglesia de la Catedral y el de los Caballeros de la Dolorosa. Hoy hay cientos de agrupaciones que se suman a ese listado. Desde hace dos semanas, se presentan interpretando canciones de la época en centros comerciales, plazas, espacios públicos…
El Coro de Manos Blancas se creó hace un mes y está conformado por chicos y chicas de 12 hasta 21 años. ¿Cómo puede una persona que no escucha integrar un coro? Ellos sienten las vibraciones y transmiten el ritmo con sus manos. Cindy Miranda, de 19 años quien estudia música desde hace ocho, es la directora, y cuenta que logran concebir el sonido de los instrumentos por la piel, por los pies, y claro, con la guía que ella les da. Los chicos son alumnos del Instituto Nacional de Audio y Lenguaje y ensayaron dos horas y media cada día.
Sus manos, sus dedos, sus ojos son una canción. Se presentaron el fin de semana en la Iglesia de La Dolorosa y de la Compañía y la gente levantó sus manos y las sacudió. Esa es la forma de aplaudirlos.
No es complicado entender a Soledad Castellanos, de 16 años, pese a que no habla. Sus gestos, los movimientos de sus manos son tan expresivos que transmite lo que quiere decir. Le gusta cantar porque pensó que jamás podría hacerlo. Y hoy, cuando ve que la gente se emociona, ella siente que triunfó. Michael Muñoz, de 18 años, mueve sus manos sobre su pecho y la traductora lo replica en voz alta: “Cuando canto, mi corazón late con fuerza y es como si Dios me escucha”.
Los coros no excluyen a nadie. Los más pequeños también participan. En el Colegio Alemán, por ejemplo, hay tres coros a los que pertenecen 120 estudiantes y desde inicios del año escolar se preparan sobre todo para las presentaciones de diciembre. El miércoles pasado, los niños dejaron de lado los nervios y alegres, inquietos, cantaron en los centros comerciales Scala Shopping y La Esquina, frente a más de 400 personas.
Eva Fierro, jefa nacional del área de música del colegio, explicó que para pertenecer al coro no se necesita una voz privilegiada, sino disposición y disciplina. No es sencillo cantar en un coro, especialmente para los más pequeños: no resisten estar mucho tiempo de pie y les cuesta esperar las pruebas de sonido. Pero la música, según la maestra, les ayuda a desarrollar su parte emocional y su disciplina.
Los adultos también se emocionan al pertenecer a un grupo de canto. El Centro del Adulto Mayor tiene un coro con personas de la tercera edad.
Francisco Mera cuenta que a su edad, no importan mucho las presentaciones sino el convivir con la gente de su edad. Los aplausos son un agregado.
La Mutualista Pichincha, por ejemplo, conformó uno hace apenas mes y medio y el viernes pasado, uniformados con camisa blanca y pañuelo rojo, se presentaron en el C.C. El Bosque. Está conformado por trabajadores de la institución y sus familiares. El más pequeño del coro es Ían Jácome, de 4 años, y la mayor es Hilda Bucheli, de 74. Arianna Cevallos, comunicadora, cuenta que repasan los martes y jueves luego de la jornada laboral.
El incremento de las presentaciones corales en esta época es evidente. Patricio Aizaga, director de la Fundación Orquesta Sinfónica Juvenil del Ecuador, a la que pertenecen más de 400 niños, cuenta que, por ejemplo, tienen unas dos o tres presentaciones por mes, pero en diciembre tienen hasta 18. La fundación, que logró reconocimientos dentro y fuera del país y se mantiene gracias al apoyo de empresas privadas y el Patronato Municipal San José, está detrás de varios coros. Los forma, guía y apoya.
Aizaga es uno de los precursores del Coro de Manos Blancas y reconoce al grupo como un milagro. La música vence cualquier falta material con la riqueza espiritual, por lo que trabajan especialmente con niños de escasos recursos y, en este caso, con discapacidades. Crearon una alianza con el Patronato Municipal San José; el objetivo es formar una red de entidades de acción social por la música.