Flavio Paredes C. Redactor Cultura
Antes de la danza ritual del fuego y de la danza del terror, que propone ‘El amor brujo’, el público que asistió al Teatro Sucre la noche del jueves sintió frescura y calma en la coreografía ‘Agua viva’, de Valentina Guayasamín.
En ella, los cuerpos volátiles de las cuatro bailarinas que interpretaron la pieza se hicieron agua, desde el caudal hasta la quietud del estanque. Fue una coreografía agradable en su sencillez.
Tras el intermedio, alrededor de 550 asistentes fueron testigos del sortilegio del pueblo andaluz en la pieza clásica de Manuel de Falla. El conjuro se había iniciado.
Así como el ritmo creció desde la palmada solitaria hasta el zapateo colectivo, la seguridad y la coordinación de los bailarines se afianzó con el desarrollo de la obra. Los cuadros fueron naturales y ejecutados a tiempo. La alternancia entre los bailes grupales y en solitario contribuyó al desarrollo general de la obra.
Además, las secuencias se construyeron desde la imagen, con gran uso del color, los movimientos y el desplazamiento. El elenco demostró disciplina y técnica. Los intérpretes sortearon las dificultades del tablado del Sucre para con las resonancias del taconeo.
Sin embargo, el embrujo no alcanzó la pasión que rezuman los amores de Candela, Carmelo, Lucía y José, sus protagonistas. Los encantadores motivos de la historia: la rivalidad entre los amantes, el tormento de la mujer amada, el deseo y la frustración se expresaron, pero sin intensidad.
La participación de la mezzosoprano María Fernanda Argotti fue justa y bien lograda en lo vocal, pero exhibió un leve defecto en cuanto a la dirección de puesta en escena, ya que sus ingresos y salidas carecieron de originalidad.
El planteamiento espacial aprovechó las diagonales del escenario, mientras que las coreografías jugaron con los frentes del espectador.
Las escaleras, que conformaron el decorado, no tuvieron mayor funcionalidad que sostener la imagen creada por la iluminación en un teatro sin cortinaje posterior. La escenografía sugirió un campamento gitano.
El Ensamble de Guitarras de Quito empató con la propuesta de Danzensamble y Fusión Flamenco. Las cuerdas sonaron equilibradas y captaron el espíritu de la composición de Manuel de Falla.