Luis Eduardo Navas, de la Basílica de La Merced, muestra la campana más grande del país, la cual data de 1737. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.
Alrededor de 50 escaleras de madera, estrechas y empinadas, hay que subir para llegar a la torre donde está la campana más grande del Ecuador y que data de 1737. Una vez arriba, Luis Eduardo Navas, superior provincial de la Comunidad Mercedaria, toma la soga atada al badajo del enorme bronce y la mueve con fuerza. El sonido es apagado; antaño se la escuchaba hasta El Quinche.
En la actualidad permanece callada, al igual que el resto que está en el campanario de la basílica de La Merced (seis en total). Dejaron de oírse a diario tras el terremoto de 1987; una vez restauradas, entre 1993 y 1994, se activaron a través de un sistema eléctrico atado a un reloj, el cual duró hasta cuando se dañaron las piezas.
Ese silencio impera en la mayoría de los campanarios de las 27 iglesias, conventos y monasterios del Centro Histórico de Quito. Según el Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP), hay 104 campanas registradas; y 31 de ellas, que datan de la época republicana y moderna, han sido restauradas.
Hay otro fin: “recuperar su uso y mantener el simbolismo con el cual fue concebido”, según el ente municipal. Pero en la realidad aquello no se concretó, pues continúa la amnesia de aquellos siglos en donde ese lenguaje sonoro funcionó para anunciar misas y procesiones, duelos y nacimientos, fiestas, tormentas y revoluciones.
En un recorrido que EL COMERCIO realizó por los cinco templos más grandes del Centro (La Merced, Santo Domingo, Catedral, San Francisco y San Agustín), se constató que en ninguno se doblan los bronces manualmente. En dos solo suena un reloj anclado a un sistema mecánico.
Ese olvido se instaló a partir de los años 60 y 70, cuando el tañer se empezó a ver como algo antiguo. Lo moderno eran los motores y algunos se electrificaron o se sustituyeron por grabaciones de megafonía.
Aquello ocurrió mucho antes en la iglesia de San Domingo. Vicente Ramos, encargado del museo del complejo arquitectónico, confirma que sus ocho campanas dejaron de funcionar manualmente en la década de los 30. Y se optó por un sistema que manejaba varios martillos.
Sin embargo, en el 2011 la persona que hacía el mantenimiento (Marco León) falleció y el campanario calló para siempre. Vuelven a sonar solo en la fiesta de Santo Domingo de Guzmán, el 8 de agosto.
Ni siquiera en la Catedral se escuchan sus tres campanas. Hace dos años lo único que se percibe a diario es un reloj, admite monseñor Luis Tapia, ecónomo del templo. El repique se da según el horario de la misa (07:00, 08:30 y 12:00).
Estos aparatos solo se doblan para eventos extraordinarios. Esa misma explicación ofrece Pablo Rodríguez, administrador del museo del convento de San Francisco. La iglesia principal tiene seis campanas.
Y ninguna se usa manualmente, menos para el llamado de la misa. Por allí, una vez al año, para un gran evento (festividades de San Francisco). Solo en la torre sur se marcan las horas del día, y se hace con un sistema mecanizado.
En San Agustín tampoco suenan sus cuatro bronces. María José Galarza, guía del convento, apunta que el campanario dejó de usarse para anunciar las misas en los años 80. El tañer se escucha el 2 de agosto y solo por contados cinco minutos, para recordar la masacre de los héroes.
Ni en la vida interna de los conventos (solo de hombres) hay esa costumbre, pero sí en los monasterios (solo de mujeres). En esos lugares se toca de forma ininterrumpida y diaria desde hacía siglos.
Las religiosas del Carmen Alto sí repican, de aquello da fe la hermana Verónica de la Santa Faz, superiora del monasterio. Las dos campanas de una de las torres de la iglesia se pulsan todos los días, comenzando con el ángelus (06:00, 12:00 y 18:00), luego se invita a la misa de las 07:00.
En la segunda torre está otro bronce que era para los actos comunitarios, pero ya no se usa; en su reemplazo, dentro del monasterio hay dos pequeños para comunicarse entre las religiosas. Cada una de las 19 hermanas tiene un número de toques y repiques.
Las campanas que están al interno se doblan desde las 04:30, cuando las hermanas se levantan a la oración. Y, como rememora Verónica de la Santa Faz, hay una suerte de competencia de sonidos con las de las madres Clarisas, del monasterio de Santa Clara, de las de San Juan, de las madres concepcionistas… Pero, admite, “últimamente ya no se escuchan tantas…”.
Cuando recién entró al monasterio, harán 32 años, “era bellísimo porque en todos los monasterios del Centro tocaban al unísono. Desde las 06:00, era un verdadero coro entre todas las campanas”. Hoy no hay nada, quizá porque, como admite la religiosa, “se ha ido enfriando la fe y la gente ya no viene a misa”.