Un ejército de miles de voluntarios de entre 15 y 20 años organizan retenes, registran vehículos y requisan al personal en las atestadas calles de Maidiguri, capital del estado nigeriano de Borno, y cuna del movimiento islamista Boko Haram.
Estos reclutas van armados con machetes, lanzas, palos con clavos oxidados o con cualquier objeto que, al golpear con fuerza, pueda dejar inconsciente a alguien. Muchos de ellos tienen los ojos rojos por no dormir y la lengua azul por drogarse con un tranquilizante que mezclan con alcohol.
Estos hombres se hacen llamar las Fuerzas Especiales Conjuntas Civiles (Civil-JTF, por sus siglas en inglés) para suplantar a las Fuerzas Especiales Conjuntas (JTF), formadas por paramilitares, soldados, y agentes del Servicio de Seguridad del Estado.
Las Fuerzas Especiales han llegado a ser tan temidas como el propio Boko Haram, sobre todo en los suburbios pobres musulmanes. La milicia islamista radical está tan metida en la sociedad del noreste del país que, se cree, el 40% de las familias tiene al menos un miembro reclutado por Boko Haram.
¿Quién mejor que los propios vecinos de las barrios para identificar a sospechosos de Boko Haram en su vecindario? Con esta idea, nacieron las patrullas vecinales de vigilancia para cazar a sospechosos islamistas y llevarlos directamente a las fuerzas de seguridad y evitar así arrestos innecesarios e intimidación policial. “Es imposible saber quién está en un bando o en el otro.
Cualquiera puede ser susceptible de pertenecer a Boko Haram. No hay líneas claras que los definan”, explica a EL TIEMPO el capitán Boach. Este oficial de las Fuerzas Especiales ha dirigido el entrenamiento de mil niños y jóvenes de entre 18 y 21 años. “Sacarlos de la calle, darles una ocupación y hacer que se sientan importantes en sus barrios es la mejor manera de luchar contra Boko Haram”, insiste el militar.
La pobreza, especialmente en los estados del noreste de Nigeria, la falta de educación y las pocas oportunidades laborales hacen que los jóvenes se conviertan en carne de cañón del islamismo radical. Por 200 dólares (casi 400 mil pesos), ellos son capaces de hacer lo que se les ordene, hasta matar de forma despiadada. Reclutas voluntarios “Nuestro objetivo es poder reclutarlos y entrenarlos a todos, pero por problemas técnicos se han suspendido los entrenamientos por ahora”, continúa el capitán.
Las Fuerzas Conjuntas Civiles cuentan, al menos, con 10 000 reclutas voluntarios, de los cuales unos mil han sido entrenados por el Ejército y se encargan de coordinar a los pelotones. Zaina, de 19 años, tiene bajo sus órdenes a 95 reclutas que, divididos por turnos, están 24 horas de vigilancia. Desprovistos de cualquier seguridad, las milicias vecinales se juegan la vida en los retenes e incluso, en muchas ocasiones, son blanco de ataques de Boko Haram.
“Desde que empezó la crisis decidimos organizarnos y vigilar las calles y barrios para proteger a nuestras familias. El Ejército no puede estar en todos los sitios, pero nosotros llegamos a todos los lugares”, explica el cabecilla del grupo. “Sé que es peligroso. Pero solo nosotros podemos proteger nuestra ciudad si el gobierno y las fuerzas de seguridad fallan en hacerlo”, asegura con determinación.
“Estamos cansados de tanta violencia. Ya es suficiente. Ya basta”, dice el joven. Barbaguiri Buka, de 30 años, no está casado ni tiene trabajo, por eso decidió unirse a la JTF-Civiles y ayudar en las tareas de vigilancia y registro de vehículos. “No sólo yo, sino mis cinco hermanos también han venido a ayudar. No necesitamos entrenamiento ni uniformes militares. Nos basta con nuestros palos y machetes para terminar con la inseguridad (…). Nos basta con nuestra fe. No nos intimidan las armas ni las balas”, dice con firmeza.
Este año miles de familias han perdido sus hogares y negocios en ataques del grupo Boko Haram en Nigeria. Las Fuerzas Conjuntas de Civiles en el norte cuentan con 10 000 reclutas.