Uno de los aspectos menos estudiados de la libertad de expresión es que ella -ejercida incluso de manera desbordada- es una garantía para la solución pacífica de los conflictos. Aquellos que pretenden acabar con las voces críticas generalmente no hacen otra cosa que tensionar los conflictos existentes y forzarlos a soluciones límites donde generalmente el “silenciador de las voces críticas” termina siendo la primera víctima de esa tensión contenida.
Es fácil constatar esto en países donde regímenes autoritarios incluso elegidos democráticamente, persiguen a periodistas, amenazan a empresas de comunicación y demuestran su malestar ante la crítica que siempre será como diría el escritor mexicano Octavio Paz “creativa” si tuviera enfrente alguien que escuchara y que no proscribiera el verbo.
Aunque esto parezca muy ideal es evidente sin embargo que cuando un gobierno decide atacar a las visiones contrarias y lo hace sostenido en el poder político que ocasionalmente ostenta, lo que hace en posponer la solución a cuestiones democráticas que requieren un debate que a veces, incluso y por el bien democrático, puede ser ríspido o altanero.
Todo esto tiene un impacto favorable sobre la sociedad en el sentido de ser partícipe de una discusión que profundiza los valores democráticos de la crítica y del disenso.
Nada perjudica más al sistema que desde el poder se pretende obligar a escuchar una sola campana o la versión que favorece al gobierno, con esto lo único que se logra es que las voces silenciadas comiencen a incubar odios y malquerencias que solo esperaran su turno para repetir la misma cadena de silencios y proscripciones de las que está llena la historia de América Latina.
El poder que expulsa y persigue el disenso, el que no explica las decisiones que toma en nombre del pueblo, que se cree mandante y no mandatario, estará siempre mas cerca de un régimen autoritario por mas que se maquille de democrático.
Para la salud del sistema es más barato y eficiente una libertad de expresión robusta y sana que profundice la resolución de los conflictos y que no los esconda en el silencio y la proscripción.
Si queremos un voto por la democracia, permitamos que el pueblo escuche aquello que desde el gobierno no gusta y enfurece.
Nada favorece más al desarrollo de un pueblo que la libertad de expresión ejercida en un plano donde el debate obligue a todas las partes a no solo cuidar sus formas sino ser más riguroso con el fondo.
Pero todo esto solo puede ser posible en un ambiente de tolerancia y disenso desde donde se construye siempre un futuro democrático y se ahuyenta la siempre latente tentación autoritaria.