Estados Unidos soportó, la mañana del 11 de septiembre del 2001, el más devastador ataque terrorista de toda su historia. Los atentados derribaron las Torres Gemelas y el edificio siete del emblemático Centro Mundial de Comercio (World Trade Center) de Nueva York. Además, en Washington hubo fuertes explosiones en el Pentágono y en el Departamento de Estado.
A pesar de que los neoyorquinos se encontraban conmocionados por el suceso, nadie se atribuyó la responsabilidad de los actos terroristas que causaron miles de víctimas, según afirmó el presidente de esa época, George W. Bush. El Gobierno declaró alerta máxima en las FF.AA. y a Nueva York una zona de desastres.
Las calles de la capital del mundo se llenaron de miedo al ver que dos aviones sobrevolaban la ciudad a baja altura. Las personas que se encontraban dentro de las torres vieron cómo los dos aviones venían en su dirección. “Corran o moriremos”, gritaba la gente que se alejaba de sectores cercanos al World Trade Center.
El humo y el polvo lo cubrían todo mientras caía una de las Torres Gemelas de Nueva York. Las escenas provocadas por el pánico de las personas superaba la imaginación. La gente que estaba en el sector tenía su cuerpo cubierto de polvo y en sus rostros se reflejaba la angustia por saber si sus familiares estaban a salvo.
Muchas de las víctimas perdían la cordura antes de ser rescatadas y preferían saltar por las ventanas en lugar de arder con la construcción. Las personas que observaban desde lejos tenían sus rostros horrorizados por el cuadro que presenciaban. Las víctimas de los ataques fueron trasladadas al hospital St.Vincents.
La ciudad quedó sitiada, sin transporte público. Cientos de policías y bomberos actuaron en el rescate, pero a pesar del esfuerzo el atentado colapsó el sistema de socorro. Las ambulancias y las autobombas llegaron tarde a la zona devastada debido al daño producido en las vías por la gente que trataba de hallar a su familia o alejarse del lugar. La red terrorista Al-Qaeda se adjudicó el atentado.