Los talleres han quedado cortos de espacio. Y el tiempo se les agota a los artesanos que elaboran las caretas y monigotes de fin de año. Hay pasillos, salas y estantes abarrotados de obras terminadas y otras por concluir.
Así están los talleres de Eulalia Flores, en la parroquia cuencana de Bellavista, y de Édgar Juela, en Miraflores. Ellos aprendieron y heredaron el oficio de sus padres, a partir de los ocho años. Han transmitido esa formación a sus hijos y familia más cercana para que se mantenga viva la tradición.
Flores escaló más en las técnicas gracias a su formación como artista plástica. Diseña los moldes de las caretas en arcilla, madera, yeso, aluminio y demás texturas, según la obra que va a realizar.
Es el primer paso para crear una máscara y todo lo hace de forma manual. Sobre esa superficie coloca uno por uno trozos de papel maché o periódico, y va aplicando el engrudo, que es una mezcla de agua con pegamento. Así va formando la base de la careta.
Cada vez que coloca otro papel, aprieta con sus dedos para que los pliegues queden bien cubiertos. Esa base de careta en bruto es colocada al aire libre, por dos días, para que se seque a lo natural.
La misma técnica la repasa una y otra vez Édgar Juela, mientras una cumbia suena en la vieja radio de su taller. En el día trabaja solo y en las noches le ayudan sus dos hijos, que están dedicados a otras actividades. Como ellos, el oficio de estos artesanos es familiar.
Los acabados no son fáciles ni rápidos. Con paciencia y precisión realizan el pintado; primero, con una base de color piel o café, usando una brocha o soplete.
Con un pincel delgado, Flores va formando los ojos, la boca, el cabello y algún otro detalle, según la fisonomía del personaje que desee. “La de viejito sonriente la hago con más cariño; la siento mía y es la que más se vende”, dice Juela de 58 años entre bromas.
Ellos, con sus hábiles manos y admirable capacidad, han creado incontables máscaras en sus largas trayectorias como artistas. El jueves 13 de octubre, Juela tenía unas 300 caretas listas, pero le faltaba más para cubrir los pedidos “y me pisa el tiempo”, asegura.
En estos entornos hay personajes de la política, farándula, dibujos animados, diablos, brujas y más. “Estamos como periodistas, atrás de la información, para saber quiénes son los personajes que están dando de qué hablar para recrearlos”, explica Flores.
En la capital azuaya hay más de una veintena de artesanos dedicados a producir monigotes y caretas para fin de año y las Enmascaradas (6 de enero). Los talleres están en la zona rural, como las parroquias Sinincay y Ricaurte.
Trabajan todo el año, de enero a diciembre, y casi sin descanso. Una minúscula parte de esa producción se queda en Cuenca y el resto va a Azogues, Machala, Loja, Riobamba, Guayaquil, entre otras ciudades. Flores también envía sus creaciónes a Estados Unidos, para los emigrantes ecuatorianos.
Juela trae a la memoria sus inicios en este oficio. Empezó rasgando papel. A veces lo echaba a perder y su padre lo regañaba. Pero así aprendió y ahora sus obras tienen bastante demanda y se siente orgulloso de su habilidad.
Estos artesanos son optimistas de que este año las ventas serán mejores, porque la pandemia está casi controlada y la gente está haciendo su vida normal.
La docena de caretas cuesta entre USD 15 y USD 20 al por mayor y los monigotes desde USD 10 en adelante, dependiendo el tamaño y la complejidad del personaje.
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