Edwin Alcarás. Redactor Cultura
Luisa Valenzuela es una gran conversadora. Es de las personas que entienden las preguntas antes de que se terminen de formular pero que escuchan pacientemente hasta el final. Luego sonríe como diciendo: “Sé exactamente de lo que hablas” y se dedica a contar cosas interesantes, como si te conociera desde hace tiempo. Y es capaz de conservar esa simpatía aun si has llegado 10 minutos tarde por el tráfico de la ciudad.
Disculpe usted el retraso…
No te preocupes. Tengo una noción muy rara del tiempo. Para mí es todo una cosa lineal que no pasa. O no pasa como para el resto.
Algo así le sucede al personaje de su famoso cuento ‘Cambio de armas’, ¿no?
Su caso es muy distinto al mío. Ella ha sido una guerrillera cuyo torturador la encerró para un experimento haciéndole creer que es su marido. Al mismo tiempo la droga y la maltrata. Ella quiere y no quiere recordar porque recordar también es doloroso.
¿La memoria es una forma de sustraerse del presente?
Uno lo vive de manera muy extraña. Es como si estuvieras fuera del mundo. El tiempo es un invento de la humanidad: de alguna manera hay que vivir. También tengo cuentos donde el tiempo se bifurca. ¿No te pasa que hay cosas que parecen que acaban de ocurrir pero que están lejísimos y otras que ocurrieron hace mil años aún están frescas en la memoria?
Así es. ¿A usted le sucede eso con el recuerdo de la dictadura?
Cuando escribía ‘Cambio de armas’ tenía una idea muy clara que también pudo haber sido un poco paranoica. Pensaba que no lo podía mostrar a nadie. Ni siquiera a mis amigos porque los ponía en peligro. El conocimiento del horror era peligroso.
Pero en algunos casos resultó cierto, ¿no?
Más de lo que pensaba. Creí haber inventado esta posibilidad de ‘amantazgo’ entre el torturador y la torturada en contra de la voluntad de ella. Pero después, cuando nos enteramos de los juicios, supe de varios casos parecidos. Por eso escribí otro cuento familiar que se llama ‘Simetrías’.
¿Cómo los recibieron finalmente en Argentina?
Les costó mucho a los argentinos asimilar estas historias mías. ‘Cambio de armas’ fue publicado en muchas partes y en varios idiomas, pero recién apareció en Buenos Aires hace cuatro años. Y son cuentos del 77. Ahora hay un proceso de higiene dentro del tejido social que ha recibido apoyo del Gobierno. No se pueden tapar las cosas como el gato esconde las suyas en su caja de arena.
Aunque el gato lo hace por instinto…
Escribí una novela al respecto, que mientras la escribía no sabía qué iba a ser al respecto. Usualmente es así. Esta novela se llama ‘Novela negra con argentinos’. Se comete un crimen y nadie sabía por qué, incluida yo. Luego me di cuenta que era esto que no se dijo durante la dictadura y que quedó como una especie de puñal dentro de las personas. Una herida permanente.
¿Cuando se sienta a escribir no sabe a dónde va?
El libro no está en mi cabeza, no hay nada hecho. Hay una organización inconsciente que viene directamente del lenguaje.
¿Qué opina de la recomendación de Horacio Quiroga: nunca empezar a escribir si no se sabe dónde se terminará?
Y, bueno, era un hombre. Eso es muy masculino. Aunque Cortázar se reía de ese decálogo.
¿Por qué sus cuentos demoraron tanto en llegar a su país?
Hubiera querido publicarlos mucho antes, ya incluso con la llegada de la democracia. Hemos sido pocos los que escribimos durante la dictadura. Hubo editores interesados en mis cuentos pero las propuestas siempre se iban diluyendo. Creo que tenían todavía cierto resquemor. Además se trataba de la mirada de una mujer…
¿Y eso molestaba?
No pasa cuando una mujer escribe ensayo, pero en la ficción nos ha costado un poco.
¿No le perturba que haya pocas mujeres en la élite de las letras argentinas?
Es verdad. Las escritoras siempre se quedan un poco al margen. No sé por qué. Pero hay escritoras estupendas tanto ahora como antes. A fines de los sesenta hice una selección para una colección literaria que finalmente no se publicó, y conté 32 escritoras importantes en Buenos Aires.
¿Qué opina de la literatura que escriben otras latinoamericanas de su edad?
Esto es un problema para las mujeres que no les pasa a los hombres. A los escritores no les perjudica que Dan Brown publique esas cosas que publica ni que exista una pléyade de escritores menores ‘exitistas’.
¿La etiqueta de ‘lo femenino’?
Exacto. Esas señoras tienen derecho a escribir lo que escriben pero no puedes pensar que la escritura de las mujeres sea eso. Esa etiqueta de ‘lo femenino’ es una estrategia editorial tremenda.
¿Por dónde se ubica lo que usted escribe?
Son caminos de aventura y exploración. Evidentemente sale un universo femenino, porque es lo que conozco mejor y es lo que me interesa.
¿Por qué esa literatura no entra en los círculos mediáticos?
Varias mujeres estamos rompiendo moldes y supongo que eso crea una cierta inseguridad en alguna zona de la psique masculina de los editores, que no les dan el lugar que merecen a ciertos libros muy bien escritos.
¿Cómo cuáles?
Estoy siguiendo la literatura de mujeres que han estado presas. Hay una de Susana Romano que aparece sin artículos determinados. Algo muy difícil. Es todo un grupo dedicado a la poesía pero que, de pronto, son capaces de contar historias muy duras.